Mikel Bringas, travesía de norte a sur de Estados Unidos en bicicleta de montaña.

Mikel Bringas continúa desarrollando bonitas aventuras en compañía de su bicicleta. La última es la travesía de la Great Divide Mountain Bike Route que atraviesa Estados Unidos de norte a sur por las montañas Rocosas. Su origen data de 1997, cuando la Adventure Cycling Association completo el diseño del recorrido que atravesaba la línea de división continental. En la ruta se tocan dos provincias canadienses y se cruzan cinco estados de USA. Mikel se ha encontrado con caminos de grava, senderos de tierra, pequeños pueblos, ranchos rurales, ascensos y descensos de montañas y un poco de pavimento en una sola línea ininterrumpida.

Mikel Bringas (Donostia, 1969) es doctor en Educación Física y gran aficionado a la bicicleta, tanto como ciclista urbano como cicloviajero. Con su mujer, Rosa Lizaso, han realizado travesías sobre dos ruedas por el Sudeste Asiático, Cuba, Costa Rica y la península Ibérica. En 2005 celebraron su viaje de novios dando la vuelta a Euskal Herria en tándem con su bebé Eki de 9 meses al que llevaban en un carrito.

Cuando nació su hija Lur emprendieron numerosas rutas, algunas de hasta tres meses. Pedalearon por la Europa continental (2009), Nueva Zelanda (Kiwizibidaia 2011), Senegal y Gambia (2014), vuelta a Islandia (2015) y Ecuador-Galápagos (2017).

En los últimos años Mikel ha realizado aventuras por su cuenta como la ascensión al paso de Kardum Lah (5.400 m) en Ladakh, Atlas, Trasalpina, sur de Inglaterra (Ciclomelet) cocinando tortilla de patata a cambio de alojamiento y la península Ibérica en cuatro tramos (Bizibérica 2020-2021).

El gran reto en solitario de Mikel Bringas ha sido la Great Divide Mountain Bike Route. Se presenta como la ruta ciclista fuera de asfalto más larga del mundo: 4.339 km y 45.618 m de ascenso (¡siete veces el Everest!). Se inicia en Banff, en el parque de las Montañas Rocosas canadienses y se adentra en Estados Unidos para finalizar en Antelope Wells, Nuevo México.

Antes de ser cicloviajero habías estado vinculado al mundo del frontón, hiciste la tesis doctoral sobre estrategia, táctica y técnica en la pelota vasca. ¿Cómo te pasaste a la bicicleta y los viajes que es tu gran afición actual?

En mi juventud tenía la pelota vasca todo el día en la cabeza, era lo que me hacía disfrutar. Primero como jugador, luego como entrenador, técnico y gestor en diversas federaciones y finalmente como investigador. Esa fue mi vida hasta que a los 35 años tuvimos a Eki. Una década antes Rosa y yo empezamos con los viajes en bicicleta y nos entró el gusanillo. El cambio fue progresivo, me fui desenganchando de la pelota y cada vez pensaba más en las travesías en bicicleta.

Tuve la suerte de conocer la faceta internacional del frontón porque durante varios años visité los centros vascos de Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil y Estados Unidos para impartir clases.

¿Te sirvió para abrir tu mente al mundo?

Sin duda supuso un cambio en mi forma de pensar. Mi primera salida fue al campeonato del mundo en París cuando tenía 18 años. Ahí me di cuenta de que estaba en un sitio diferente y que era interesante conocer otros pueblos, costumbres y culturas plurales.

Podemos decir que como cicloviajero has abarcado tres fases: primero con tu mujer, luego en familia con vuestros dos hijos y finalmente en solitario. ¿Cómo ha sido esta evolución?

Hay una etapa inicial con Rosa, los dos jóvenes enamorados, todo parece precioso, fácil y sencillo. Evidentemente comienza a complicarse con los hijos. Tienes que bajar el ritmo, adaptarte a las necesidades de ellos, buscar destinos más tranquilos hasta que cada vez vas cogiendo más confianza. Arrancamos con la vuelta a Euskal Herria. Posteriormente, cuando Eki tenía dos años y Lur solo meses nos animamos a viajar por Europa durante 3 meses. Guardo el recuerdo del primer momento malo, de sentir que la situación me superaba. Fue una noche que nos puso a prueba. Acampamos, hacía frío, llovía, los dos críos se mearon en los sacos de dormir, las condiciones eran desastrosas. Cuando nos levantamos le dije a Rosa: “Esto no es forma de viajar. No estamos disfrutando. Vámonos a casa”. Cuando llevábamos 5 kilómetros de vuelta Rosa lo pensó: “¿Cómo nos vamos a ir a casa con todo lo que hemos preparado el viaje? Tiramos para adelante y ya verás como todo se arregla”. Me convenció, era el miedo inicial, el ser primerizo. Siempre que ha habido momentos malos Rosa es la que nos ha llenado de moral. Luego nos animamos a ir otros 3 meses a Nueva Zelanda y gozamos mucho.

