Inteligencia emocional

LOS MARAVILLOSOS DOCE

Hace poco el Juez Emilio Calatayud conocido por sus sentencias de carácter educativo a menores, escribió un artículo hablando sobre que los doce años no  era una edad muy adecuada para que los niños y niñas acudiesen  al instituto. Parece que tuvo repercusión porque en estas últimas semanas me han llamado de varios medios de comunicación preguntándome al respecto. Por lo que parece que tiene interés conocer si esto es cierto o no pasa nada porque el comienzo de esta etapa se haga a esta edad.

Por comentar algún dato histórico que nos permita contextualizar. La ley educativa que promulgó la entrada en el instituto a los doce años fue la LOGSE en 1990, anteriormente a esta nueva ley de educación, estaba la famosa E.G.B, B.U.P y C.O.U a la que pertenezco.

Supongo que cuando se promulgó esta ley, como otras tantas después, apareció alguien con esa mente preclaras que le parecía una buena idea que los niños y niñas comenzasen el instituto a esa edad, pero no parece (igual me equivoco) que contasen con asesoramiento experto en este área como  psicólogos educativos.

En mi opinión,  creo que fue un error incluir este cambio en el modelo anterior donde se acudía al instituto a los catorce años.

De hecho, por este cambio,  nos “inventamos” una nueva etapa evolutiva: la preadolescencia. Antes era la pubertad visualizada por el cambio físico y hasta los doce años todavía eras considerado un niño y nadie se refería a ti como preadolescente o adolescente. Luego con catorce o quince ya si eras un adolescente de pro y te comportabas como tal.

Porque creo que fue un error incluir a estos niños y niñas en el instituto, solo un dato: cuando yo estudiaba BUP la edad media en la que se tenía la primera relación sexual estaba en los diecisiete, dieciocho años. El inicio en el consumo de alcohol se encontraba en los quince. Hoy en día, la primera relación sexual, de media, se tiene a los catorce años y el inicio en el consumo de alcohol está en los doce. Creo firmemente, que esta es una consecuencia directa del cambio de edad en la entrada en el instituto.

Dicho lo cual, hablando a nivel exclusivamente psicológico y evolutivo esos dos años de diferencia de entrar con doce a los catorce es un mundo, literal. Con catorce estamos en un proceso más asentado físicamente. Nuestra imagen se mantiene más estable que con doce años. Si observáis a un niño/a de doce y uno/a de catorce se ve claramente a lo que me refiero. Unido a este asentamiento más estable de nuestra imagen corporal, va un manejo más adecuado de las situaciones que tiene que ver con las relaciones sociales ente los iguales y con el mundo adulto representado, principalmente, por profesores, padres y madres. Si ya de por sí, es una edad de cambios bruscos y poco entendidos, en el que se está en la antesala de salir al mundo adulto, imaginar esto con los de doce años. Entran de repente, de estar en un entorno protegido, seguro, a veces hiperprotegidos por los padres y madres, a un entorno donde te tienes que buscar más la vida, ser ya un “adolescente” al uso, con todo lo que ello supone.

Si todavía no queda claro, solo tenéis que preguntar, por ejemplo, a un niña de doce años lo que cree que tiene que hacer como adolescente en el instituto y veremos si está preparada o no. Esos dos años de diferencia permiten tener una perspectiva diferente y herramientas también mejores para enfrentarse a los entresijos de esta nueva etapa en la vida: la presión de grupo, los estudios, los diferentes consumos que van a tener a su disposición, las relaciones sexuales y afectivas, etc.

Cuando pregunto a un niño o una niña que después del verano se va a incorporar al instituto, lo último que les preocupa son los estudios o si lo profes van a estar menos pendientes. Les preocupa si van a caer bien, si no se van a meter con ellos, si en su clase va a ver repetidores, en definitiva si van a encajar. Cuando vuelvo a interrogarles después de la primera semana de clase que les ha llamado la atención, nunca son los asignaturas o los profes, lo que me cuentan es que hay un repetidor que pasa del profesor, que se fuma, que las parejas se besan en el patio… lo dicen con unos ojos abiertos de par en par, enormes llenos de curiosidad repentina, de asombro y ven que se abre ante ellos, un mundo de posibilidades en todos los sentidos. Recuerdo el comentario a esa edad de una niña acomplejada y agobiada porque no tenia todavía pecho y estaba muy preocupada porque los chicos la iban a ver como a una niña y los mayores (para ella eran de catorce años) se fijaban en las que tenían tetas. En fin, un choque difícil de digerir para esa mente que pasa en un dos meses de ser una niña o un niño a ser un adolescente.

Si tengo que elegir como psicólogo infanto juvenil primero y como padre después a qué edad prefiero que mi hija vaya al instituto, elijo los catorce.

 

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