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Japón en Brasil

Dicen que para probar el mejor sushi fuera de Japón hay que ir a California o venir a Brasil. Aquí, en los alrededores de la Plaza de la Libertad, en la ciudad de Sao Paulo, los cantantes de bossa y samba que actúan en plena calle parecen fuera de lugar en un barrio por lo demás cien por cien nipón.

Sede de campaña del candidato de centro-derecha Junji Abe en Sao Paulo (foto: Mikel Reparaz).

Sede de campaña del candidato de centro-derecha Junji Abe en Sao Paulo (foto: Mikel Reparaz).

La mayor colonia de inmigrantes japoneses del mundo está aquí en Brasil. Son casi millón y medio, y la mayoría de ellos viven en el estado de Sao Paulo. Los hay ya de cuarta generación, porque los primeros campesinos emigrantes llegaron a trabajar en las plantaciones de café brasileñas en el buque Kasato Maru al puerto de Santos en 1908. En 2008, el mismísimo príncipe Naruhito se dio un baño de masas en el sambódromo de Sao Paulo, en el primer centenario de la llegada de los primeros japoneses a Brasil.

Y en estas elecciones presidenciales, legislativas y regionales, los nipo-brasileiros se han hecho presentes. Con casi un centenar de candidatos, la presencia de personalidades de la comunidad japonesa en la política federal es importante. Un peso pesado del Partido de los Trabajadores (PT) y hombre de confianza del presidente Luiz Ignacio Lula da Silva es Luiz Gushiken, nipo-brasileiro de segunda generación. Otro conocido brasileño de origen japonés (aunque nacionalizado portugués) es el ex jugador del Barça Deco.

Carteles de los candidatos Ihoshi y Kobayashi (foto: Mikel Reparaz).

Carteles de los candidatos socialdemócratas Ihoshi y Kobayashi (foto: Mikel Reparaz).

Viaje a Chihuahua, territorio narco

He alquilado una moto chiquita para recorrer esta parte del cañón durante los próximos días. La idea es visitar algunos de los rincones de este barranco, ubicado en el norte del país mexicano y que es cuatro veces mayor que el del Colorado.

La motito es una Yamaha 125, una scooter. El norteño que me la renta me mira con desconfianza, parece adivinar que hace más de 20 años que no me monto en una moto.

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Arranco, no muy segura, dirección a Guachochi. Quiero llegar a puente Humira, es el fondo del cañón del Cobre y está como a unos 65 km.

Son las 10 de la mañana, el cielo es de un azul que ni las nubes se atreven, hace calor pero yo en la moto no lo siento y la carretera está para mí, no hay nadie. Mejor imposible.

La ruta discurre por un inmenso cañón que se abre o se cierra según los tramos. A los lados se levantan paredes de roca, desnudas, erosionadas que terminan en riscos amontonados entre los que crecen largos pinos. El paisaje es inmenso, precioso, y te da la impresión de que detrás de cualquier cerro puede aparecer un grupo de apaches a caballo. Pero estas son tierras tarahumaras, que en su día sí que tuvieron que defenderse de los apaches. Fueron guerras entre tribus por el dominio del territorio y de la caza.P4171006 (1)

Los indios tarahumaras se tuvieron que refugiar en las partes altas de los cañones, en esos huecos que dejan los ríos tras el paso del agua durante millones de años. Terrazas a las que el acceso parece del todo inimaginable. Todavía hoy algunos tarahumaras siguen morando en esos lugares imposibles pero la mayoría vive en los valles, en casas de madera con tejado de chapa o en casas hechas de adobe.

La carretera va subiendo, y yo voy tomando las curvas con más soltura. La vista es imponente y disfruto de lo lindo. Estoy en la Sierra Madre de Chihuahua, por donde cabalgó el General Villa y su poderosa División del Norte. Ahora, cien años después, es territorio narco por excelencia. Chihuahua es posiblemente el estado mexicano con mayor presencia del crimen organizado, y en el que mayor número de ejecuciones diarias se producen como consecuencia de la guerra por el control de las rutas de droga hacia EEUU, entre los fortísimos carteles de Sinaloa y de Juárez. El narco ha penetrado en todos los niveles de la vida que uno se pueda imaginar. Se dice que hasta la comunidad menonita que vive en Cuauhtemoc, una ciudad cercana, está bajo el dominio narco, ¡son narcomenonitas! (Que conste que me lo dijo una periodista de la prestigiosa revista Proceso, la publicación con estudios más serios y extensos sobre el narcotráfico en México.)

Ya llego al fondo del cañón. Me bajo de la moto. Camino. Hay unos toritos que me miran, según mi opinión mal. Lo que pasa es que soy una acojonada, todos los bichos me dan miedo. Así que con disimulo arranco la moto y me alejo del lugar donde están los animalitos comiendo tranquilamente los secos hierbajos de la cuneta.P4171006 (2)

Es una delicia viajar en moto, a velocidad de crucero, sin prisa, con un tiempo maravilloso y sin coches. Ya he dejado atrás el punto más bajo del cañón y continúo el viaje en sentido contrario. No me importa volver a pasar por la carretera que me ha llevado al corazón de la barranca, no me cansaría jamás de ver este espectáculo de rocas, paredes de piedra y pinos larguiruchos, todo envuelto en su propio silencio.

