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País rico, gente pobre

“Por favor, ponga en el pie de foto: el país más rico del mundo, donde vive la gente más pobre“. El vendedor ambulante de tabaco posa ante la cámara mientras su ayudante saca las cajetillas del cartón para ponerlas a la venta. La economía de guerra ha duplicado el precio del Marlboro egipcio (ahora a 6 dinares, unos 3 euros al cambio) y muchas de las marcas locales se han agotado. Los fumadores pasan momentos difíciles ya que es en estas situaciones de nerviosismo es cuando más nicotina demanda el cerebro. Menos mal que hace tiempo me quité del vicio.

Bengasi no recupera la normalidad. Anuncios en las vallas publicitarias piden a los comerciantes que vuelvan a la actividad habitual, pero aquí nadie se fía. El espíritu revolucionario es incapaz de hacer frente a las fuerzas terrestres de Gadafi y todos miran al cielo esperando el misil liberador que doblegue la resistencia gadafista.

El caos militar es trasladable a la nueva vida política -donde anuncian la formación de un gobierno y lo desmienten en menos de cuatro horas- y a cualquier actividad cotidiana. Sólo los cafés se mantienen ajenos al desmadre general y allí se sigue sirviendo con mimo cada macciato, cada capuchino. Los teléfonos llevan cortados desde hace una semana. La compañía Al Madar del todo, y Libyana opera de forma aleatoria para desesperación de unos usuarios que tienen que marcar y marcar a la espera de que entren sus llamadas. Imposible llamar o recibir llamadas del exterior, así que el satélite es la única opción para estar en contacto con el mundo exterior.

Bengasi: huída de presos, éxodo de periodistas

Coches y furgonetas entran hasta la cocina. Vecinos de Bengasi peregrinan hasta la prisión central de la ciudad para llevarse todo lo que pueda tener alguna utilidad. Poca cosa queda después de dos semanas de revolución y el incendio de rigor. Como todos los edificios del antiguo régimen, la prisión fue pasto de las llamas y los calabozos están calcinados. Una cabeza de camello en avanzado estado de putrefacción preside el campo de fútbol de los reclusos. Abdul Hafiz pasó “varios años” entre estos muros y ahora está de visita con su familia. Le encerraron “por tráfico de drogas, la única solución que encontré para salir de la miseria absoluta y alimentar a los míos”, se justifica mientras recuerda su salida del penal. “Fue increíble, la revolución en las calles se contagió al interior de las celdas y toda la prisión se alzó contra los guardias. En apenas 48 horas nos abrieron las puertas y todos quedamos libres después de una batalla campal en la que destrozamos el lugar”, relata antes de subirse a su furgoneta y poner rumbo a casa.

La huida de los presos en 48 horas recuerda a la espantada de la prensa internacional de Bengasi. Hay varios factores que explican este adiós. Primero el tsunami de Japón que ha relegado a Libia a un segundo plano informativo; segundo el estancamiento de la situación en el plano militar, aunque el avance militar de Gadafi hacia Bengasi parece imparable y, tercero, precisamente este avance que puede provocar la toma de Ajdabiya, la antesala a Bengasi y una ciudad desde la que en tres horas -por una carretera directa-  los fieles a Gadafi se pueden plantar en Tobruk y cerrar el paso hacia la frontera.

Gadafi, un líder de chiste

BENGASI. Se acabó. El respeto hacia la figura del líder libio asentado sobre el terror y el miedo ha desaparecido para siempre en las calles de Bengasi. Gadafi es ahora objeto de mofa por parte de sus paisanos que le han dedicado incluso una caseta especial frente a la Corte Suprema de la ciudad absolutamente forrada de caricaturas, dibujos infantiles y fotografías manipuladas en Photoshop. Acompañado de Mubarak y Ben Ali, los dos últimos dictadores derrocados Egipto y Túnez, de su hijo  Saif El Islam o de su enfermera ucraniana los libios prefieren bromear sobre la fortuna del coronel, su supuesta alianza con Israel o sus sueños de grandeza. “Mejor esto que llorar, ha hecho tanto daño que es imposible de recogerlo en un trozo de papel”, asegura uno de los jóvenes que se encarga de colgar estos dibujos absolutamente prohibidos antes del estallido de la revolución. Vale todo, desde los trabajos más artísticos hasta los primeros monigotes de los más pequeños.

Muy cerca, un joven con peluca y vestido con una de las tradicionales túnicas de Gadafi saluda a la muchedumbre desde una pick-up imitando los gestos del dictador. La gente le aplaude y tira fotos del coronel bajo las ruedas del vehículo para que este las pise al circular.

El puerto de Bengasi se ha convertido en el epicentro de la protesta, el corazón de una nueva Libia liberada que ha cruzado la línea roja y habla de Gadafi en pasado. “No hay marcha atrás“, repiten todos los entrevistados. “Tampoco podríamos porque nunca perdonarían estas afrentas”, bromea un joven que acaba de colgar una foto de Gadafi con los pelos electrizados y la cara pintada como un payaso.

El hospital de los mártires

Nasser Al Ajmed nunca pensó que fuera a vivir algo parecido. Como otro día cualquiera acudió a su puesto de trabajo como médico en prácticas del hospital Jalaa, pero no fue un día más, fue el inicio de la revolución y de cinco días de actividad sin descanso. “Yo conté 27 muertos el primer día, 21 el segundo, 18 el tercero y después dejé de contar. Después estaba el gran número de heridos de bala de todas las edades, fue una masacre”, recuerda mientras participa en una protesta frente a la Corte Suprema, al lado del puerto de Bengasi, el equivalente a la plaza Tahrir egipcia en esta ciudad libia. Desde entonces el hospital ya es conocido como “hospital de los mártires”.

La revolución ha triunfado en esta parte del país, pero el día a día no es sencillo. Hoy es el día marcado para recibir el suelo mensual y Nasser se encuentra, como el resto de funcionarios, a la espera de saber si Trípoli abonará o no sus nóminas. “No creo que nos paguen, por eso ya hay bancos como el Wahda que está concediendo créditos a cada familia, sabíamos que no sería cosa fácil, pero no es hora de pensar en dinero“, sentencia animado por los gritos de la multitud que vitorean a un joven que se abre paso con su coche saludando desde la apertura del techo al estilo Gadafi.

Cientos de heridos se recuperan en los dos hospitales de Bengasi. Decenas de cuerpos in identificar esperan que los forenses les pongan nombre y apellido apilados en bolsas verdes. Los familiares pegan las fotos de sus seres queridos desaparecidos en las paredes y cada día se juntan a las puertas de las morgues a la espera de noticias. Filas de ataúdes esperan inquilino. La represión fue brutal en esta ciudad que ahora celebra el fin de cuatro décadas de tiranía. “Yo no había conocido otra cosa que Gadafi, todo es nuevo para nosotros, no podemos perder un solo minuto”, advierte Nasser antes de perderse entre una multitud que, como cada tarde, colapsa la calle del puerto.