Archivo por meses: diciembre 2010

Bagdad-Teherán

Noor tiene prisa. La joven azafata jordana se desespera por la lentitud del embarque. Forma parte de la tripulación del vuelo IA (Iraqi Airways) 111 con destino Teherán, línea operada por una compañía de Amman llamada Royal Falcon. La compañía bandera iraquí no está preparada para cubrir de momento demasiados destinos y es el vecino jordano quien realiza el servicio a través de subcontratas. La conexión con Teherán es diaria y por eso tanto Noor como el resto de la tripulación viven en el Bagdad International Hotel próximo al aeropuerto. Se pasan un mes en Irak, pero tienen prohibido salir del hotel. De la habitación al avión y del avión a la habitación.

El Boeing 767 empieza a llenarse. El pasaje está compuesto por peregrinos iraníes que regresan a casa después de visitar las tumbas de los Imames y vivir la ashura en Irak. De negro riguroso, barba y gestos muy cansados, parecen las fichas negras del ajedrez frente a las camisas rosas muy claritas de unas azafatas bien preparadas que les dan la bienvenida con un look absolutamente occidental que nunca superaría el código de vestimenta que impone la república islámica. No importa, ellos miran y ellas tratan de parecer naturales. “En Teherán ni bajamos del avión, estamos el tiempo justo para volver a embarcar el pasaje y vuelta a Irak”, dice Noor antes de perderse en la panza del 767.

El paso de los años y la mejora en la situación de seguridad han ido haciendo más humano el aeropuerto bagdadí. Ahora se puede llegar hasta el acceso principal en vehículo privado y de allí hay que coger un taxi colectivo -normalmente pequeñas furgonetas o vehículos GMC- que por 10.000 dinares (unos 6 euros), te llevan a la terminal tras superar dos puestos de control. En el primero sólo hay que bajarse del coche, el conductor abre puertas y maletero, y hay que esperar a que un perro inspeccione el vehículo. En el segundo hay que bajarse de nuevo y someterse a una revisión completa del equipaje mientras que otro perro olisquea el vehículo por segunda vez en busca de explosivos. Superado el trámite -que nadie olvide llevar su billete impreso, aquí no funciona decir que tienes billete electrónico- el último paso consiste en apearse del coche y volver a dejar las maletas en el suelo para que otro perro las huela a fondo. Si todo está correcto es momento de acceder a la terminal -hay dos abiertas, una para vuelos de Iraqi Airways y otra para el resto- y tras pasar las maletas de nuevo por dos escáneres y someterse a dos cacheos uno puede hacer cola para retirar su tarjeta de embarque. Aquí no acaban las medidas de la compañía G4S -responsable de la seguridad en el aeropuerto- ya que después del control de pasaportes hay que volver a pasar el equipaje de mano por otro escáner y finalmente un último escáner nos espera en el momento de embarcar.

Aunque parezca complejo, no es nada comparado con lo que ocurría años anteriores, cuando a esto había que añadir el estrés de tener americanos en los puestos de control y una última revisión de las maletas facturadas a pie de pista antes de meterlas en la bodega. La situación en el interior de las terminales también va mejorando. La limpieza de suelos y servicios, las etiquetas para las maletas facturadas o, por primera vez desde que viajo a Bagdad, tarjetas de embarque impresas desde un ordenador y no escritas a mano son algunos de los avances que va experimentando el principal aeropuerto del país.

Cafés de Bagdad: siempre nos quedará la calle Rashed

Y sobre todo sus cafés cercanos al antiguo barrio judío. Antes no importaba la hora, estaban 24 horas abiertos. Ahora la situación de seguridad obliga a cerrar temprano, sobre todo por la falta de clientela. El triángulo de cafés míticos empieza con el Café de Al Zahawi donde los clientes juegan al taule desde primera hora. “Nada de apuestas, no jugamos dinero”, aseguran sin levantar la cabeza del tablero de esta especie de backgammon a la iraquí. Una televisión de plasma rompe el encanto de este local añejo inaugurado “hace al menos ochenta años”, recuerda uno de los camareros. En la carta, como en el resto de cafés, té, café, agua mineral y pipas de agua. En las mesas un debate encendido sobre la necesidad de que las autoridades “respeten las estatuas de gobernantes del pasado porque son historia de este país”, piensa Mohamed, antiguo funcionario de la administración pública durante el régimen de Sadam que lleva treinta años tomando café en este lugar.