Voy dirección Creel, buscando una pista que, según el mapa, me pone sobre el sendero que lleva a la Cascada de Cusarare. Los pocos que transitan por esta vía todos me saludan, la gente es simpática y dicharachera. Acaba de pasar una pick up, el conductor saca el sombrero tejano por la ventanilla a modo de saludo. Estoy segura de que lleva botas de piel de lagarto y cinturón con voluminosa hebilla. (Kote, aquí podrías vestirte de vaquero sin ningún complejo).

Hay una desviación a mano izquierda, es una pista que baja por un bosque. Allí voy, es un terreno no muy apto para la moto pero se puede pasar. Al cabo de unos minutos me encuentro en una aldea tarahumara o rarámuri, creo que prefieren que se les llame así. Son cuatro casas, entre pequeños campos en los que están sembrando maíz, antes de que lleguen las lluvias. No sé muy bien si voy rumbo de la cascada o no. Pregunto por el camino a la cascada a una mujer joven que me tiene vigilada por la puerta entreabierta de su chabola, pero ni me contesta. No me sorprende, en Bolivia para los indígenas yo era transparente. Los blancos no formamos parte de su cosmos. La mayoría de las veces nos miran con una mezcla desinterés, desprecio, desconfianza e indiferencia. No es de extrañar, la experiencia con nosotros les ha dejado una amarga marca.

La pista se pone peor, y dejo la moto un poco más adelantito, al lado de unas cabañas para turistas que han aparecido de pronto. Ya veo el río. Hay mujeres vestidas de colores llamativos lavando ropa y niños jugando en el agua. Una estampa muy auténtica para la foto pero me encantaría poder instalarles una lavadora ahí mismito.

Bajo al río, agarro la vereda que está a la izquierda. Es un camino más que agradable, está lleno de pájaros, y tampoco hay nadie a la vista. En menos de una hora llego a la cascada, pero es la temporada más seca del año y el agua que cae no sirve ni para que se bañen las ardillas. Pero el lugar merece la pena. Es grandioso. La ancha cascada cierra el paso a un cañón de paredes imponentes a las que se aferran altísimos pinos. Todo huele a salvaje. Hay mariposas de colores y una brisa que te adormece.

Pero la siesta me la echo en la orilla del lago Arareko. El lago se ve desde la carretera, es un pequeño embalse artificial que se hizo para proveer de agua a Creel en caso de sequía. Allí he parado a comer mis emparedados, como el oso Yogy. El aire es acariciante y me quedo dormida feliz como una lombriz.

Al ratito me despierto y me pongo en marcha en seguida porque me gustaría ver el valle de los Monjes y la Misión de San Ignacio antes de que oscurezca. Según el mapa se accede por un bosque que debe estar a mi derecha. No hay pérdida, es la entrada al parque nacional Arareko. Me recibe un joven lugareño que cobra la entrada. Me quedo un rato de plática con él, me cuenta cómo llegar a la Misión y me dice que ese lugar, más todo lo que le rodea, es un ejido que pertenece a una comunidad tarahumara. Todo lo que sacan del turismo se lo reparten entre la comunidad, entre los ejidatarios.

La luz ha cambiado, es de tarde, cálida y con sombras. Voy con la moto a todo lo que da por una pista que atraviesa el bosque, unos 50km/h pero a mí me parece que vuelo. A estas alturas ya le he perdido todo el respeto al velocípedo y me creo Angel Nieto.

El lugar donde el bosque se abre al valle es bellísimo. Armonioso, sosegado, y tiene mucha vida. Se ven casitas diseminadas aquí y allá de familias campesinas, y a hombres trabajando la tierra con arados que nosotros sólo encontraríamos en algún museo de turismo rural. El tiempo parece que se ha detenido en esta parte del mundo. Te dan ganas de quedarte para siempre en esta calma. Aflojo la velocidad y paseo, es un verdadero placer el que me acompaña hasta la Misión de San Ignacio: una iglesia ruda ubicada en un entorno propicio para comunicarte con Dios o con quien te plazca. Los jesuitas nunca se han chupado el dedo, digo yo.

Siento pena al alejarme de este lugar que se me antoja mágico porque tengo la impresión de que pocas veces he sentido que un paisaje me transmitiera semejante sensación de paz y equilibrio.

Ya de regreso, entro en el pueblo, en Creel, y al pasar por el negocio de alquiler de motos y demás, ¿quién me está esperando allí con su sonrisa desdentada? El joven de la caseta para devolverme los 200 pesos que he olvidado mientras charlábamos. También sonreía el norteño dueño del changarro, pero este porque ha visto, aliviado, que la moto sigue teniendo ruedas y motor después de que una mujer la haya pilotado.

