El comictario. Furari o el retorno póstumo de Jiro Taniguchi

El pasado mes de febrero se cumplieron cuatro años de la muerte de Jiro Taniguchi, uno de los grandes genios del manga japonés y quizá el que más vínculos generó entre el cómic de Oriente y Occidente. Taniguchi consiguió lo que muy pocos, que su obra fuera reconocida tanto en Japón como en Europa, especialmente en Francia, donde tenía una legión de seguidores. Su influencia en tierras galas le llevó a colaborar con autores de la talla de Moebius, Morvan o Frédéric Boilet, y el Festival de Angoulême le coronó definitivamente en 2003 con el premio al mejor guión por Barrio lejano, una de sus obras maestras y, sin duda, uno de los mejores cómics de la historia del noveno arte. Jiro Taniguchi nos dejó hace ya cuatro años, pero fue un artista tan productivo que hoy seguimos disfrutando con obras suyas que permanecían inéditas en castellano.

La última en llegar ha sido Furari, un manga que reúne gran parte de las características que han hecho de Taniguchi un maestro inigualable. Con su habitual dibujo detallado y un relato lleno de armonía y serenidad, Jiro Taniguchi hace un homenaje en viñetas a la figura de Ino Tadataka, el primer cartógrafo que completó el mapa de Japón. Lo hizo en el primer cuarto del siglo XIX, y su método de trabajo no era otro que andar y andar, medir cuidadosamente las distancias y calcular la escala de los mapas. Taniguchi hace un retrato fiel del lugar donde transcurren los hechos, la ciudad de Edo, capital de Japón que en 1868 pasó a llamarse Tokyo. Por esa ciudad bulliciosa, por sus calles, plazas, parques y mercados, camina de forma incansable nuestro protagonista, tomando medidas, fijándose en lo que ocurre a su alrededor y deteniéndose para beber o comer en distintos locales que va encontrando por el camino. La comida y la magia de las pequeñas cosas son elementos con los que Jiro Taniguchi juega con maestría.

En esta ocasión, además de degustar distintos platos típicos, nuestro protagonista disfruta y nos hace disfrutar con la belleza de los cerezos en flor, el vuelo del milano negro y las libélulas, la magia de la luna llena o el sorprendente estallido de luz provocado por las luciérnagas en la noche. Y qué decir de los debates en torno al elefante que casi nadie ha visto en Edo, pero cuyas huellas marcadas en el suelo dan lugar a mil y una tertulias callejeras. Furari es un término japonés que quiere decir “sin rumbo fijo“, pero el nuestro está muy claro: completar nuestra biblioteca Jiro Taniguchi con esta auténtica delicia, publicada en castellano por Ponent Mon/Catarata, respetando además el sentido oriental de lectura, de derecha a izquierda. Por favor, no os lo perdáis.

Iñaki Calvo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *