Xavier Aldekoa con el Quijote por el río el Congo.

A Xavier Aldekoa le avalaban 20 años como reportero en África antes de aventurarse por el río Congo. Fue corresponsal del periódico La Vanguardia en Johannesburgo durante 6 años y medio, ha visitado medio centenar de países de este continente cubriendo conflictos e interesándose en su cultura y tradiciones.

Su gran reto era recorrer los 4.700 kilómetros del río más profundo del mundo. Uno de los muchos problemas era el vacío geográfico ya que no existen muchas referencias desde sus fuentes hasta Kisangani. El primer tramo, de unos dos mil kilómetros, es terra ignota. Además, los barcos podían estropearse, la opción de sufrir un naufragio era una posibilidad no descartable. Otro de los temas que le preocupaban, y que conocía de primera mano por anteriores reportajes, es que se las tendría que ver con grupos rebeldes. Hay zonas en las que el gobierno no existe y el ejército no llega. El río y sus caminos están controlados por grupos armados. Todas estos miedos e incertidumbres eran superados al imaginarse el resplandor anaranjado de los atardeceres y la escucha del fragor de la selva al anochecer.

Contactó con historiadores, geógrafos, escritores, artistas y filósofos congoleses para citarse con ellos a lo largo del curso fluvial.

Acostumbrado, por su afición al alpinismo, a ir ligero de equipaje, cargó con lo indispensable en una mochila manejable, de solo ocho kilos. Así inició su mayor aventura que ahora se puede leer en el libro “Quijote en el Congo” (Península).

Entre todos los continentes ¿por qué has elegido África para desarrollar tu carrera como reportero y como persona?

Hay una explicación periodística y otra vital. Es un continente tesoro para cualquier periodista, sus habitantes están habituados a convivir en comunidad, en la calle, están dispuestas a recibir a quien viene de fuera e interrelacionarse. Los periodistas esencialmente escuchamos y en África hay miles de personas deseosas de contar sus historias.

A nivel vital me viene desde la infancia cuando mi padre nos relataba cuentos de libros como “El viejo y el mar”, “Lazarillo de Tormes”, “El Quijote” o “Un capitán de 15 años” de Julio Verne en el que el protagonista desembarcaba por equivocación en las costas africanas. Embelesado por la narración, me subía a una palmera y creía ver una jirafa, mi hermano Dani escuchaba un león, mi hermana un hipopótamo. Este cuento fue la semilla de esa pasión por África.

Éramos una familia de clase trabajadora, no viajábamos y por eso nos imaginábamos animales con trompas, cuellos largos, con cuernos en medio del hocico; sin duda era un lugar que con el tiempo debería conocer.

¿Cuándo llegó el momento, cuándo pisaste por primera vez África?

Fue en 2001, tenía 20 años y me fui a Mali a seguir la ruta del explorador francés René Caillié quien en 1828 fue en busca de la ciudad perdida de Tombuctú que se creía era de oro y diamantes. Cotejaba su diario con lo que veía en aquel momento.

¿Por aquel entonces fuiste ya de reportero?

Nunca he ido a África con inquietud viajera o de aventura. Evidentemente son elementos que juegan ese papel, pero mi único cometido ha sido hacer reportajes desde entonces hasta ahora.

Antes de navegar por el río Congo ya lo habías hecho por el río Nilo y dejaste constancia escrita en “Hijos del Nilo” (2016) ¿Cuáles son las diferencias entre los dos grandes ríos africanos?

Realicé un recorrido tanto por el Nilo Blanco que nace en Uganda como por el Nilo Azul que tiene sus fuentes en Etiopía. Ambos se juntan en Jartum, capital de Sudán y de ahí desemboca en la costa mediterránea de Egipto. Tiene como característica que es un río que siempre ha sido abierto al mundo. La civilización egipcia, la nubia, los griegos, romanos, filósofos como Platón, Aristóteles, conquistadores como Alejandro Magno, Napoleón, todos han estado interesados por este río de luz.

El río Congo es totalmente diferente. Yo creo que es un río que no sabe que es un río. Tiene alma de mar. Es el más profundo del mundo, llega hasta 220 metros en algunos puntos. Podíamos sumergir por completo el estadio de San Mames. En algunos puntos tiene 23 kilómetros de ancho, es una barbaridad, el estrecho de Gibraltar tiene 14 kilómetros. Pero además tiene un contrapunto de luz y oscuridad. Así como el Nilo ha estado abierto a civilizaciones, el río Congo durante siglos se mantuvo como un río oculto. Cuando los primeros exploradores portugueses intentaron hacer una avanzadilla, las enfermedades y las tribus locales acabaron con ellos y durante siglos nadie lo volvió a intentar.