Velada bolivariana en Madrid

Evo Morales saluda sobre la alfombra roja (Foto: EFE).

Evo Morales saluda sobre la alfombra roja (Foto: EFE).

A los postres de la cumbre UE-América Latina, los líderes bolivarianos tuvieron su momento de gloria anoche en el IFEMA de Madrid. Faltaba Hugo Chávez, pero el presidente aymara Evo Morales supo ejercer de maestro de ceremonias. Ante la ausencia de Chávez, Morales ha copado los titulares de la cumbre.

El motivo de la gala era doble. Por un lado, el pre-estreno del  documental de Oliver Stone sobre los líderes de izquierda en América Latina, titulado “South of the Border” (Al Sur de la Frontera). Por otro, rendir un homenaje solidario a las víctimas del terremoto de Haití.

Los presidentes de Bolivia y Paraguay, el ministro de Exteriores cubano, el primer ministro haitiano y otras autoridades se encontraron con un público entregado, aunque no muy numeroso (la entrada era por invitación). El actor Willy Toledo fue una de las caras conocidas que se hizo ver entre los invitados, mientras el público coreaba el grito de guerra bolivariano: “¡Alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina!”. No faltaron efigies del Che, multicolores enseñas indígenas y banderitas venezolanas.

Pero quien no lo pasó del todo bien sobre el estrado, flanqueado por Evo Morales y el paraguayo Fernando Lugo, fue el primer ministro de Haití, Jean-Max Bellerive. “Yo no sé de revoluciones ni de guerrillas”, dijo, y agradeció en todo momento la solidaridad de los pueblos cubano y venezolano, sin referirse directamente a sus gobiernos. No es de extrañar la cautela de Bellerive, que tiene en su país miles de tropas norteamericanas, desplegadas tras el terremoto de enero.


Por cierto, el documental “South of the Border” de Oliver Stone, interesante. Abiertamente pro-bolivariano y acrítico con sus dirigentes, Stone contrapone en todo momento la visión de los medios de comunicación norteamericanos con entrevistas personales a Hugo Chávez, Evo Morales, Raúl Castro, los Kirchner, Fernando Lugo, Rafael Correa y Luis Inácio Lula da Silva. Se estrenará este verano en Europa y Estados Unidos.

Dar la alarma de tsunami

Un día después de la toma de posesión del presidente Sebastián Piñera y las fuertes réplicas del terremoto, los chilenos siguen sin salir de su asombro. Ayer el ejército dio la alerta de tsunami minutos después del primer temblor, pero nadie se explica lo que ocurrió el trágico sábado 27 de febrero.

Por qué, quién, en base a qué criterio, no se dio la alarma de tsunami tras el terremoto de 8,8 grados Richter. ¿Cuál fue la duda que impidió a los responsables dar la voz? ¿A qué tuvieron miedo? ¿Cuál fue el temor para no apretar el botón?

De momento, oficialmente no hay explicación, hay que esperar a investigar lo ocurrido, y las prioridades humanitarias de un país golpeado por un terremoto son inaplazables. Se entiende. Pero la pista la da un comandante cuando reconoce que la armada no fue clara a la hora de informar a la presidenta Michelle Bachelet si mantenía la alerta o no.

Una mujer ante la destrucción del tsunami en Dichato (EPA).

Una mujer observa la destrucción del tsunami en Dichato, Chile (EPA).

No supieron qué hacer. Probablemente no tuvieron las herramientas ni los datos pertinentes para establecer con un margen de error razonable que, efectivamente, había un altísimo riesgo de maremoto. Las comunicaciones fallaron, no había forma de localizar a nadie, ni a ministros, ni a alcaldes, ni a expertos, ni a técnicos. La destrucción de las torres de comunicación genera ese silencio, es más, en esos primeros momentos de caos, los esfuerzos de ayuda se canalizan a zonas con menores daños en vez de a las zonas más devastadas, precisamente por esa incomunicación. Así lo ha venido enseñando la experiencia en estas emergencias y así ha ocurrido con este último seísmo. 

No había certeza para decidir si dar la alarma o no. Pero, ¿y la experiencia de otros temblores? ¿Y el sentido común? Ese mismo que utilizó la población de la línea de costa al subir al monte para ponerse a salvo tras el terremoto, por temor a que el mar se los tragara y que sólo bajó cuando escuchó al Gobierno decir que no había riesgo de olas gigantes en el litoral.

Ante la destructora magnitud de un terremoto de 8,8, los responsables del Servicio Hidrográfico de la Armada chilena (SHOA) y la Oficina Nacional de Emergencia (Onemi) no supieron valorar que era mejor perder el cargo por una falsa alarma que perderlo por las consecuencias fatales de no darla. Y por lo visto, tampoco se les ocurrió  ponerse en la piel del que está al borde del mar y pensar en qué haría, les faltó sentido común, muy útil en todo momento y más aún cuando todo lo demás falla.