Inteligencia emocional

¿A dónde te llevan tus emociones?

Elsa Sunset, navegantes emocionales

Todos somos navegantes emocionales querámoslo o no. Conocer la emociones es básico y por eso hemos dedicado muchas páginas a emociones como el asco, la culpa, el amor o el aburrimiento. Y siendo todo lo que tiene que ver con la alfabetización emocional muy relevante me temo que no es más que el comienzo del viaje. Esta capacidad de nombrar y de identificar las emociones es un primer acercamiento. Reconocerlas en nosotros y en los demás se me antoja un conocimiento mínimo necesario para poder aventurarse a navegar por el océano de la emocionalidad. La mayor parte de los esfuerzos educativos en niños están orientados a este conocimiento que se convierte en destreza cuando uno es capaz de aplicárselo a uno mismo o a su relación con los demás.

 

Atentos a la intención.

Menos frecuente pero no por ello menos importante es observar la trayectoria que nos marcan nuestras emociones. Porque efectivamente si las emociones nos mueven quiere decir que nos empujan hacia alguna dirección en concreto y, sobre todo, con alguna “intención” en particular. Busquemos algún ejemplo. ¿A donde me dirige la tristeza o el miedo? Son varios los destinos posibles y cada uno de ellos tiene una serie de implicaciones que debemos conocer para poder gestionar nuestra respuesta emocional. Siguiendo con el ejemplo, la tristeza puede dirigirnos al aislamiento, a la inactividad, a la apreciación de lo perdido, a la desmotivación, al dolor o a la frustración, o a una combinación de varias de ellas. El miedo también puede empujarnos a lugares como la huida, la defensa, la incapacidad o el combate. Es clave estar atentos a las intenciones de nuestras emociones y, desde esa observación, preguntarnos si es un lugar que nos conviene. Podemos permitirnos que nos guíen, a veces no nos queda otra opción, y es que atienden a parte de nuestras necesidades pero, cuidado, siempre desde la inteligencia de gestionar la situación desde lo que más saludable nos resulte.

 

Navegar emociones.

En una tormenta de miedo debemos tener en cuenta mucho más que nuestra emoción. Debemos calibrar la fuerza de lo que nos lo origina, así como verificar que sea real. Además tenemos que completar el mapa emocional con otras emociones que estén en el mismo plano situacional, puesto que tal vez además de miedo tengamos ilusión, culpa o frustración que sumen o resten energía a la emoción principal que protagoniza la escena.

Todo esto nos lleva a describir nuestro papel ante las olas emocionales como el de un navegante que debe conocer la dirección de las corrientes y la fuerza del viento para poder realizar una navegación eficaz que nos permita llegar a los puertos deseados. Es una bonita imagen de lo que es la inteligencia emocional, ese arte de saber cuando dejarse llevar y cuando cambiar el rumbo, esa capacidad de usar la energía emocional para alcanzar nuestros objetivos, los de las personas con las que convivimos y las de las organizaciones en las que participamos.

 

La transformación de las emociones.

El sentido saludable de la gestión emocional es el del ajuste que a veces puede requerir la transformación de la emoción en favor del bienestar propio y/o colectivo. Tenemos el derecho a enfadarnos, a sentir ira e indignación, y con ello a gritar, protestar. ¿Pero cuánto tiempo es adecuado mantenerse en esa emoción? La inteligencia debe ayudarnos a encontrar un conjunto de respuestas ante una situación emocional. La primera respuesta emocional suele ser intensa e inmediata pero somos nosotros quienes debemos generar respuestas alternativas. Mi indignación me puede llevar a gritar a los cuatro vientos la injusticia que observo pero puedo complementar esa acción con un compromiso para cambiar esa situación que me indigna. Ese esfuerzo de navegante permite distribuir de diferente modo mi respuesta emocional incluyendo cierta satisfacción por contribuir a cambiar las circunstancias que originaron mi enfado. Bueno, también puedo considerar que es saludable pasarme indignado el resto de mi vida afónico de tanto gritar…

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