Mamen Etxaniz, por el mundo a los 60.

Mamen Etxaniz (Azpeitia, 1961) exprime la vida con energía y disfrute. Desde niña practica la bicicleta, el esquí y el montañismo. Trabajaba en Colombus una cooperativa de Bergara, se prejubiló en 2017 y para celebrarlo pedaleó por la Ruta 66, de Chicago hasta Santa Mónica en California. Fueron 3450 kilómetros en 35 días. Desde entonces ha sido un no parar de montar expediciones. Últimamente realiza diferentes incursiones por Laponia.

En bicicleta fue de Grecia a Azpeitia (verano 2018), al año siguiente caminó por toda la extensión de la cordillera del Himalaya en su parte nepalí. Ha hecho a pie la Transpirenaica (verano 2020). Ha ciclado por Irlanda, Bolivia, Argentina, la vuelta a España, el Atlas de Marruecos y Francia. En esquí de travesía se ha deslizado por las montañas de la isla de Hokkaido (Japón), por encima del Círculo Polar Ártico noruego y ha tirado de pulka en la Laponia finlandesa. Además, emprende excursiones menores por los Pirineos o las Montañas Vacías de Teruel.

Tiene casa en Jaca y cuando vuelve a Gipuzkoa le gusta estar junto al mar, por ello nos hemos citado en la playa de Deba.

¿Qué ha supuesto para ti, una persona tan inquieta, la prejubilación?

Me he liberado para viajar sin tener que apurar la fecha de vuelta. Ahora puedo organizarme con estancias en un país a tope de visado, normalmente te permiten 3 meses. Eso es la felicidad total para una persona como yo que ha esperado durante tanto tiempo el momento de hacer las cosas como quiera y con el tiempo que desee.

¿Por qué has combinado desde niña la bicicleta, el esquí y la montaña?

Tengo que dar gracias por vivir en el País Vasco donde existe una gran tradición deportiva. Mi padre (Patxi Etxaniz) viajaba en bicicleta por todo Gipuzkoa y por aquel entonces se extrañaban de ello. Cuando era pequeña le imitaba y me escapaba sobre dos ruedas a todas partes. Los fines de semana en invierno nos íbamos en el Seat 600 familiar a la sierra de Aralar a practicar esquí de fondo. Tenía un hermano en Francia que nos hacía los esquís a medida.

En 2009 recorriste en bicicleta y a pie durante 40 días la Ruta de la Amistad que une Lhasa con Katmandú y además estuviste en el campo base del Everest ¿Cómo desarrollaste esta actividad en el techo del mundo?

El Himalaya es un referente para los montañeros, como la ola perfecta para los surfistas. En los años de 1980 alpinistas de Azpeitia hicieron el Annapurna, Jannu, Everest. Para mí fue una inspiración ver a gente de mi pueblo en el Himalaya y me preguntaba: “¡Ostras! ¿Por qué yo no?”

La primera vez fui a Nepal en postmonzón, hizo malo, pero me sirvió para darme cuenta de sus posibilidades. Regresé en 2009 para cumplir el deseo de alcanzar a pie el campo base del Everest. Lo hice tanto por la parte tibetana como la nepalí, también estuve en el campo base del Annapurna.

Al mismo tiempo comprobé la facilidad de alojamiento que ofrecen los pueblos de altura en Nepal. De ahí me vino la idea una década después -ya prejubilada- de arriesgarme por el Great Himalaya Trail.

Consistió en cruzar el Himalaya de Nepal en otoño de 2019 en compañía de un guía local. Fueron 1110 kilómetros en 70 días. ¿Cómo te adaptas físicamente a tan larga y alta caminata?

Tenía miedo a que el cuerpo dijera basta, pero iba preparada pues me entrené antes con la bicicleta. El primer mes aguanté ocho o diez horas de caminata por jornada. Después bajamos a Katmandú para recuperarnos y afrontar el segundo mes pues es una zona más elevada. Para entonces tenía la tranquilidad y satisfacción de que ya estaba aclimatada y dominaba el entorno.