Por otro lado, es una zona prácticamente inaccesible pues las márgenes están cubiertas por una selva inabarcable. Las conexiones son muy malas, incluso en la actualidad no hay una carretera que una el este con el oeste del país. El río es la única arteria líquida que conecta los puntos pero todavía, como digo, está bastante inexplorada.

¿Cómo solventabas las zonas no navegables?

En los primeros 2000 kilómetros desde las fuentes hasta Kisangani hay rápidos que obligan a abandonar el cauce para avanzar por tierra ya sea caminando o en motocicleta. Pero el mayor problema es que en el estado de Katanga hay mucha explotación minera tanto industrial como artesanal. La zona de Kongolo está dominada por los rebeldes armados y hay que negociar con ellos. Supone un riesgo de ser asaltado, secuestrado o incluso algo peor.

¿Qué tipo de embarcaciones has utilizado a lo largo del río Congo y en qué condiciones has navegado?

Quería viajar como los locales, evitando las lanchas rápidas y los aviones. Eso significó navegar en canoas a veces a remo o movidas por un pequeño motor. En otros casos, utilicé barcazas de madera de dos pisos, del tipo la película “La reina de África” aunque en estado lamentable. Incluso hay plataformas como ciudades flotantes tiradas por un remolcador, por ejemplo, la que utilicé por el tramo más largo navegable – unos 1750 kilómetros- entre Kisangani y Kinsasa. Iba a bordo del “Mampeza”, una plataforma de unos 60 metros de eslora. Estábamos más de 300 pasajeros hacinados, ni tan siquiera nos podíamos mover entre contenedores, sacos y mercancías. Por suerte, conseguí descansar encima de una nevera frigorífico.

Son embarcaciones muy inestables y se producen muchos naufragios que se convierten en auténticos desastres. La higiene en estos viajes que pueden durar semanas o incluso meses es para tenerlo muy en cuenta. Teníamos un solo lavabo para 300 personas. A la noche debía de colocar la mosquitera porque nos asaltaban nubes de mosquitos, así que tumbarme en aquella nevera colocada de manera horizontal fue para mí un hotel de cinco estrellas.

¿Cómo se accede a las fuentes del río Congo?

Están en la frontera entre Zambia y la República Democrática del Congo. Hay que dirigirse al pueblo de Kilela Balanda donde se acaba una carretera horrible, destrozada, malamente pasa una motocicleta. Se alcanza una aldea vecina llamada Munema para continuar por un caminillo al lugar donde brota el río Congo. Para visitarlo debes de negociar con el brujo o chamán local para lograr el permiso de los ancestros. Si no tienes su bendición la selva te atrapará para siempre e incluso se pueden secar las fuentes y su cauce.

Tuviste suerte porque el chamán te concedió el permiso y además te vaticinó un buen viaje Pero también hubo momentos delicados como cuando por leer “El Quijote” te tomaron por hechicero y posteriormente por un espía.

Llevé “El Quijote” como lectura porque sabía que durante los dos meses de travesía iba a estar sin electricidad ni internet, así que busqué un libro largo que me tuviera entretenido.

En una de las embarcaciones la gente me empezó a mirar de manera extraña, pensaban que era brujo porque solo ellos leen libros voluminosos. Si hubiera habido alguna desgracia, si alguien se hubiera caído por la borda, estropeado el motor o impactado un rayo, me habrían culpado a mí por mi supuesta condición de hechicero. Tuve que convencerles que tan solo era un periodista y estaba escribiendo un libro de mi viaje por el río Congo.

La incertidumbre es una compañera constante en el viaje. Nos sabes nunca lo que va pasar. Llevaba dos semanas esperando un barco y cuando por fin arranca el motor, me llaman a la puerta del camarote y se presentan 6 soldados para echarme del barco porque pensaban que era un espía. Hay miles de situaciones que pueden ocurrir, entre ellas juega un papel importante la naturaleza de un río salvaje con unas tormentas que sobrepasan lo sobrenatural. Se asemejan a dos dragones peleándose sobre tu cabeza. Es algo aterrador y hasta hipnótico. No puedes hacer nada, solo admirar el espectáculo que te brinda la naturaleza.

A pesar de todo confiesas en el libro que amas el río Congo.

Sin duda alguna ha sido el viaje más intenso de mi vida. No lo podría haber realizado si no llevara 21 años como periodista en África. Muchas veces estuve a punto de abandonar pues hubo circunstancias que se me fueron de la mano, pero también me sentí completamente libre y esa sensación no ocurre tantas veces. Intenté con todas mis fuerzas y hasta el final vivir un sueño que perseguía desde hace mucho tiempo. Me ha dejado una sensación de libertad y de felicidad que me acompañará toda la vida.

“Quijote en el Congo” edita Península.

Texto: Roge Blasco

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