Inteligencia emocional

Tú y Yo

Por Igor Fernández

Prestar atención a las necesidades de los demás sólo es posible desde la asunción del derecho a tener las necesidades propias cubiertas.

Quien más y quien menos conocemos personas con ciertas dificultades para mostrar su afecto, personas a las que les resulta una tarea casi imposible (si no media la artificialidad), el poder mostrarse tiernos con un niño pequeño, o simplemente poder decir un “te quiero”. A quienes estamos en contacto con nuestras emociones y lo que nos dicen, nos resulta chocante encontrarnos con alguien que rechaza el contacto físico, o las muestras de ternura. Esto tiene una de sus causas en la educación, en lo que se debe y no se debe mostrar, y de qué manera. Tiene un fuerte componente cultural y contextual, que no discutiremos aquí, pero que marca la comunicación en este sentido, eso es algo obvio. Por otro lado tenemos el carácter de la persona, su forma de ser, heredada y en cierto modo influyente.

  

Pero por último, nos encontramos con una tercera causa influyente, un tercer componente, que agrupa a los dos anteriores. Hablamos del hecho de que al igual que aprendemos qué emociones mostrar al exterior y de qué manera, aprendemos a no expresar otras, que por su impacto en el mundo exterior, generan una repercusión de vuelta en nosotros que nos resulta desagradable.

Es difícil para alguien a quien se le ha lanzado el mensaje desde pequeño “no te muestres sensible, porque eso es ser débil”, poder en la vida adulta expresar afecto y cercanía. Este mensaje se puede enviar de muchas maneras, y muy pocas veces se hace a través del lenguaje verbal. Lo mismo sucede con otras emociones, como la rabia, por ejemplo; una de las emociones de más difícil expresión, como hemos comentado en alguna otra ocasión. El aprendizaje en cuanto a la expresión de las emociones en el hogar (espacio fundamental en el que se aprende lo que hacer con las emociones), puede marcar en cierto modo nuestra habilidad futura en lo que a expresarnos emocionalmente se refiere. Sin embargo no queda ahí la cosa, ya que cuando desde fuera nos dicen de uno u otro modo “eso no se expresa, hay que guardárselo”, aprendemos no sólo a no mostrarlo a los demás, sino a no mostrárnoslo a nosotros mismos. Corremos el riesgo de perder el contacto con las emociones que desde fuera no se aceptan. Entonces nos encontramos con personas que no pueden enfadarse, pero están rumiando por dentro lo que no son capaces de mostrar fuera, o tal y como comenzábamos el artículo, con personas que tienen serias dificultades para dar o aceptar un beso.

¿Hasta qué punto pensáis que el aprendizaje puede marcar la forma de acercarnos emocionalmente a otros?

2 pensamientos sobre “Tú y Yo

  1. oier

    El aprendizaje es determinante en nuestro comportamiento y sobre todo el realizado en nuestra infancia. Este aprendizaje viene muy determinado por nuestra familia pero no deja de ser fundamental en realizado en la escuela, con los amigos, más adelante en el trabajo y, podríamos decir, en cuanquier ámbito social que tenga una cultura determinada, particular.
    Sin embargo, creo que debemos destacar que no existe un completo determinismo en el aprendizaje, que se puede “desaprender” a lo largo de la vida aquellas experiencias o comportamientos que no queremos que formen parte de nuestra vida. “Desaprender” es algo tan importante o más que el aprendizaje sobre todo en edades más avanzadas que las de la juventud.
    Además, nuestro cerebro está preparado para ello, para “borrar” antiguas entradas, o situaciones emocionales, o teorías, o comportamientos y sutituirlos por otros que nos resulten más adecuados, adaptativos o que, simplemente, nos gusten más. No es tarde para aprender, pero tampoco lo es para desaprender, por lo tanto, hagamos las dos cosas para conseguir una vida emocionalmente satisfactoria para nosotros y para los demás, para desarrollar nuestro bienestar subjetibo. Un saludo

  2. Jon

    Me he acordado de muchas personas cercanas al leer este post. Sobre todo de mi difunto abuelo, que como cabeza de familia, se sentía con la obligación de ser el más fuerte, es decir, en no expresar emociones de los débiles: llorar, dar amor y mucho menos recibirlo en público. Poco antes de morir “desaprendió” todo lo aprendido desde su infancia: los chicos no lloran, los hombres deben de ser fuertes,… y nos dio todo el amor que siempre nos negó. Hoy en día recuerdo sus últimos días como los más felices que pasamos juntos.

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