Unos pocos metros más adelante se encuentra el Café de Hassan Hagimi la auténtica joya de la corona. Antiguo hotel, hoy los clientes fuman sus narguile bajo un techo con serio peligro de derrumbe. “Los ladrones se llevaron los samovares y muchos espejos de cobre”, lamenta su dueño, que espera la formación del nuevo gobierno para pedir una rehabilitación urgente de este establecimiento centenario. Cada iraquí tiene su petición particular para los próximos gobernantes, pero la demanda común es el establecimiento de unos servicios municipales mínimos para hacer Bagdad vivible.

El triángulo de cafeterías la cierra el Shahbandar, al final de la calle Al Mutanabi y muy cerca del río. Lugar de reunión de intelectuales y escritores en estas mesas se discute de política, se recuerdan los años del régimen y se comparan con los actuales y, sobre todo, se mira al futuro del país. Entre paredes de ladrillos cubiertas de fotos en blanco y negro, al lado de hombres vestidos con chaquetas de pana o de cuero y con el aroma profundo de tabaco de pipa que termina pegándose a la ropa y uno lo puede seguir oliendo horas después como si fuera fresco. Se discute elevando la vista por encima de los periódicos, por la mañana, los libros, al mediodía, o las tablas de juego por la tarde.

Sentarse en estos lugares es como meterse en una máquina del tiempo y retroceder a ese Irak en el que la división sectaria no estaba a flor de piel, ese Irak anterior a 2003 que parece difícil que vuelva después de siete años de hurgar en la herida de las diferencias religiosas. Una herida abierta de la que hasta el momento sólo se ha visto una pequeña parte.

Resistencia con turbante y fusil

Cuando las entrevistas se caen y los reportajes no terminan de funcionar no hay como acercarse a Ciudad Sadr para volver a recuperar la esperanza. Una parada en la oficina general de Al Sadr y unas palabras bañadas en té con el responsable de prensa son suficientes para montarse en el coche con un hombre del Ejército del Mahdi y perderse por esta auténtica república independiente chií. Como ocurre con otros grupos como Hamás o Hizbolá, todo es sencillo con ellos si se trabaja desde dentro. El tema central de hoy es la preparación para la fiesta de la Ashura del viernes. En cada manzana jóvenes y ancianos preparan grandes cazuela de comida y ultiman los detalles de la decoración de sus puestos -una especie de casetas de feria- con fotos del Imam Hussein e ilustraciones de su martirio en Kérbala. Terneros y corderos atados a los postes de teléfono esperan a ser ejecutados para dar de comer a los seguidores de Hussein que se dan cita en las calles.

Es tarde y aquí no hay farolas. La luz es a golpe de generador. La primera parada es en una pequeña oficina situada en la primera de un edificio cualquiera en la que decenas de jóvenes se dedican a preparar las tarjetas de identificación de los directores y ayudantes de las 3.200 procesiones que el jueves noche y viernes tomarán las calles de la capital. Sorprende el orden y el registro pormenorizado de cada persona con fotografía y números de contacto incluidos. “Somos voluntarios y trabajamos de ocho de la mañana a diez de la noche, luego toda esta información se la pasamos a las fuerzas del orden. El objetivo es que el gran día discurra con la mayor seguridad posible”, afirma el responsable de la oficina Abu Muqtadar, que a sus 25 años es un ferviente seguidor Al Sadr. Más té, grabación de la entrevista por parte de los responsables de prensa de Al Sadr y fotografía final de grupo antes de recibir la invitación formal de “vivir la Ashura más auténtica y con más sangre de Irak” con ellos. El tema de la sangre -provocada por los latigazos en la espalda y los cortes con espadas en la cabeza- está prohibido en países como Irán, pero no es Irak porque la autoridad religiosa de Nayaf considera que “en lugar de derramar lágrimas por Husein, aquí se derrama sangre”.

