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Té sin chaleco ni casco

Haji Agha espera a los americanos con el azúcar servido en vasos
transparentes. Bien dulce, como los iraquíes, el anciano más respetado
de Jalawar ofrece a los militares té verde y gominolas. En pastún y en
farsi, este veterano de la yihad explica los problemas de la semana a
unos americanos que, como muestra de confianza, se quitan los chalecos
y los cascos. Sólo mantienen las botas puestas por si hubiera que
salir corriendo.
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Es la reunión semanal, la tradicional shura con la que los afganos
están acostumbrados a resolver sus problemas y que desde hace seis
meses cuanta con la presencia americana en este valle. Salen nombres,
informaciones sobre presencia talibán y, en mitad de la sesión, llega
la noticia de que se ha colocado un nuevo IED al paso de una patrulla
americana (el segundo desde que estoy aquí). Los detectores han hecho
bien su trabajo y se ha podido desactivar
llevando a cabo una
explosión controlada que ha hecho temblar los cristales de la casa del
anciano.

Tras una hora de conversación y con un té que amenaza con corroer
todos los empastes de las pobres bocas de los occidentales, llega la
hora de volver a la base
. Dos americanos, un periodista y doce
soldados afganos forman una comitiva que recorre a pie los mil metros
que separan la casa del anciano de la base. Un paseo en el que la
auténtica escolta está formada por decenas de niños de la madrasa del
pueblo –aquí aun no hay escuelas del gobierno- que están de fiesta por
ser viernes.

TELEGRAMA DESDE ARGHANDAB. Mi permiso del Departamento de Defensa está
a punto de expirar y me buscan una salida. STOP. Yo no quiero evitar
viajar por carretera hasta Kandahar. STOP. Hoy han llegado dos
televisores de 42 pulgadas a la base. STOP. Los soldados afganos dicen
que pasan calor y piden ventiladores. STOP. El GSM se corta a las 7 de
la tarde para entorpecer las comunicaciones de los talibanes, que son
quienes reinan en la noche.

La Policía de Karzai Villa

La Policía afgana informa a los americanos del asesinato de un hombre
en una aldea cercana y del robo de un tractor
. Los autores de los
delitos son unos talibanes recién llegados de Pakistán que pretenden
sembrar de IED (artefactos explosivos improvisados) las aldeas vecinas
a la base. A las cinco de la mañana  una patrulla de treinta hombres
está lista para investigar los hechos. Soldados americanos y policías
afganos ponen rumbo a la enésima amenaza
.

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Evitando como siempre las rutas principales, atraviesan viñedos y
huertos varios en los que los campesinos alucinados por el despliegue
levantan las manos en señal de rendición. Todas las preguntas reciben
la misma respuesta. Nadie sabe nada, nadie ha oído nada. La gran
novedad es que hay algunos que reconocen que se han ido a vivir fuera
del valle por la falta de seguridad a las noches y que regresan sólo
por las mañanas para cuidar de sus cosechas.

La Policía dirige los registros. Casa por casa entran y, para disgusto
de los agricultores, van picando de aquí y de allí. Unas uvas, unos
melocotones, unos higos, unos pepinos, una cantimplora…
un poco de
todo hasta que empiezan a recibir reprimendas de sus colegas
americanos que ya están acostumbrados a esta forma de actuar y que
aseguran que “al comienzo era mucho peor”. La cantimplora es el plato
estrella y se apresuran a rellenarla en un regadío para combatir al
calor.

Una de las claves para una posible salida internacional reside en el
despliegue de fuerzas afganas por todo el país. El Ejército Nacional
Afgano podría llegar a los 134.000 soldados a finales de verano y la
Policía a 109.000
. Se está trabajando con el reloj en las academias y
se ha intensificado el trabajo conjunto en las bases de todo el país.
En su discurso de investidura, el presidente Karzai se marcó un plazo
de cinco años para que sus hombres se hicieran cargo de la seguridad
del país… un plazo en el que habrá que trabajar mucho para que estos
agentes de hoy se ganen la confianza de la gente, especialmente la
Policía.