Llegó una época en la que los niños tenían edad de socializar con otros chavales y organizamos itinerarios en compañía de otras familias. Por ejemplo, compartimos con una de ellas la vuelta a Islandia. Arrancamos con sol, pero de repente se puso gris, empezó a llover, se levantó un viento del copón. Nos tocaron algunas cuestas duras mientras nos calábamos. Queríamos acampar, pero estaba todo empapado. Los niños tiritaban y me decía a mí mismo: “¡Quien me ha mandado venir aquí!”. Tuvimos mucha suerte porque al día siguiente comenzó el buen tiempo y no nos abandonó, terminamos en Reikiavik en manga corta.

Hay momentos en el que viaje te pone a prueba, pero si realmente te gusta lo que estás haciendo debes hacerle frente y toda irá bien.

¿La Great Divide Mountain Bike Route ha sido tu mayor desafío?

Ahora tengo más libertad y experiencia para planear mis propias aventuras y esta la preparé durante dos años. Es una de las rutas más bellas que he realizado. Es muy dura, pero depende mucho del ritmo que le imprimas. Hay ciclistas que se tiran tres o cuatro meses y otros que la hacen a toda marcha. Oficialmente son 4339 kilómetros, pero hay que tener en cuenta que se puede alterar por los incendios y la meteorología, que obligan a cerrar tramos. En mi caso me salió una media de 100 kilómetros y 1500 metros de desnivel positivo por etapa que considero que está bien pues el 90% del trazado discurre fuera del asfalto, son pistas de tierra o de gravilla.

Realizaste 4200 kilómetros en 43 etapas del 24 agosto al 8 de octubre 2023 ¿Cuál ha sido la mayor dificultad?

Lo que más me ha cansado y hasta dolido es el estado de las pistas cuando la superficie es de “washboard”, suelo ondulado, son kilómetros que vas “¡bum, bum, bum!”. La tierra es arcillosa y cuando llueve se pega a la bici bloqueándose las ruedas y la transmisión no funciona. También me tocó mucho viento en contra el cual, además de agotarte físicamente su ruido molesta tanto que me puse tapones en los oídos porque me llegaba afectar a la cabeza.

¿Cómo hiciste para avituallarte de alimentos?

El verdadero problema es lo mal que comen en ese país. En la mayoría de los establecimientos no hay más que comida basura con amplia oferta de snacks, chucherías y bebidas de colorines. Es increíble la dependencia que tienen de bebidas azucaradas y eso tiene como efecto los altos índices que tienen de obesidad. Observas a gente envejecida. Contrasta con la gran variedad de fármacos que se venden hasta en los supermercados y que los compran los mismos ciclistas que toman un montón de bebidas isotónicas y pastillas de cafeína. Yo creo que con agua de la fuente y poco más se puede avanzar de igual manera.

¿Cuáles son los estados que toca la Great Divide Mountain Bike Route?

La salida es en Banff, provincia de Alberta, en las Montañas Rocosas canadienses. Tocas un poquito British Columbia para pasar la frontera por Montana, Idaho, Wyoming, Colorado y Nuevo México donde en teoría termina la ruta, en la localidad de Antelope Wells. Yo me desvié las dos últimas etapas hacia Texas para tomar el avión en El Paso.

Alcancé las cuotas más altas en el estado de Colorado subiendo a más de 3631 metros. Llegué antes de las primeras heladas. En general padecí más de frío que de calor, tuve suerte con el tiempo pues llovió menos de lo habitual, aunque me pilló una granizada terrible.

¿Cuál era tu plan diario?

Madrugaba cuando salía el sol, el desayuno era muy rápido pues no tomo café ni nada que haya que calentar. Recogía la tienda y en poco más de media hora ya estaba en la bicicleta. Después de 10 horas pedaleando llegaba al destino previsto, cenaba y dormía entre 10 y 12 horas.

¿Has tenido predisposición por parte de la gente a echarte una mano?

La sociedad americana es muy abierta y dispuesta a ayudarte. Me han parado un montón de coches para ofrecerme agua, comida e incluso un día un señor quiso darme un billete de 20 dólares pues me confundió con un homeless. Le contesté que no se preocupara, que estaba disfrutando de mis vacaciones. Valoran el esfuerzo que realizas.

Lo que me impactó fue llegar a la frontera con México donde coincidí con un grupo numeroso de emigrantes venezolanos entre los que había ancianos, embarazadas y niños que habían cruzado el desierto de manera ilegal sufriendo innumerables penurias. Resultó una imagen muy dura al final de la ruta.

Texto Roge Blasco

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