Inteligencia emocional

El niño miedoso y egocéntrico que tenemos dentro

Siempre se ha dicho que es importante que saquemos al niño y niña que llevamos dentro, que le dejemos salir de vez en cuando para estar mejor y conectar con cosas que nos hacen felices. Pero como en esta ocasión, en esta situación tan rara, extraña y llena de incertidumbre que estamos viviendo, también y sin que nos lo propongamos,  sale el niño miedoso y egocéntrico que todos llevamos dentro.

En el proceso de crecimiento, una de las cosas más difíciles a las que nos enfrentamos desde niños, es cuando nos toca superar y vencer los miedos que van apareciendo en nuestra vida. Muchos de ellos, se pasan con el tiempo, como el que aparece en los primeros años, el famoso miedo a los monstruos y los fantasmas. Cuando somos pequeños estos seres aterradores existen, tienen cara, vida propia y el miedo que nos hacen sentir es muy real. Para refugiarnos de ellos pedimos siempre a nuestros adultos protectores que nos acompañen cuando dormimos o dejen la luz encendida, esa luz que lo puede todo y que durante la aterradora noche nos libera de ellos. Lo bueno es que a medida que crecemos y sabemos más, por así decir nos hacemos más sabios, un día casi como por arte de magia, nos volvemos clarividentes y descubrimos que no existen y sin más dejamos de temerlos. Ya no se necesita la luz salvadora, ni a nuestra madre y padre rescatadores.

Otra manera que tienen los niños y niñas para enfrentarse y superar sus miedos es cuando juegan a ser mayores: se disfrazan de médicos, de policías, de aventureros, de magos. El juego les hace sentirse poderosos, poderosas teniendo la certeza de que así vencen esos temores. Pero cuando se quitan el disfraz vuelve a aparecer ese hormigueo desagradable esperando de nosotros, sus padres y sus madres,  que luchemos contra lo que provoca esa sensación y volvamos a actuar de nuevo, como protectores. Esto nos hace colocarnos en la posición de superhéroes y superheroínas. Siempre por ellos y por ellas vencemos nuestras propias inquietudes, porque podemos apartar sin pensarlo nuestro ego. Una de las lecciones vitales que si lo hacemos bien aprenden, es que luchar por los demás, es luchar por uno mismo, que salvar a los demás, es salvarse a uno mismo, que ayudar a las personas, es ayudarnos a nosotros mismos.

Luego viene otra época de temores diferentes: la adolescencia.  Una época en lo que parece que no temen a nada. Pero intentan librarse de sus miedos llenos de maquillaje, actitud rebelde y ataviados con ropa que les hace parecer mayores. Se preparan para su libertad, su autonomía y sobre todo  para salir por ahí de fiesta. Reivindicando desde su disfraz de madurez cotas mayores de libertad. Pero, ¿qué ocurre cuando se meten en un lio?, ¿se encuentran en un callejón oscuro? o ¿en un sitio que no conocen?…pues que vuelve a aparecer ese niño miedoso y egocéntrico que llevan todavía dentro. Vuelven a llamar a su padre y a su madre recordándoles que están ahora, como antaño, para rescatarles y salvarles del peligro. Para que vengas a buscarles, les abraces y les digan que todo saldrá bien y finalmente les lleves a casa, a  ese lugar seguro.

Y por fin llegamos a territorio adulto, donde  ya no existen los monstruos, ni los fantasmas, ni los callejones oscuros, un territorio de seguridad ¿no? Pero, hoy ha llegado a nuestras vidas, por sorpresa uno. Ha llamado a la puerta de casa, un monstruo, un fantasma invisible que ha vuelto a despertar al niño miedoso y egocéntrico que llevamos dentro. Pero a diferencia de nuestros peques que siempre tienen quien acuda al rescate ¿quién tenemos para que venga a salvarnos ahora? ¿Quién nos va a tranquilizar diciendo que todo va a ir bien? Miramos desesperados a derecha, a izquierda, arriba, abajo y no vemos a nadie, bueno si, a nuestros representantes. A otros adultos que les está pasando lo mismo que a nosotros con este fantasma llegado de tierras lejanas. Hasta hace nada, vivían cómodos y cómodas en esa adultez tranquila en la que se piensa solo en presente y de repente se han encontrado, cual adolescente desorientado, en un callejón oscuro. Casi sin pensarlo, como una respuesta instintiva, visceral y emocional quieren llamar a su padre, a su madre, pero cuando llaman, nadie contesta. Todavía no se han dado cuenta que los padres y las madres a los que esperan como héroes o heroínas son ellos y ellas. Que de repente se les ha caído el maquillaje y las ropas de “mayores”, que su disfraz, si no tiene mascarilla, guantes, gafas y buzo blanco,  ya no tiene ese efecto protector.  Notan ahora como un golpe de realidad brutal, todas nuestras miradas. Somos esos niños y niñas que les llamamos para que nos vengan a buscar, nos rescaten, nos abracen y nos digan que todo saldrá bien, que ellos y ellas se encargan de todo. Espero que se den cuenta lo antes posible que ya han crecido y que al otro lado del teléfono solo están ellos.

No quiero acabar este post, sin mencionar a los otros adultos que si están con su ropa de superhéroes y superheroínas, con sus guantes, sus mascaras, sus trajes blancos, sus delantal de supermercado, sus furgonetas, sus coches y camiones casi construidos como el Aston Martin de James Bond que supera todos los obstáculos, los vigilantes de luces azules, los que en la universidad tenían cuatro ojos…a todos ellos y ellas sus padres y madres enseñaron bien. Les enseñaron que el miedo se vence mirándolo de frente, se vence diseccionándolo, pero sobretodo se vence cuando piensas en los demás y uno se olvida durante un momento de sí mismo. Gracias por decirnos que todo va a salir bien, gracias por estar al otro lado del teléfono.

 

 

 

 

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