Inteligencia emocional

El 20 de marzo me dejó…

Rogelio Fernández Ortea

Llevábamos cinco años y medio de relación y el día 20 de marzo me dijo: “Si querías ver mi límite lo acabas de descubrir. No quiero seguir con esta relación. Me voy.” Esas fueron sus primeras palabras. En ese momento empecé a sentir el cambio.

Antes incluso de poder comprender la magnitud de lo que me estaba diciendo, noté un cambio en el cuerpo, en mi interior. Era como si estuviese mutando la composición química del mismo. Una especie de transformación interna que cambiaba mi forma de ver la realidad. Un cambio físico que anunciaba que algo malo se avecinaba.

Con un  posterior razonamiento, podríamos hablar de que se pusieron en marcha emociones como el  miedo, la ira o la tristeza;  también los sentimientos subjetivos que experimenté en base al componente biográfico de mi personalidad; igualmente una amalgama de pensamientos diversos que generaba mi mente;  la transformación de mi rostro, de mi voz, de mi gestualidad, y los primeros comportamientos que se evidenciaron en la solicitud del perdón y la súplica de nuevas oportunidades para evitar la pérdida. Todo esto sería, y es, una reflexión ex post. Lo primero fue el cambio físico y es en esto donde quiero poner el acento.

Considero que muchas veces, más aún cuando hablamos de emociones relacionadas con el amor o con el desamor, nos centramos mucho, y no digo que no haya que hacerlo, en su parte más sentimental, más épica o dramática si quieren, y dejamos de lado su componente más primario, más físico, más bioquímico. Lo que me anunciaba mi cuerpo con ese golpe de estrés es que me tenía que preparar para superar algo que iba a causar dolor, mucho dolor y sobre todo el peligro de caer en un exceso de pensamiento dramático, de un drama que mi mente me iba a ofrecer protagonizar y que por experiencias pasadas sabía que era muy peligroso por su intensidad. Y en eso me centré: en no caer en un duelo  que se eternizase y que no me iba a dar tiempo a pasar dada la edad que tengo y mi tendencia a duelos amorosos muy largos e intensos en sufrimiento baldío.

El primer aviso de fue físico, y la solución también lo fue. Puse el foco de atención en varias cuestiones que debía abordar para tener la mente lo más a raya posible: actividad física, alimentación, meditación y cambio de  rutinas. Por suerte tengo perro, hembra, y ella fue mi compañera de caminatas y de penurias. Digamos que me puse a andar como si no hubiese un mañana.

 

A buen ritmo y con un buen recorrido, vivo en San Sebastián, todos los días, mañana y tarde, salía a andar unas cuantas horas junto con mi perra Cora. Antes de la primera caminata, que empezaba al amanecer, hacía un poco de práctica meditativa lo que me permitía intentar bajar el foco de atención de la mente a la respiración cada vez que los pensamientos se disparaban, lo que era prácticamente constante. Al mismo tiempo, mejoré sustancialmente mis hábitos alimenticios, orientando la dieta a la salud. Además, como es natural, seguía con mi actividad profesional que, por fortuna, también es vocacional, en la que me resultaba relativamente fácil estar concentrado. Finalmente, cambié mis rutinas diarias: lectura y música en lugar de televisión. Afortunadamente no tengo redes sociales salvo LinkedIn y lo más importante, tengo un grupo, poco numeroso,  de personas leales con el que llevo toda una vida a las que llamo amigos.

Los componentes del duelo seguían marcando mis días, no se crean: la intranquilidad, la negación, el miedo, la ira, la tristeza y aún peores como el resentimiento estaban presentes pero esa atención a las cuestiones más orgánicas me ayudó y mucho a sobrellevar una pérdida que fue muy dolorosa.

Y con esto quiero terminar, con la reflexión que subyace a todo lo que les he contado: tenemos que prestar más atención al cuerpo para no caer, como decía Antonio Damásio, en el error de Descartes.

Les dejo con este vídeo porque me gusta mucho, lo dicho y quien lo dice. También es un modesto homenaje a Gala, don Antonio.

 

P.S. No tuve noticias en un mes. A los 40 días volvimos a salir. Ahí seguimos con las cosas del amor.

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