“Si los chiíes somos objetivo en todo Irak, en Ciudad Sadr lo somos aun más y por eso aquí tenemos un doble cinturón de seguridad. Por un lado están las fuerzas del orden, pero la primera línea, la auténtica defensa, está formada por nuestros ‘colegas’ (en referencia al brazo armado del Ejército del Mahdi)”, asegura el responsable de prensa que pide rapidez a la hora de concluir la visita al centro de acreditación porque el sheikh Mohamed Al Garay nos espera para una entrevista.

Delgado, alto, con la tez blanquecina y todavía más alto y pálido por el turbante blanco, el sheikh saluda en inglés y da la bienvenida al periodista a su despacho, situado en un ala de la Oficina Central del movimiento sadrista. Sentado a la derecha de una imagen estirada de Mohamed Mohamed Sadeq Al Sadr, gran líder religioso chií asesinado por los hombres de Sadám Husein en 1999, rompe el hielo preguntando si en España conocen al Imam Hussein. La entrevista es una mezcla de religión, política, filosofía y, sobre todo, resistencia. “Con turbante, por medio de política, diplomacia o con el fusil en la mano, somos resistentes y no cederemos hasta que el invasor salga del país. Después meteremos a los que les abrieron las puertas de Irak en un contenedor de basura y les mandaremos muy lejos”, declara de forma clara y pausada.

Kurdistán independiente

La oración de la lluvia ha funcionado. Llueve en Bagdad. Cae agua con fuerza y el cielo retumba. El primer trueno me ha parecido un coche bomba y he salido al balcón esperando encontrar una columna de humo saliendo de alguna calle cercana. Como ‘gran experto’ en estas situaciones he confundido un trueno con una explosión. De verdad que hasta la mesa de playa que me han puesto en el Al Andalus  para poder trabajar se ha tambaleado.

Hoy ha sido uno de esos días torcidos en los que una tras otra las citas se iban cancelando sin aviso previo. He tragado muro de cemento durante varias horas. Entre atasco y atasco he podido seguir la prensa del día que calificaba de ‘terremoto’ las últimas declaraciones del líder kurdo Masoud Barzani reclamando la “autodeterminación” para la provincia kurda de Irak. Es la primera vez que el tema se plantea de forma oficial y además Barzani lo hizo en pleno congreso de su partido, PDK, y ante la atenta mirada del primer ministro, Nuri Al Maliki, el presidente Talabani y el nuevo presidente del parlamento, Osama Al Nuyaifi

“Es un derecho esencial de los kurdos y será el objetivo de la próxima etapa (en referencia al nuevo Gobierno que formara Maliki antes de fin de año). Compartiremos Kirkuk, que se convertirá en ejemplo de convivencia y tolerancia, aunque nadie podrá negar su identidad. El progreso kurdo es tan importante que otras provincias están pensando también en formar regiones autónomas”, señaló Barzani en un discurso que es portada de periódicos y abre los informativos de los medios iraquíes.

Habrá que esperar para saber en qué queda la declaración del presidente de la región autónoma del Kurdistán. En el actual Irak los kurdos tienen la presidencia, cinco ministerios, ocupan la jefatura del Estado Mayor y reciben el 17 por ciento del presupuesto nacional. Barzani ha pasado de esta forma del ‘somos parte de Irak’ a la llamada a la autodeterminación.

Ángeles de la guarda con AK-47

Uniformados como policías y con el parche del ministerio de Interior en su brazo, las fuerzas de seguridad cristianas protegen los accesos a los más de cincuenta templos de Bagdad. Ocurre lo mismo en las mezquitas, donde suníes y chiíes presentan cada año al ministerio una lista con sus candidatos a ‘ángeles de la guarda’ que se situarán en las puertas como último filtro antes de entrar en la casa de Dios. Al final cada uno se fía de los suyos.

