En ocasiones veo Bielsas

Me ocurre como al niño de “El Sexto Sentido”. Lo que pasa es que yo, en ocasiones…veo gabarras. Y no soy la única en Bilbao. Desde hace unas semanas resulta frecuente contemplar a individuos en solitario, o en pequeños grupos, parados en la calle, mirando fijamente al horizonte agarrados por los hombros o con los brazos en alto y gritando: “¡¡La Gabarra, la Gabarra!!”.

Además, se extiende el fenómeno. Es peligrosamente contagioso. ¿Creen ustedes que los cuatro jugadores de la Real Sociedad que fueron a San Mamés a ver la semifinal de la Europa League entre Athletic y Sporting de Portugal han generado cierto escozor entre la afición txuriurdin sólo por eso, por ver el partido? Noooo. El problema es que les sorprendieron de noche en el paseo de La Concha, agarrados por los hombros, mirando al vacío y coreando: “¡¡La Gabarra, La Gabarra, Aurten Baaaai!!”.

Que los aficionados del Athletic en ocasiones vean gabarras es un hecho paranormal que tampoco acaece con mucha frecuencia. Hace tres años cuando los rojiblancos alcanzaron la final de Copa y, si no, hay que remontarse a mediados de los ochenta. Esta vez, el fenómeno es más virulento porque el equipo se ha encaramado a dos finales, una de ellas continental.

La gabarra se prepara para celebrar los éxitos del Athletic (Asier, en Deia)

La gabarra se prepara para celebrar los éxitos del Athletic (Asier, en Deia)

Puede que ese sea el motivo por el que se contagie a gentes de otros equipos esa inquietante sensación de, en ocasiones, ver gabarras. En el caso de los futbolistas de la Real convendría habla de una patología: la gabarritis. Está siendo estudiada por el Berriatua Research Institute, en su campus de Larruskain.

En lo que a mi persona se refiere, debo decir que la noche del Sporting de Portugal, tras el éxtasis europeo, sospeché que había empezado a entrar en una nueva y desconocida dimensión, esa en la que en ocasiones...veo Bielsas. Después del partido, salí a la calle a deambular. Deambulé bastante. A eso de las dos de la madrugada me encontraba paseando por la Gran Vía de Bilbao, justo en la acera opuesta a la de unos grandes almacenes que todo el mundo conoce. Iba en completa soledad, tratando de no ver gabarras al cerrar los ojos, cuando, esclava de la fisiología decidí entrar al café Monterrey. Eran las dos y diez de la madrugada. La barra estaba vacía y, de todas las mesas, sólo se encontraban ocupadas las dos del fondo, las que se hallan próximas al lavabo.

En ocasiones, le veo (Asier, en Deia)

En ocasiones, le veo (Asier, en Deia)

Aliviando mi pobre vejiga a la vez que intentaba alejar las gabarras de mi calenturienta mente, empecé a reconocer una voz familiar: muy pausada, inequívoco acento argentino, que me llegaba desde el más allá. Concretamente desde el más allá de la puerta del WC. Me lavé las manos y salí hacia la barra…allí estaba, Marcelo Bielsa, sentado en una mesa, recién duchadito, tomando un café o a lo mejor terminado de cenar en compañía de otro hombre. “¿Qué tal todo por Buenos Aires? ¿Bien?” preguntaba Marcelo a alguien a través del móvil. Salí corriendo enloquecida, frotándome los ojos. En ocasiones veo Bielsas, me repetía para mi. Lo que me faltaba.

Luego, cuando me estaban sacando de la Ría, a la que caí tras tropezar con una papelera en El Arenal cuando corría gritando, me percaté de que no había sido producto de mi mente. No es que en ocasiones vea Bielsas. Que me pudiera suceder. Pero en ese preciso momento reconocí la cara del hombre que acompañaba a Bielsa. Era el periodista Santiago Segurola. Y, claro, esta servidora de ustedes puede llegar a en ocasiones ver Bielsas. Pero Santiagos Segurolas, no.

Así que realmente, a las dos de la madrugada de la noche de la semifinal europea, Marcelo Bielsa estaba tomando algo tranquilamente en la céntrica cafetería Monterrey, prácticamente vacía y completamente alejada del bullicio. Qué tipo. Y qué alivio saber que no voy a tener que tratarme de lo de en ocasiones ver Bielsas.

Lo realmente inquietante fue que, tras ponerme de pie en la orilla de la Ría, cuando me tranquilizaba, miré al agua…y la gabarra estaba allí, esperando. Porque, no se si les he comentado que, en ocasiones, veo gabarras.

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