Bisharri, esencia del Líbano.

Tenía ganas de conocer el Líbano motivado por las lecturas de Kahlil Gibran (1883-1931), el poeta y pensador oriental más traducido en todo el mundo y autor de “El profeta”. Nació en Bisharri, un pueblo de tradición cristiana maronita en las montañas, abrazado por los cedros milenarios y sagrados. Sus picos nevados dan nombre al país, ya que la palabra semítica para “blanco” es lubnan. En sus laderas se encuentran unas de las pocas estaciones de esquí de Oriente Próximo. Me fui al Líbano en verano 2023. Un país para vivirlo y no para hacer turismo.

El deseo de visitar Bisharri se me acrecentó cuando al entrevistar a Tomás Alcoverro- decano de los corresponsales españoles en Oriente Medio y residente en Beirut desde 1970- señaló esta región como uno de sus lugares predilectos. Se adentró en el valle de Qadisha (o Kadisha), célebre porque desde hace muchos siglos se levantan conventos y capillas labradas en la roca de un profundo cañón. También allí se encuentran grutas que fueron habitadas por ermitaños. El periodista fue al encuentro del último de ellos, Darío Escobar, colombiano de Medellín. Comprobó que vive bajo unas reglas severas. Tomás me contó que cuando fue a visitarle dormía en el suelo y usaba como almohada una piedra.

El Líbano también me atraía por nombres tan evocadores como Biblos (cuna de los fenicios, del alfabeto y origen de términos como biblia y biblioteca), las ciudades históricas de Tiro, Sidón o Baalbek, gran templo romano dedicado a Júpiter, el mayor y más imponente jamás construido fuera de Roma. Por supuesto, tenía un alto interés por patear los barrios de Beirut, conocida como la “París de Oriente” antes de que se iniciase la guerra civil en 1975.

Quien quiera visitar el Líbano hay que tener muy en cuenta que es el tercer país con más inflación del mundo después de Zimbabue y Venezuela. Tampoco hay una buena red de transporte público a excepción de los taxis y pequeños microbuses. Estas circunstancias entorpecen en gran medida al viajero independiente. Para empezar, hay que llevar todo el dinero en metálico ya que los cajeros no funcionan y la cotización de la libra libanesa fluctúa constantemente.

Nada más llegar a Beirut buscamos una oficina de turismo para pedir información sobre el país. Después de mucha callejear y preguntar a los locales, nos convencimos de que estos establecimientos no existen.

En Beirut hay dos estaciones de donde parten los microbuses, los que van dirección sur para Tiro y Sidón y los que van hacia la norte dirección a Biblos y Trípoli.

Los microbuses salen cuando se llenan. En verano el calor es asfixiante, para que corra el aire no se cierran ventanas y la puerta permanece abierta con el vehículo en marcha.

Antes de partir para Bisharri, establecidos en Beirut, hicimos una excursión a Sidón (Saida) y a los templos de Baalbek.

La capital del Líbano es una ciudad con alto índice de automóviles, calles sin semáforos, sin apenas señales de circulación, baches y basura. Todavía queda la huella de guerras y de la explosión del puerto el 4 de agosto 2020. La detonación, de 2.700 toneladas de nitrato de amonio, arrasó el centro. Sin embargo, hay gran actividad y unas enormes ganas de vivir. Basta dar un paseo por el hermoso malecón, la “Corniche” beirutí.

El Líbano es un pequeño país de costa muy poblada y abruptas montañas. Así que después de permanecer varios días en la polucionada Beirut necesitábamos ávidamente respirar aire puro en la elevada región de Bisharri.

Hasta allí nos llevó Husein, taxista que, por 120 dólares, condujo hacia nuestro destino a 120 kilómetros de distancia. Circulamos por la costa y a la altura de Biblos comenzamos a ascender por una estrecha y curvilínea carretera hasta alcanzar los 1450 metros, donde se sitúa el pueblo de Bisharri.

Nos quedamos con nuestras pequeñas maletas ante el Palace, un hotel de montaña. En recepción nos recibíó José “Cheche” Kayrouz. Para nuestra sorpresa, hablaba castellano ya que es venezolano con raíces familiares en esta parte del Líbano. A partir de ahora, la comunicación resultaría más fácil y de esta manera conoceríamos de primera mano la forma de ser de las gentes que pueblan el valle de Qadisha y qué lugares son imprescindibles para visitar.

