Carlo Rovelli, al buen divulgador te arrimes

Hay palabras que hacen que el humano normalmente constituido salga corriendo en dirección opuesta a quien las pronuncia. O apague la televisión, o cierre el libro. Física es una de ella, química lo es más aún. Ciencia, en general, es una palabra apestada. Casi todo el mundo piensa, aunque esté satisfecho con su inteligencia, que no va a entender los conceptos que van a caer sobre él. Y, en consecuencia, se va a aburrir. Y eso si que no. En realidad estamos haciendo el vago, estamos dándonos por vencidos sin pelear. Pero la física cuenta la verdad, hasta donde la conocemos, mientras que esas otras cosas que devoramos con entusiasmo no siempre, o nunca. Tener unas nociones de física no te va a salvar la vida, pero igual te explica cómo funciona el mundo y así entiendes algunas cosas. La cosa no va más allá de la simple satisfacción intelectual, pero intelectual es otra de esas palabras que asustan mucho.LIBRO Siete breves lecciones de física

Carlo Rovelli se ha propuesto divulgar la física y para ello ha tratado de vulgarizarla. Sabe que no es bueno que haya fórmulas en un libro, porque eso ya lo dijo Stephen Hawking en su Breve historia del tiempo, e incluye aquí solo una, y no, no es E=MC2. El resto es barajar conceptos conocidos y acercarse a través de ellos a cuestiones como la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, el origen del universo, los agujeros negros o las partículas elementales. Lo hace con soltura y amenidad, pero si ya te arreglas con los electrones y los quarks seguramente no necesitarás leer este libro porque ya manejas estos conocimientos. Como siempre encallamos en los agujeros negros y a pesar del convencimiento del autor no estoy muy seguro de que el breve repaso partiendo del calor nos aclare su origen y función. Me pasa como con la película Interstellar, donde los conceptos manejados nunca están suficientemente claros. Pero, bueno, la divulgación es lo que tiene.

Llegando al último capítulo, Nosotros se titula, nos vamos ya por la simplificación y entramos en territorios sentimentales, y no se trata de recriminarle al autor que no nos considere la cúspide de la evolución, lo cual parece evidente, sino porque acaba diciendo que somos polvo de estrellas y que solo nos manejamos con la naturaleza, lo cual nos llevaría a entender que incluso las creaciones del ser humano son naturaleza. No pretendo entablar aquí un debate, pero seguramente Rovelli podía haber afinado más, a pesar de utilizar hermosas palabras y brillantes metáforas. Con lo que no ha contado es que Shakespeare, Mozart, Homero y Miguel Ángel, los ejemplos que utiliza para humanizar la ciencia, son palabras de esas que alejan a los humanos normales. No sea usted de estos. Arriésguese a descubrir que nuestra especie va camino de la extinción, otro convencimiento del autor. Después de todo cada uno de nosotros somos también especies en extinción. Pero mientras nos llega la hora, disfrutemos de libros como este por si alguna vez la ciencia nos hace inmortales.

Félix Linares

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