TELEGRAMA DESDE ARGHANDAB. Último día de la semana, llega el viernes
de rezo, descanso y shuras (reuniones) de ancianos (también del Real
Sociedad-Castellón). STOP. Las finales de la NBA copan las pantallas
en las bases
, animan mucho a Gasol. STOP. Los botes de vitaminas para
culturistas en las estanterías. STOP. Hoy el menú ha estado compuesto de
guisantes picantes y, de postre, más picante. STOP. Los termómetros
siguen subiendo. STOP. Hemos tenido que cruzar un nuevo río, pero esta
vez he tenido más cuidado con el móvil.

El cigarro de la paz

“¿Y tú por qué no hablas pastún?”. Es la pregunta que los mayores de
Jalawar hacen a los soldados americanos antes de pedirles un cigarro.
Estos sonríen, sacan un Marlboro, y después de darle fuego le tocan la
barba. “Cool, man, very cool!” (guay, hombre, my guay), el viejillo,
antiguo muyahidín como el de la foto, aspira el humo y sonríe. Ha
visto caer a los rusos y no creo que tenga mucha confianza en estos
soldados veinteañeros que patrullan a pie bajo el zumbido de los
helicópteros que les dan cobertura aérea.

afg-cigarro

En Arghandab se está poniendo toda la carne en el asador. Este es el
lugar de pruebas de la nueva estrategia McChrystal
, el Dorado al que
Obama sueña traer la seguridad en un plazo de 18 meses, pero a pie de
calle se percibe que pese a los esfuerzos por parte americana y a los
progresos en la integración con las fuerzas afganas, el camino por
recorrer es enorme
.

Los rusos -las comparaciones son inevitables- intentaron tomar
Arghandab en 1982 y 1987 y, según los mandos americanos, perdieron
“decenas de miles de soldados”. Ni los muyahidines, ni los talibanes,
ni las tropas de la coalición han hecho mucho por estas aldeas desde
entonces
.  Los talibanes del siglo XXI no son los muyahidines del XX,
pero tienen algo muy importante a su favor que le falta a Occidente:
tiempo. Los vecinos lo tienen claro y por eso no tienen prisa a la
hora de responder a los extranjeros, ellos usan el mismo reloj que los
talibanes.

Los niños miran a los soldados y les piden bolígrafos, caramelos y
botellines de agua como en todo el mundo, pero cuando se sientan a
descansar un rato, se acercan y les piden también que se conviertan al
Islam
. Las mujeres no existen.  Los talibanes llevaron a Kabul la vida
en esta parte del país y por eso se dio a conocer en todo el mundo,
pero aquí siguen viviendo como entonces y las normas que rigen son las
que marcan la mezcla entre religión y tradición que obedecen las
tribus pastunas. El gobierno de Kabul es una anécdota que se olvida en
el mismo momento que el Marlboro se consume en los labios del
viejecillo de barba blanca.

TELEGRAMA DESDE ARGHANDAB. He dejado Tanys y he vuelto a la base de
Terranova. STOP. Mi teléfono ha muerto tras tener que cruzar el canal
para evitar un puente de madera, lo llevaba en el bolsillo y me cubría
hasta la cintura. STOP. Jamás había visto tanto tatuaje junto. STOP.
Soy el padre de todos los soldados. STOP. No hay mujeres soldado en la
línea del frente. STOP. Mi casco blanco lo he tenido que pintar de
verde
por seguridad de la patrulla.

