Inteligencia emocional

¿Has sufrido algún hackeo emocional?

¿Te han hackeado tus emociones?

A medida que va pasando el tiempo tengo la sensación de que conozco mejor algunos aspectos del entorno que me rodea. Con suerte podría decir que es un proceso que no acaba nunca y que podría denominarse “aprendizaje inteligente” porque de alguna manera me permite, nos permite, tener más información, destreza y experiencias muy útiles para el diario vivir. Además ese incremento del saber está, también, vinculado por el hecho de que la realidad cambia constantemente por lo que es imprescindible actualizar lo que sabemos de lo que nos rodea sencillamente para estar al día. Así llegamos al contexto desde el que quiero enfocar este artículo, la situación de cualquiera de nosotros intentando aprender desde las dos perspectivas anteriores, la de aumentar su conocimiento del mundo y la de actualizar la información sobre aquellos aspectos de lo que nos rodea que más rápidamente cambian.

¿Cual es el papel de las emociones en dos cuestiones claves de estos dos procesos de aprendizaje? Por una parte, ¿cómo seleccionamos los aspectos de la realidad en la que enfocarnos y cual es el papel de la emoción en esa decisión?. Y por otra parte, ¿cuales son los cambios que centran nuestra necesidad de actualización? Buenas preguntas para las que, veremos si tenemos respuestas de parecido nivel. Allá vamos!!!!

El deseo de influir en los demás ha sido una constante en la historia de la humanidad. Supongo que se trata de una consecuencia lógica derivada de la interpretación de las necesidades relacionadas con la supervivencia en general, o de la protección de nuestros intereses en particular. La cuestión es que a medida que han ido avanzando los tiempos las técnicas y las estrategias para influir en los demás han llegado a un punto de no retorno. Un punto en el que las personas debemos aprender a manejar nuestra emocionalidad no tanto para aumentar. nuestra capacidad de disfrute de la vida, sino para protegernos de los “hackeos emocionales”.

Hasta ahora la “influencia” quedaba limitada al ejercicio del poder en cualquiera de sus formas. Yo tengo fuerza para imponer al otro una manera de hacer. Esta forma de sometimiento sigue, por supuesto, estando presente en nuestra sociedad, pero ha ido cambiando para hacerse más sutil, más invisible, y por tanto, más compleja. Hemos conocido en el siglo XX una aplicación de tecnologías psicológicas para aumentar la capacidad de persuadir de cara a mejorar las ventas de productos. El mundo de la venta y tras él el de la publicidad fueron los primeros en darse cuenta de cómo utilizar ciertas “técnicas” para vender más. Cuestiones como dar la sensación de quedar en deuda, tener la oportunidad de conseguir algo a un precio menor del normal, o asociar un producto a deseos reales de los consumidores se han usado de muchos modos diferentes pero, en cualquier caso, con mucha eficiacia para los objetivos de quienes los utilizaban. Con la aplicación de estos conocimientos al ámbito de las ventas se abre un camino por el que aparecen el marketing y la publicidad. Son los tiempos de los grandes medios de comunicación de masas que trasmiten modelos de conducta, asociaciones de ideas que posibilitan posicionar mejor en el mercado ciertas marcas o productos.

Ya en este siglo han aparecido nuevas realidades como la que ha recibido el nombre de ingeniería social, que en el ámbito de la seguridad informática, ha supuesto que muchas organizaciones se preparen para luchar contra un nuevo tipo de amenza.

Por otra parte se observa desde hace tiempo cómo se está produciendo un nuevo salto a través de la aplicación de la minería de datos y la inteligencia artificial al viejo objetivo de influir sobre los demás. Nuestros datos permiten a los algoritmos perfilarnos, conocernos. Solo que el uso de este conocimiento se aplica para identificar nuestras necesidades, adelantarse a ellas o, incluso, para crear nuevas necesidades que podamos aceptar de buen grado. Por otra parte se busca empujarnos a una toma de decisiones muy determinadas por la alta emocionalidad. Desde luego buscando un tipo de consumo compulsivo que parece encontrar sosiego tras la compra pero que pronto se ve insuficiente para seguir el ritmo de los cambios creados a los que nos vemos abocados a seguir. Por otra parte buscando una reactividad comportamental basada en una alta emocionalidad que no pasa por otros procesos racionales como la comprobación de las fuentes de los datos, del debate de ideas, de las búsqueda de matices o puntos de encuentro. Cada vez parece más claro que se está buscando un tipo de influencia en la ciudadanía basada en la polarización de la emocionalidad, de la creación de falsas identificaciones contrapuestas y, sobre todo, en una despersonalización del diferente. Se trata, en definitiva, de espolear nuestras reacciones más primitivas que permiten una mejor predicción, y un mejor control de las acciones derivadas por ellas.

El mecanismo se ha hecho más complejo pero podría tener el siguiente esquema: los individuos se mueven en contextos virtuales en los que reciben información (modelos) e estimulación (contenidos) sobre lo que deberían hacer o sentir. Las personas toman por correctas estas referencias y las adoptan como propias, haciendo suyas las necesidades, ideas y comportamientos que se proponen. Hay un factor grupal que afecta a la individualidad como acelerador de estos procesos. En definitiva nos hacen ser lo que no somos a través de la construcción de una propuesta atrayente de lo que deberíamos ser, hacer, pensar y sentir. Y la verdad es que es cómodo. Nos evita buscar fuentes alternativas, hacer una labor de investigación y comparación, la contrariedad de observar que no se lleva razón y evitar (al menos temporalmente) enfrentar ciertas emociones como la frustración.

Otro elemento de esta nueva realidad tiene que ver con su carácter mixto entre lo analógico y lo digital, entre lo presencial y lo virtual. En este nuevo contexto estás técnicas de persuasión han adquirido una mayor profundidad en su intencionalidad. Estamos hablando de que está llegando un momento en el que tener herramientas para defenderse de estas tecnologías empieza a ser más que una prioridad una urgencia. Parte de la defensa que tenemos los ciudadanos radica en la inteligencia emocional, es decir, en el conocimiento y gestión de nuestra emocionalidad con el objetivo de marcar nuestro propio camino, o al menos seguir siendo nosotros/as los que en último término tomamos nuestras propias decisiones.

Se afirma que las emociones deciden y la razón justifica. Ese es el verdadero peligro, que nuestra capacidad de decidir, basado en el uso adecuado de nuestra inteligencia pueda verse anulada por el hackeo emocional. Así pues protegernos de estos “ataques” nos exige trabajar nuestra inteligencia emocional para saber que si bien las emociones nos pueden llevar a decisiones rápidas, es necesario utilizar otras capacidades intelectuales del ser humano para determinar hasta qué punto somos nosotros quienes dirigimos las decisiones importantes de nuestras vidas. Y, por supuesto, reflexionar si nuestra emocionalidad nos acerca o nos aleja de los valores con los que queremos construirnos como personas y como sociedad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Confianza online