José nos explicó lo inaccesible de esta región, con su cañón bordeado de caminos y senderos junto al precipicio. Aquí tuvo lugar uno de los primeros asentamientos monásticos cristianos.

Qadisha, en la antigua lengua siriaca quiere decir valle santo, y fue refugio de cristianos perseguidos, entre otros, por los soldados enviados por el sultán otomano para aniquilarles. Sus actuales habitantes se sienten orgullosos de ser herederos de los cristianos maronitas (en la actualidad representan el 22% de la población libanesa) y su lucha de siglos.

El valle de Qadisha es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1998. Recibe turismo religioso de peregrinos que van de monasterio en monasterio y pernoctan en algunos de ellos. También de senderistas que realizan excursiones y turistas que visitan sus cuevas. La gran mayoría son locales, los extranjeros son difíciles de ver por estos caminos.

El entorno de Bisharri estuvo rodeado de bosques de cedros, pero a lo largo de los siglos han sido talados. Como lugar representativo se muestra al visitante la reserva de los Cedros de Dios, en el monte Makmal, a 1.995 metros de altitud. José Kayrouz nos indica: “Estos son cedros sagrados milenarios, se dice que plantados por Dios. Se los nombra 103 veces en la Biblia. La madera de este árbol ha sido apreciada por muchas civilizaciones. Fue utilizada en los templos de Jerusalén. Grandes gobernantes del antiguo Egipto y Roma venían aquí al igual que en la época del imperio Otomano con Solimán el Magnífico”.

La historia recoge que los fenicios abastecían de aromático cedro a los egipcios para construir barcos, resina para realizar ritos funerarios y, a cambio, los egipcios les suministraban oro, alabastro, lino y papiros.

Encima del bosque de cedros se sitúan las pistas de esquí y más arriba está Qurnat as Sawda (El Cuerno Negro), la cima más elevada del Líbano con 3.088 metros.

A poca distancia del hotel Palace está la casa donde nació Kahlil Gibran. José nos apunta: “Precisamente la casa de mis bisabuelos está enfrente de la de Gibran. Es una morada humilde porque nació en una familia pobre. Estudiaba de niño a la luz de las velas. Vivió aquí hasta los 12 años para luego emigrar a Estados Unidos y hacerse un nombre universal”.

Sus restos fueron enterrados en la capilla de un monasterio a las afueras de Bisharri que ahora es un museo biográfico.

Antes de tomar el autobús que desciende desde las montañas del Líbano hacia Biblos, visitamos con devoción la morada de infancia del poeta, filósofo y pintor libanés. El corazón se me encogió y tuve la certeza de que un sueño importante se cumplió.

Texto: Roge Blasco.

Guía práctica.

Cómo llegar.

Líbano es un país de pequeñas dimensiones. Tiene 225 kilómetros de costa mediterránea. Es fácil hacer excursiones de un día a cualquier punto del país partiendo de Beirut. Hay sitios en los que merece la pena quedarse más de una jornada como es el caso de Bisharri, Biblos o Trípoli.

Para ir a Bisharri: en microbús de Beirut a Biblos y luego otro a Bisharri. Mas cómodo y rápido en taxi.

Qué ver en Bisharri.

El pueblo de Bisharri (también se transcribe como Bsharri, Becharri, Besharry, Becharre o Bcharre) da nombre al distritoy en el que destaca la catedral de San Saba.

Trekkings por el valle de Qadisha visitando los monasterios incrustados en la roca. El bosque de los Cedros de Dios tiene alrededor de 375 árboles, la mayoría de ellos tiene entre mil y tres mil años y pueden medir más de 40 metros de altura.

La gruta de Qadisha, descubierta en 1903. Las salas parecen bosques de estalactitas y estalagmitas de múltiples colores.

El museo de Kahlil Gibran y su casa natal.

Las pistas de esquí y la ascensión al Qornet as-Sawda (3088 m).

Alojamientos.

Bisharri está preparado para acoger a los visitantes, especialmente en invierno con la temporada de esquí.

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