Inteligencia emocional

Erótica de la negativdad

Foto de Adrian Swancar en Unsplash

En nuestra calidad de mamíferos superiores no podemos escapar, total y afortunadamente, de nuestros instintos. Es decir, no podemos dejar de ser, mal que nos pese, animales. ¡No queda otra que reconocerlo! Evolutivamente, nuestros cerebros están programados, entre otras cosas, para la supervivencia, para defendernos y/o protegernos de los posibles peligros que acechen nuestra vida o la de nuestra manada. Estamos genéticamente programados/as para sospechar, percibir, reconocer o intuir lo desconocido que podría hacernos daño o aniquilarnos individual o colectivamente. Es por esto que tendemos más a percibir lo negativo y lo peligroso que lo positivo.

Desde el aspecto meramente instintivo, todo lo que encaje en lo descrito en el párrafo anterior atraerá como un potente imán nuestra atención y, más que probablemente, nuestra acción. Nuestros cerebros necesitan la mayor información posible para mantenernos a salvo.

Por este motivo el cerebro humano no es amigo de la incertidumbre. Necesitamos esa información para mantenernos a salvo. Nuestro cerebro lo sabe, y moviliza ciertos recursos para obtenerla. Quizás sea el motivo por el que tenemos esa necesidad imperiosa de pararnos con el coche ante un accidente de tráfico en el carril contrario. O ver el siguiente episodio de nuestra serie favorita cuando se queda en mitad de la acción. Saber nos calma y da seguridad (Cardell, 2020).

Vivimos en la era de Internet, en la de la información global, pero sin claros referentes informativos. La llamada democratización de la información escasea de fuentes fiables y excede de informantes de dudosa legitimidad. Si a esto sumamos nuestro instinto natural para la búsqueda de información preventiva, podemos caer en lo que se ha denominado el doomscrolling (del inglés doom = muerte, fatalidad, maldición, destino y scroll = desplazarse por las pantallas de los dispositivos informáticos) y que podríamos definir como la búsqueda obsesiva de información que nos dé certezas para prepararnos para la defensa en un mar de informaciones negativas e inciertas. Los algoritmos de las redes sociales hacen su trabajo y nos ceban de lo que más se ajuste a nuestras preferencias. Y, tarde o temprano, nuestros cerebros se colapsan. Quedamos atrapados en un bucle de ansiedad y depresión en el momento actual (Cardell, 2020). En este sentido el doomscrolling puede llegar a convertirse en una peligrosa adicción: la dependencia nociva de recibir malas noticias.

El consumo de malas noticias nos provoca inevitablemente emociones negativas. Según Eduardo Torrecillas, las emociones negativas pueden convertirse en disfuncionales dependiendo de su intensidad. Las emociones son humanas, es decir, el humano está diseñado para crear, experienciar y en definitiva vivir todo tipo de emociones, tanto negativas como positivas. Y resulta que a veces, buscando el escapar del estado de ánimo desagradable, acabamos viviendo uno que nos daña aún más (Torrecillas, 2015). Así, la preocupación, exacerbada, se convierte en ansiedad. La tristeza en depresión. El enfado, si es con uno mismo, en culpabilidad, y si es hacia las/os otras/os, en ira.

Una vez más, ser conscientes de lo que hacemos y sus consecuencias es el primer paso para tomar las medidas necesarias para conseguir una relación saludable con las nuevas tecnologías y ayudarnos a mantener un cierto equilibrio emocional.

Como dice el antiguo proverbio chino: Si las cosas tienen solución, ¿por qué preocuparse? Y si no la tienen, ¿por qué preocuparse?

Bibliografía

Cardell, Fabián (2020, 17 de diciembre). Doomscrolling: el cortocircuito de nuestro cerebro. Recuperado de https://psicologiaymente.com/social/doomscrolling

Torrecillas Rivera, Eduardo (2015, 16 de noviembre) ¿Son las emociones negativas tan malas como parecen? Recuperado de https://psicologiaymente.com/psicologia/emociones-negativas-malas-como-parecen

 

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