En la principal iglesia caldea de la capital, San José, cinco jóvenes reconvertidos en policías protegen a los fieles. Desde los primeros ataques a la comunidad se decidió cerrar la carretera que discurre frente a esta gran iglesia de piedra amarillenta. No hay grandes muros de hormigón, ni puestos de control militares. El padre Saad Sirop Hana piensa que “los muros sólo sirven para separarnos de los demás y esta es la casa de todos, así que debe estar abierta”. A sus 38 años conoció de primera mano el terror cuando fue secuestrado durante un mes en el año 2006. Entonces estaba en una iglesia del barrio de Al Dora, zona en la que no queda hoy un solo templo abierto. Los guardas de San José miran al padre Sirop con respeto y cuando se les pregunta sobre quién dan las órdenes no tienen duda: el cura. Armados con Ak-47 y con radios a la cintura hacen turnos de 24 horas si es necesario.

Los uniformes no han llegado a todas las iglesias y en algunas los guardas van equipados con las camisetas del Barcelona o Real Madrid, una nueva religión para los más jóvenes. Es el caso de San Jorge, cerca de la zona de Nuevo Bagdad en la que el fin de semana fue asesinado un matrimonio cristiano que había regresado a la capital para vender sus posesiones y emigrar de forma definitiva. Fueron apuñalados hasta la muerte. ¿Delincuencia común o una acción más de Al Qaeda? Es la pregunta que se formulan muchos cristianos que desde la operación yihadista contra la iglesia de Sayid An Naya (Nuestra Señora de la Salvación) del pasado 31 de octubre viven en auténtico estado de pánico.

Bagdad llora a sus mártires cristianos

Trajes negros. Luto riguroso para celebrar los cuarenta días de la muerte de 58 personas, dos de ellas sacerdotes, en la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación de Bagdad tras el asalto de un comando yihadista. Los agujeros abiertos en las paredes por los disparos y explosiones, y los regueros de sangre seca muestran la dureza de aquellas cinco horas de secuestro que marcaron un antes y un después para la comunidad cristiana del país, la minoría más importante de Irak que ahora emigra en masa de la capital. Arropados por representantes de las catorce sectas cristianas del país y con la presencia de personalidades destacadas del mundo religioso musulmán, de la esfera política y diplomática cientos de personas han desafiado la amenaza de Al Qaeda volviendo al lugar de los hechos para celebrar los cuarenta días de la matanza.

La celebración ha sido un reflejo de lo que es el actual Irak, tierra de contrastes radicales. Una mezcla de guardaespaldas con gafas de sol,  pinganillos en los oídos y pistolas en la cintura nadaban entre el mar negro formado por las mujeres de luto con las cabezas cubiertas y el arcoíris solemne de curas de las distintas sectas con trajes blancos, morados, negros, rojos o rosas. Todo ello con un intenso aroma a incienso, una sintonía que mezclaba las canciones en arameo, los sermones en árabe y el llanto de los presentes, muchos de ellos familiares directos de los nuevos mártires. En las primeras filas, delante de los retratos de los caídos y de los enormes centros de flores de plástico, religiosos como el líder chií del Consejo Supremo Islámico, Amar Al Hakim, nieto del que fuera la máxima autoridad del chiismo mundial. El encargado de presidir la ceremonia fue el patriarca de la iglesia siriaca Youssef III Younan, que se desplazó desde El Líbano y agradeció la presencia de Al Hakim por encima de la de cualquier otra personalidad y pidió “la paz entre comunidades”.

En el aire dos helicópteros no han dejado de hacer vuelos de supervisión a muy baja altura en ningún momento. A pie de tierra la seguridad privada de los diplomáticos occidentales tomaba posiciones entre los escombros del vecindario y los callejones de barro se han convertido en aparcamiento improvisado para una legión de vehículos blindados todoterreno. A las puertas del templo los miembros más jóvenes de la ONG Hammurabi Human Rights han formado una cadena humana con carteles que rezaban: “Dejad de matar cristianos” o “¿dónde está el gobierno?” El líder del grupo, Wilmar Warda se ha dirigido a los medios para pedir “el fin de las amenazas a las familias cristianas, pedimos la llegada de cascos azules de la ONU para protegernos, sólo una fuerza neutral nos puede librar de una muerte segura”.

