Jerusalén para un turista despistado

Vengo maravillado de Jerusalén. Debería ser la ciudad de todas las naciones y religiones. La más indicada para unir pueblos y espíritus. Es tan especial y elevada quizás por su luz tan encendida, su claridad, la brisa del atardecer ,que es como una acaricia divina. Realmente es una ciudad cerca del cielo. No sé por qué pero me recuerda al Tíbet, el llamado “techo del mundo” y ,sin embargo, cerca de ella está el Mar Muerto que es la mayor depresión que hay sobre la tierra, está a menos 411 metros.

Cómo no venir entusiasmado de una ciudad que a cada paso que das forma parte de la historia, que cada barrio pertenece a una cultura diferente. No más de un minuto para que aprendas algo nuevo. De asombro en asombro. Vivir el presente en otro tiempo histórico. En Jerusalén coinciden el pasado, el presente y el futuro, se transforman en eternidad.

  

Después de conocer ciudades como Estambul, El Cairo, Atenas y Roma, sentía necesidad de, algún día, pisar Jerusalén. El vuelo a Tel Aviv desde Bilbao vía Frankfurt tampoco resultaba demasiado caro para ser Oriente Medio así que nos fuimos toda la familia. Mi mujer y nuestros dos hijos que tienen 10 y 12 años, nuestros compañeros de viaje desde que nacieron.

El miércoles 4 de julio llegamos a Jerusalén bien entrada la madrugada. La primera impresión es de una ciudad armoniosa, todos los edificios construidos en piedra blanca y del mismo estilo, muy mediterránea, oriental, con toque bíblico. Amanece según llegamos al hotel. Debería tener sueño pero me siento fresco como un niño. Tanto tiempo deseando viajar que ahora me siento libre, con ganas de sorpresa.

Horas después atravesábamos la puerta de Damasco. Por el barrio árabe entramos en la parte vieja de Jerusalén, toda ella amurallada. No sabemos muy bien hacia dónde nos dirigimos pero nos dejamos llevar, ya llegará el momento de comprarnos un mapa para situarnos en aquel laberinto de estrechas calles, repletas de comercios y mercancías, desde especias a pasteles. El bullicio es tal que necesitamos respirar. Subimos por unas escaleras hacia una iglesia ortodoxa. De repente la calma y, tras la verja de una ventana, el canto de monjes africanos. Entramos en una pequeña y oscura capilla, sacerdotes negros con túnicas blancas, son cristianos etíopes coptos en plena ceremonia. Mientras les escuchábamos atónitos, un yanki de Florida se ha acercado y en voz baja nos ha preguntado: “¿Sois creyentes?. Seguidme que seguro os interesa a donde os voy a llevar”. Por una serie de pasadizos y escalones nos hemos encontrado ante el Santo Sepulcro y en pocos minutos ya estábamos frente a la supuesta tumba de Jesús.

Continuará…

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