Archivo por días: 29 enero, 2010

La roca eléctrica del balonmano mundial

 

Julen Aginagalde, pivote del Balonmano Ciudad Real

Julen Aginagalde, pivote del Balonmano Ciudad Real

Julen Aginagalde está haciendo oposiciones para convertirse en el mejor pivote ofensivo del balonmano mundial. Ha superado con nota cada desafío que se ha encontrando en el Europeo de la especialidad.

Julen es un “pivote” en el sentido deportivo de la palabra y en el argentino. El de Irún, a sus 28 años, es un pibe enorme que lo borda en el lugar donde más duro resulta el balonmano, a no ser que seas un portero que ha olvidado su coquilla. Ese puesto es el de pivote. Obliga a hacerse un hueco en la línea de borde del área entre unos tipos que asustarían al propio Mike Tyson. Son mocetones de más de 2 metros, más de 100 kilos, espaldas de armario ropero y brazos de estibador portuario. A eso suelen sumar abundancia de narices rotas, cicatrices en las cejas y un gesto inconfundible de haberse puesto un calzoncillo dos tallas más pequeño y lavado sin Perlán. Los centrales y pivotes defensivos son así. Y entre ellos tiene su hábitat Aginagalde.

Claro que el chico no es ningún mindundi. Mide 1,95 y pesa 110 kilos. Es como una roca eléctrica, como un rinoceronte con movimientos de tigre. La pesadilla de cualquier portero de pub a la hora del cierre. Para hacerse el hueco mínimo que necesita emplea la estrategia del ama de casa en  autobús urbano en hora punta: empuja con el trasero como que no quiere la cosa. Claro que los defensas suelen recurrir entonces a la táctica del sobón de metro: le echan mano por donde pueden.

En el momento en que el balón bota cerca de él, o le es transmitido por el aire, Aginagalde, como buen irundarra, homenajea a la máquina herramienta. Sus manos son como dos cizallas que atenazan el cuero aunque esté parcialmente agarrado por alguno de sus rivales y sus piernas funcionan como dos ballestas que catapultan los 110 kilos hacia la portería a pesar de que lleve colgando a un crítico gastronómico de los hombros. El zarpazo para agarrar la pelota y el brinco suelen ser tan rápidos y violentos que parecen el mismo movimiento. Y mientras el cuerpo de Julen genera un buen montón de watios, en una fracción de segundo, la cabeza piensa qué cuadrante de la portería es el menos resguardado. El esférico suele terminar allí.

Para poder apreciar todo este proceso como merece es mejor esperar a la repetición en cámara lenta. A velocidad normal se pierden los detalles. Entre los más curiosos se encuentra el gesto del marcador de Aginagalde que viene a ser la expresión de un ¿pero qué leches ha pasado?. Luego, Julen suele caminar tranquilamente hasta el banquillo y se sienta en paz, como un enorme niño rubio. Empieza a apretar los dientes de nuevo cuando su equipo avanza hacia la portería contraria. Ahí es cuando empieza una vez más la condena de los pivotes defensivos.

Así es Aginagalde, la roca eléctrica, el rinoceronte con movimientos de tigre. Un chico de Irún que es el mejor pivote ofensivo del balonmano mundial. Y formado en el Bidasoa.

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