Degustando “Acción y Meditación: cambiarse a sí mismo para cambiar el mundo” (Varios Autores. Ed. Kairós) nuestra última elección en la tertulia emocional me encuentro con una investigación, un testimonio y una leyenda de las que extraigo varias lecciones respecto al verbo cambiar:
Empieza el libro con una leyenda amerindia sobre un inmenso fuego en el bosque ante el que la mayoría de los animales desde su sensatez quedaron impotentes. ¿Todos? No. El colibrí volaba y volaba hasta el río donde recogía con su pico gotas de agua y las lanzaba contra el fuego. Otro pájaro, convencido de la heroicidad inútil del colibrí le dijo: “¿Estás loco? No apagarás el fuego con unas gotitas”. El colibrí, seguro de sí mismo le respondió: “Lo sé, pero hago mi parte”. Optimismo, resiliencia … ¿El origen de la militancia?
Otra lección aprendida en forma de testimonio la recojo de Etty Hillesum, joven holandesa deportada a Auschwitz: “No creo que podamos corregir nada en el mundo exterior que no hayamos corregido previamente en nosotros mismos”. Necesitamos comprendernos, profundamente. No una comprensión contemplativa, “parálisis por análisis”; una comprensión orientada a la acción. ¿Meditar para cambiar?
En el camino hacia el cambio hay muchas tentaciones. La noria hedónica es una de ellas. En cuanto conseguimos lo que deseamos, pierde interés y deja ser fuente de satisfacción. La habituación, ese proceso mediante el cuál nos olvidamos de disfrutar de una fuente de felicidad si está presente todos los días, tampoco ayuda.
Una curiosa investigación aporta luz respecto a nuestra tendencia al exceso. En 2010 investigadores se pusieron a observar todos los cuadros de pintura occidental que representaban la Ultima Cena de Jesús con los Apóstoles y se dieron cuenta de que en un milenio el tamaño de los platos y la cantidad de alimentos representados había aumentado en un 70%. De los frugales platos iniciales se había dado paso a raciones pantagruélicas.
Y el colibrí se encuentra frente a la noria. Y le toca elegir.
Somos el mundo. Cambiarlo requiere cambiarnos. Y cambiarnos implica cambiar una parte del mundo. Pequeña, pero importante.
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