Inteligencia emocional

Espíritu navideño: ¿antídoto del resentimiento y el rencor?

La vida de una persona adulta es, entre otras cosas, el cúmulo de experiencias de vida, historias, amores y desamores; encuentros y desencuentros; ilusiones y decepciones; aprendizajes y olvidos.

La vida de un bebé son pocas emociones (las así llamadas emociones básicas). A medida que vamos caminando en este pedacito de historia que nos ha tocado vivir, vamos complejizando nuestra vivencia emocional; de este modo, la tristeza se va convirtiendo en melancolía; el miedo en agobios y preocupaciones; el asco en decepción y en odio; la ira en irritación y en desconfianza; la sorpresa en abatimiento; y de igual manera la alegría, se puede convertir en un amplio abanico de emociones: curiosidad, seguridad, cariño, liberación. Vamos también generando nexos de unión entre las diferentes emociones y, en consecuencia, experimentamos nuevas emociones: el miedo y la tristeza, nos llevan a la desesperación; la ira y la confianza a la dominación; la sorpresa y el asco a la incredulidad, etc. (Web del Maestro CMF, s.f.).

Todas estas emociones nos afectan física y mentalmente.  Afectan la manera en que nos relacionamos y como vivimos el día a día. Algunas nos permiten ser más felices y llevar una vida más armoniosa. Otras en cambio nos carcomen, cual polilla que nos devora por dentro.

Entre estas diadas de emociones secundarias o complejas, hay dos que en modo particular me han llamado la atención en el último período: el resentimiento y el rencor.

El rencor, se define como “ese sentimiento muy poderoso de enfado profundo y persistente, que se mantiene en el tiempo, que se queda como ‘enquistado’ en nuestro interior haciendo que nos afecte negativamente a nivel emocional” (Castro, 2022). El rencor viene del resentimiento y resentirse es, según la RAE, “empezar a flaquear o debilitarse”, “tener sentimiento, pesar, enojo por algo”, “sentir dolor o molestia en alguna parte del cuerpo” (RAE, 2021).

Cuantas veces, organizo mi día a día en función de ese resentimiento, con el objetivo de demostrar a alguien que yo tengo razón, cuando en verdad estoy flaqueando, dando señales de debilitamiento; señales de un dolor, una herida que sigue enquistada en mí y no me permite vivir en el lado de la alegría.

Siempre me he preguntado por qué en esta sociedad, de la cual hago parte hace ya unos cuantos años, la Navidad, un evento tan profundamente religioso, sigue siendo un evento tan importante. Prácticamente a nadie le pasa desapercibida.  Es cierto que los medios de comunicación, la lotería y otros elementos sociales nos la recuerdan: las luces de la ciudad, etc.

El espíritu navideño, tan arraigado, en nuestra cultura (incluso en personas que no tienen una creencia religiosa), es sin duda la necesidad de vivir en un período donde el rencor y el resentimiento no tengan cabida.  Lo veo como un período donde nos queremos demostrar que somos capaces de una sociedad “armoniosa”, donde el afecto prima, y la sensación de flaqueo y   debilitamiento no tienen lugar.

Es un ejercicio mental, de liberación, y en el que la palabra o la emoción que hace de antítesis es el Perdón (cómo constructo emocional).

Llegué a esta conclusión hace poco: me llegó un WhatsApp de una persona que me pedía un favor.  Fui consciente que estaba anclado en el rencor, resentido.  Y mi herida hizo “plop”.  Me di cuenta que en esa relación, la persona más afectada era yo.

Me hice entonces las siguientes preguntas: ¿Vale la pena?…   Si la rueda de las emociones fuera una pizza, ¿Qué trozo me gustaría comer?

Referencias 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Confianza online