Inteligencia emocional

Cloto, Láquesis y Átropos

Paul Thumann: The three fates

Las moiras griegas – Cloto, Láquesis y Átropos – personificaban el destino. La creencia de la época era que se presentaban ante el recién nacido para determinar el curso que tomaría su vida. Su oficio era hilar, y el material con el que trabajaban eran los hilos de la vida de los mortales. Cloto, con la rueca y el huso, lo hilaba. Láquesis, medía y determinaba su longitud y Átropos era quien lo cortaba finalmente, eligiendo tanto el cuándo cuanto el cómo.

Años más tarde, los romanos denominaron parcas – Nona, Décima y Morta – a sus tres homólogas regidoras del sino de los seres humanos: nacimiento, vida y muerte, pero a diferencia de aquéllas, éstas, además, lo escribían de forma imborrable en una pared de bronce, usaban lana para la línea principal y entretejían en ella filamentos de oro o lana negra determinando así los momentos alegres o tristes de cada cual.

La tanatofobia es algo relativamente reciente y básicamente inherente a la sociedad occidental que, aferrada a la presunta omnipotencia de la razón y el conocimiento científico, se resiste a aceptar que una de las pocas certezas irrefutables es  que, tarde o temprano, la muerte llega, la vida acaba. Y mientras tanto  prefiere ocultarla, pretender que no existe, convertirla en tabú, utilizar todo lujo de eufemismos para referirse a ella evitando nombrarla (la parca, daños colaterales, víctimas, bajas, dormir el sueño eterno, pasar a mejor vida, hacer el último viaje…) o incluso trivializarla quitándole dramatismo mediante series, películas o videojuegos violentos y sangrientos. Vida y muerte son realidades inexorablemente inseparables y cuando pretendemos escindir la cara de la cruz de esta moneda, nos enfrentamos, entre otras, a dos consecuencias: la desesperación y el olvido. En nuestra cultura nos cuesta aceptar la muerte de alguien a quien queremos , y tras la pérdida, se pone en marcha un mecanismo de borrado o emborronamiento paulatino de la memoria para huir de esa sensación de malestar. (Recomiendo la lectura de Sobre la vida, la muerte y el duelo ¡Carpe Diem! y otras entradas de la Dra. Arantza Echaniz Barrondo en torno a este tema).

Aun siendo occidental, la cultura mexicana ha mantenido la tradición ancestral prehispánica de honrar a sus muertos. No se trata de una rememoración lúgubre, sino de una auténtica fiesta en la que quienes ahora recuerdan y ofrendan a los suyos, no olvidan que mañana serán quienes protagonicen esta celebración.

Llama la atención cómo la cultura cristiana, mayoritaria en occidente, no ha conseguido infundir esa relación sana y natural entre vida y muerte, dejándose arrastrar por el pesimismo existencial.

Hace unos meses caí en la cuenta de que, aunque están presentes el día de su aniversario, en cierta medida mis muertos estaban muy ausentes de mi memoria y empecé por hacer mentalmente una lista: Amaia, Conchita, Pedro Juan, Miren, Chito, Mayita, Fernando, Giulio, Lluís, Ricardo, Antonio, José Miguel, Antonio, Fernando, Milagros, Dionisio…

A base de recitarla diariamente, se han ido incorporando Alejandro, Carmen, Enrique, Emma, Piling, Purichu, Donald, Cecilio, Petra, María, Jesús Mari, Felipe, María Luisa, Virginia, Iñaki, Ramoni, Jesús y Marisa.

Es curioso que una práctica que lleva poco menos de un minuto reviva tantas experiencias y dé tanta paz. Hoy es la primera vez que redacto estos nombres. ¡Vaya por todas y todos…!

Cuando no hay nadie en el mundo de los vivos que te recuerde desapareces de este mundo. (Coco)
Recuerdame https://youtu.be/uydBppstlnk

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