No conocíamos a esta escritora, pero nos habían hablado muy bien de ella. Ha publicado cinco libros en catalán, de los cuales se han traducido al castellano tres, Te quiero si he bebido, Busco señor para amistad y lo que surja y éste que hoy comentamos No hay terceras personas (Acantilado). Los tres, como se ha podido comprobar, con magníficos títulos. Son libros de relatos en los que la autora lanza una mirada bastante irónica, y no exenta a veces de crueldad, sobre nuestro mundo y las relaciones personales que se dan en él. Son historias aparentemente divertidas que acaban dejando en el lector un rictus de extrañeza y amargura.

En este volumen nos cuenta diez historias en las que se nos describe peculiares relaciones: la de una maquilladora de televisión con un premio Nóbel de Literatura que sobrevivió al Holocausto; la de una “femme fatale” de la modernidad con un joven imberbe e inocente; la de la cuidadora de un minusválido adolescente con el padre liberal del chaval; la de los dueños de un restaurante que sufren la crisis con sus escasos clientes; la de un periodista mediocre con un cascarrabias ex presidente de la Generalitat; la de dos psicólogos que forman un matrimonio fracasado con su hijo adoptado; la de una azafata de concursos televisivos de escasas luces con su jefe despótico del que se queda embarazada; la de un matrimonio atribulado y su hijo recién nacido que no para de llorar; la de un viejo y tradicional traductor de textos clásicos con una simpática periodista de éxito; y la de una gorda empleada de banco con sus peculiares amantes.

En todas las historias se destripan las contradicciones de nuestra sociedad. Todas se inician con situaciones fácilmente reconocibles y todas ellas se van retorciendo hasta caer en la caricatura. Pero curiosamente está ahí, en la exageración y el escarnio, el éxito de los relatos. Así es como la autora se ríe de la superficialidad de esta sociedad, de los falsos progresismos, de la fortuna que sonríe habitualmente a los ineptos, de la ausencia de piedad, de la hipocresía moral, de la diferencia abismal ente la imagen pública y la privada, de la ignorancia elevada a categoría, del papanatismo de “estar a la última”, del clasismo enmascarado en igualitarismo. Una sociedad que hace de lo superficial el tótem a seguir, donde nada dura, donde todo es efímero y donde hay que mutar constantemente para permanecer visible.

Con los magníficos relatos de Empar Moliner sonreímos e incluso a veces nos carcajeamos. Pero tras su lectura comprendemos que acabamos de dar un paso más para entender más profundamente el absurdo de este mundo triste, injusto y calamitoso.

Enrique Martín