“No quiero hacer hincapié en el hecho religioso, esto es un ataque contra todos los iraquíes y el único camino para acabar con los terroristas es la solidaridad entre todos los ciudadanos”, piensa el poeta Alfred Saman, cuya sobrina se recupera de una herida de bala sufrida en el asalto del 31 de octubre. La prensa local al completo ha seguido una ceremonia que ha durado poco más de dos horas y donde había gente venida desde Ankawa, ciudad kurda que se ha convertido en el nuevo centro cristiano del país desde la caída del antiguo regimen.

Ni Sadam, ni nada

La plaza Firdus (paraíso) se ha quedado sin estatua. El 9 de abril de 2003 todos pudimos ver al Ejército americano derribando la imponente figura del dictador, aquella caída se convirtió en el símbolo del final de la guerra, pero la alegría en los rostros de los soldados americanos apenas duró unas horas. Luego vendría su calvario particular y, sobre todo, el de toda una nación. El pedestal que soportaba aquel Sadam de doce metros de altura está hoy huérfano. En los últimos años se había colocado una escultura abstracta, pero ha sido retirada y nadie parece haberse dado cuenta. Se pregunta a los lugareños por su paradero y especulan con que está siendo rehabilitada por los daños sufridos en el atentado del pasado enero contra los hoteles Palestina y Sheraton.

Así que el pedestal luce exactamente igual que aquel 9 abril de 2003, con un amasijo de hierros saliendo de su parte baja que parecen los mismos que sujetaban al ex presidente. Una especie de señal del nuevo punto de partida que esperan los iraquíes a partir de la formación del nuevo gobierno, que debe anunciarse antes de fin de año. Siete años después del fin de la dictadura la lista de quehaceres sigue creciendo en los despachos de las autoridades. La capital sigue “destruida, caótica, sucia, insegura”, según periodistas locales como Ali Husein, redactor jefe del diario Al Mada. Con una lista tan larga el vacío de esta plaza no parece que vaya a ocupar un minuto de su tiempo, una plaza que parece no haber cambiado desde la invasión.

El hotel de los mil y un iraníes

Ocho de la tarde. El servicio llama a mi puerta llamando a la cena. Abro y al verme la cara el joven camarero me pide disculpas. Es la hora del rancho para los clientes iraníes del hotel, es decir, todos menos yo, que viajan con ‘todo incluido’. Encontrar una habitación en Bagdad se ha convertido en una misión compleja desde que los grandes hoteles de la capital decidieran cerrar sus puertas en verano. Todos cerraron a la vez, sin excepción. El alojamiento pasa ahora por hostales destinados a los peregrinos iraníes que acuden fielmente a su cita con los lugares sagrados del chiismo en suelo iraquí, embajadas, alquiler de habitaciones en casas de medios occidentales, alojamiento en casa de traductores y conductores o saco de dormir a la orilla del río. La falta de camas ha hecho que los precios suban un cincuenta por ciento en menos de un año.

No bajo a cenar con mis compañeros de hotel. Me quedo con las provisiones de un supermercado cercano para atrincherarme en la habitación hasta primera hora de la mañana. Para entonces ellos ya se habrán subido al autobús que les llevará a Nayaf o Kerbala. Dentro de no mucho espero subirme a uno de estos autobuses y cerrar la peregrinación con ellos antes de poner rumbo a Teherán cruzando lo que durante una década fuera el frente de guerra entre Irán e Irak.

¿Es seguro alojarse en un hotel de iraníes? ¿Serán seguras las procesiones que inundarán las calles con motivos del Muharram? No y no, lo único seguro es que la fiesta del luto, la sangre y el llanto chií está a punto de abrir el telón en su marco más atómico: Irak. Entonces nadie se acordará que durante el fin de semana un coche bomba estalló en el santuario de Kadamiya, al noroeste de Bagdad, matando a cinco personas e hiriendo a otras 18. Otras dos personas fallecieron y unas 28 resultaron heridas por la detonación de otro coche cargado con explosivos cerca de un grupo de peregrinos iraníes en la zona de Al Shoola.