Dividiste el recorrido en tres partes, una por cada mes. ¿Por dónde transcurre la ruta?

Generalmente todas mis travesías las realizo de este a oeste porque me gusta que el sol acompañe por la espalda y no pegue en la cara.

Se sale cerca de la frontera con Sikkim en India. Se pasa por la jungla del Kanchenjunga y las plantaciones de té hasta llegar a la zona del Everest. En la segunda etapa alcanzas el valle de Langtang y el Manaslu. La tercera abordas el Annapurna, Dolpo, Jumla y el Far-Western Region en el extremo occidental del país. Se asciende a pasos de hasta de 5416 metros pero como estábamos muy fuertes, lo hicimos rápido y muy a gusto.

Diste el pistoletazo a la prejubilación con la Ruta 66 en bicicleta. Fueron 3450 kilómetros en 35 días al inicio del otoño de 2017. ¿Por qué elegiste esta célebre y clásica carretera de Estados Unidos?

Es una vía por la que ya no se circula con tanta frecuencia como antaño. Es una forma tranquila de atravesar gran parte del país. Normalmente se hace en primavera porque en verano hay peligro de tornados.

En Missouri y Kansas hay gente en los pueblos, pero en Texas y Nuevo México es como el viejo oeste de las películas, no hay nadie, después de 40 o 70 kilómetros estás deseando llegar a una gasolinera para encontrarte con alguien. Cuando aparecía un motel me decía: “Aquí me quedo porque sino eres carne de cañón.”

En Arizona, a la altura del Cañón del Colorado, entras de nuevo en la civilización hasta poner punto final en el muelle de Santa Mónica.

En bicicleta has hecho el sur de Europa, de Grecia a Azpeitia y recientemente querías llegar a Cabo Norte, pero te han robado en un albergue en Bruselas ¡Quién lo iba a pensar!

Salí de casa en Azpeitia, crucé a Donibane Garazi y tomé La EuroVelo 3, red ciclista transeuropea de larga distancia que va de Santiago de Compostela a Trondheim en Noruega. Pedaleé unos 1300 kilómetros casi sin tocar carretera, ¡fue una gozada! Estuve en París y en Bruselas me robaron la bici y el equipaje, dejándome solo con el traje de ciclista. Retomaré la ruta pronto.

¿La práctica del esquí de montaña también te ha servido para conocer lugares idílicos como la isla de Hokkaido, al norte de Japón o Lyngen en los fiordos noruegos?

En Japón estuvimos en el volcán Yotei, en el parque nacional de Shikotsu-Toya, en la zona de Niseko. Hokkaido está cerca de Siberia -a mil kilómetros de distancia de Tokio- por lo que el frío origina una nieve magnífica con capas de seis a ocho metros que crean en el esquiador una sensación de estar flotando. Los habitantes nativos son los ainus quienes poseen su propia lengua e identidad. Son característicos los “onzen”, baños públicos de agua térmica. Es una sensación curiosa bañarse mientras está nevando.

Lyngen está por encima del Círculo Polar Ártico. Te deslizas desde la cumbre de la montaña con buena nieve en polvo y desciendes hasta el mar.

En marzo 2023 he realizado una travesía con pulkas en el Parque Nacional de Urho Kekkonen en la Laponia de Finlandia. Durante dos semanas debes ser autosuficiente utilizando los refugios. Hay un montón de colinas en las que debes arrastrar como una mula el trineo de 30 kg. Estoy a punto de regresar a Laponia a una nueva expedición.

Aventurarte en nuevas expediciones con más de 60 años debe significar algo muy importante para ti ¿Cuál es el sentido que tiene el viaje más allá de conocer personas, culturas y geografías?

Es el sentido de seguir viviendo. Cuando te levantas a la mañana necesitas una ilusión, un proyecto que haga cosquillas en el estómago. Siempre se tiene nervios al partir, esa emoción no se paga con dinero. Las ganas de vivir que me da organizar el viaje, creármelo en la cabeza y ejecutarlo es para mí la vida, es mi ser.

Texto: Roge Blasco

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