Telegrama desde Arghandab

Algunos soldados desayunan Gatorade y
hamburguesas congeladas que calientan en un microondas. STOP. Duermo
‘protegido’ por tres granadas, una recortada y un M16 que cuelgan de
la pared y pertenecen al inquilino habitual de mi hamaca, ahora de
permiso. STOP. La cobertura de GSM aguanta hasta las siete de la
tarde, después se corta porque los talibanes atacan las nuevas torres
de comunicaciones que las compañías quieren instalar. STOP. Me quedan
menos de cien páginas para terminar el libro de Jagielski ‘Una oración
por la lluvia’
(gracias Roberto ‘Carlos’), lo mejor que he leído sobre
Afganistán y de consulta obligatoria para los periodistas que trabajen
en el país. STOP. Mañana me voy al campo de tiro a ver cómo funcionan
las armas OTAN en manos afganas. STOP. Apenas escucho música, sigo son
BSO para esta cobertura. STOP. Me he enterado del empate de la Real en
Irun, nervios hasta el final. Esperemos que Carlos Bueno llegue a
tiempo.

A la caza del talibán

Ocho de la mañana. Los hombres de la base Tynes vuelven al lugar de
los hechos, a la zona donde ayer les colocaron un IED (artefacto
explosivo improvisado)
para investigar el suceso. En lugar de ir por la
misma ruta, inician un recorrido alternativo por los huertos y canales
que rodean a la base, un terreno menos favorable para la colocación de
artefactos. El objetivo es hablar con el mulá local y preguntarle si
sabe algo ya que la bomba se colocó en la misma puerta de su mezquita.
Después de una hora de caminata –para cubrir un recorrido de no más de
quince minutos en línea recta- los soldados llegan a la puerta del
mulá, pero la encuentran cerrada con un candado
. Piensan echarla
abajo, pero esperan y a los pocos minutos aparece el hombre que viene
de su huerto.

Patrulla norteamericana interrogando a un mulá en Arghandab (Mikel Ayestaran).

Patrulla norteamericana interrogando a un mulá en Arghandab (Mikel Ayestaran).

“Si me ven hablando con vosotros, si os digo algo, vendrán y me
matarán”
. El mulá tiene pocas dudas sobre quién tiene el auténtico
poder en Arghandab. Recibe a los americanos, habla con ellos, pero no
les da información que pueda llevar a ninguna detención. Confiesa, por
primera vez en los últimos seis meses, que los talibanes han impuesto
un toque de queda en la aldea
y que nadie puede estar en la calle más
tarde de las nueve. El líder de la patrulla, Christopher Farrington,
toma nota de cada palabra gracias a su traductor y se muestra
contundente. “Si venimos por tanto a partir de esa hora podemos
detener a cualquiera que no respete el toque de queda porque se
tratará de una talibán, ¿no?”
. El mulá está muerto de miedo y matiza
sus palabras, ruega a los americanos que no vengan por la noche, pero
estos lo tienen claro. La bomba de ayer tenía potencia para matar a
cuatro hombres
y no van a tolerar que vuelva a ocurrir algo así a las
puertas de la base.

Mientras el mulá lamenta la bomba colocada la víspera, un vecino que
viaja a bordo de un motocarro con sus dos mujeres y cuatro hijos es
retenido por la patrulla americana por llevar un artefacto sospechoso
en su salwar kamize. Se trata de una especie de walkie talkie que él
dice que es de su hijo y que los americanos piensan puede ser una
herramienta utilizada para activar un IED a control remoto
. La
confusión le obliga a permanecer cerca de cuarenta minutos sentado
junto a una pared y respondiendo a las preguntas de la patrulla. El
mulá asegura que está limpio y que no es más que un comerciante.
Farrington pide permiso para llevarle a la base y someterle a un
interrogatorio, pero finalmente se opta por dejarle marchar y
convocarle a una reunión por la tarde en las dependencias de la
policía afgana.

Tres horas después se inicia el regreso a Tanys por otro camino
alternativo. El objetivo es no usar nunca las rutas normales. Esta vez
caminamos por huertos de rosales, trigales y viñedos entre los que se
cuela alguna planta de opio perezosa
. Los agentes de la Policía que
acompañan a los americanos aprovechan la patrulla para cortar rosas y
decorar sus Ak-47. Vuelta a los sacos terreros, vuelta a este pequeño
pedazo de Estados Unidos en mitad de Arghandab
.