Inteligencia emocional

Las amistades leales

Las amistades leales

Me estoy haciendo viejo (y hora saldrán mil voces bienintencionadas diciendo que noooo, que esto/estamos fenomenal, que no diga eso, que estoy estupendo “para la edad que tengo” y no sé cuantas exclamaciones más…) ya que mayor soy hace tiempo. Y en este tránsito, no menor, de sentirte mayor a ir entrando en la senectud, vuelve a mi cabeza una cuestión central en mi  vida, aunque algunas personas lo consideren un lugar común: la amistad. Un sustantivo que en este momento veo imprescindible que le acompañe un adjetivo fundamental: leal.

Que la amistad es importante no es algo nuevo, más si cabe para aquellas personas que no hemos formado una familia al uso y que nos hemos apoyado en ella para vivir y sobrevivir y que hecho de ellos y de ellas, de nuestros amigos y amigas nuestro linaje. Tampoco es nueva la importancia que hoy en día le está dando la ciencia como elemento central de nuestra salud física y mental. El Estudio sobre desarrollo adulto  que está siendo realizado en  Harvard y que fue popularizado en 2015 por una charla TED que ofreció Robert Waldinger, actual y cuarto director del estudio es una muestra de ello. En este proyecto de investigación destacan dos conclusiones: la importancia las relaciones y la calidad de estas para tener una buena vida ,con lo que me permito extrapolar que las amistades leales nos permiten vivir más y mejor.

Esta reflexión que acabo de hacer tiene su referencia en una vivencia personal que ha tenido su último capítulo, que no su capítulo final, este fin de semana. Un grupo de personas, diverso y complejo, con una amistad longeva se juntaban después de meses sin estar juntas. Durante ese tiempo había surgido y  desarrollado un conflicto delicado que había comprometido, de forma diferente en cuanto a implicación e intensidad, las relaciones interpersonales de sus integrantes. La jornada fue todo un éxito que se debió fundamentalmente a la generosidad de sus miembros, a su amistad, a su lealtad.

Generosidad a la hora de convocar al grupo de amigos y amigas. Lealtad por parte de todo el grupo de acudir a la cita. Amistad entre personas que llevan tiempo juntas y que han hecho que su afecto personal, puro, desinteresado y compartido se haya fortalecido y  siga haciéndolo con el tiempo. No hubo ningún reproche, ni de palabra ni de gesto. Nadie quiso hacer valer su razón o las razones que podían argumentar de un suceso que parecía ni haber existido. No hubo fingimiento, aunque probablemente todavía quedaba algún recuerdo del dolor sufrido. No se reclamaron deudas de cuentas pasadas. Sí que hubo alegría, compañerismo, fraternidad, buenas conversaciones, buena comida y bebida, buenos abrazos y buenas sonrisas. Todo ello debido a especialmente la generosidad de algunas personas leales que creen que la amistad es algo que debe ser preservada. Fue toda una lección, fue toda una experiencia que doy gracias a Dios por haberla vivido. Una experiencia de la que yo solo fui un actor secundario.

Y digo esto, porque pudiera dar la sensación de que lo que les acabo de contar es una “película navideña”. Que es una visión dulce de la vida y de sus cosas importantes y de la que yo soy casi el protagonista principal, pero no es así. Como les decía en un principio, para mí la cuestión de la amistad ha sido central pero no solo por convencimiento, sino por tormento (soy persona que tiende al sufrimiento, un tanto dramática) y por estar poniendo en una balanza insaciable lo que aporto y lo que me aportan, lo que quiero y lo que me quieren siempre demandando un poco más. Sé que no queda bonito decir esto, pero este es precisamente el motivo por el que me maravilló experimentar la generosidad que la amistad  conlleva.

Les dejo ya. Y lo hago con una observación final compartiendo y un regalo que me hicieron hace unos meses. Habla bien, dice mucho de nosotros las amistades que tenemos. Tener las amistades que tengo habla bien de mí.

El regalo que comparto, y que es de Whitman, es este…

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