Las culpas de la guerra de Argelia, contadas por Laurent Mauvignier

Cuando leo novelas como Hombres (Anagrama) me acuerdo de Barton Fink, aquel personaje de la película de los hermanos Coen que buscaba el habla del hombre de la calle. Cuando lo logró en el teatro acabó estrellado ante las dificultades de llevarlo al cine. Y recuerdo a William Faulkner, que también quedaba retratado en esa película, diciéndole a Howard Hawks: “No tengo ni idea de cómo habla un faraón”, cuando el cineasta se empeñaba en que escribiera el guión de Tierra de faraones. Parece ser que Faulkner solo escribió una línea de ese guión, aunque aparece acreditado en el film. Es difícil conseguir que el LIBRO.Hombreshabla cotidiana encaje bien en el arte, en parte porque este es impostura y la naturalidad no acaba de sentarle bien. Pero Laurent Mauvignier parece empeñado en conseguirlo y a ello dedica su esfuerzo en Hombres. No es que el asunto que trata la novela sea ligero. Nada menos que la culpa general asumida por los franceses por la guerra de Argelia. Estos franceses siempre agobiados por su historia común. Antes de Argelia por Indochina, y antes por el colaboracionismo con los alemanes invasores, por Petain y Vichy y así subiendo hasta Dreyfuss y todo el siglo XIX hasta Napoleón, que ya les dejó contentos. Argelia pues, las atrocidades de aquella guerra de guerrillas, tan sucia como todas, repleta de episodios turbios, de torturas y masacres de la población civil. Aquella guerra que proyecta su sombra hasta la actualidad, en la que también los musulmanes fueron crueles y despiadados y por ello se justifican a veces los civilizados soldados. Esos soldados que hoy son viejos y atormentados y que, cuando surge el conflicto, se acuerdan de aquellos momentos y se lanzan a por el moro porque en él residen los motivos de su resentimiento, de su vida amargada, de sus sueños no cumplidos. Es un viejo conflicto, ya conocido, ya explorado, así que el autor tenía que buscar la manera de que esta novela resultara diferente. Y la encontró dando al narrador la voz del hombre de la calle, con su hablar entrecortado, con sus frases sin terminar, con sus repeticiones, con su temblor. Es un hallazgo, aunque esto ralentice la narración, la haga reiterativa, cree dudas sobre lo que se está contando, alguien diría suspense, o, al menos, consiga dilatar el esclarecimiento de las cosas. Hay que ver lo que cuesta que el narrador explique que es lo que porta un personaje cuando se abalanza hacia la homenajeada en una fiesta. Pero todo lo damos por bien empleado porque sabemos lo difícil que es contar así y el autor lo va logrando. Al menos hasta que hay que recordar los hechos del pasado y volver a Argelia. Entonces el punto de vista cambia, hay otro personaje en primer plano, el lenguaje cambia, se convierte en uno mas convencional. Y cuando vuelve el narrador a tomar el mando el estilo se ha convertido en un lenguaje no excesivamente personal. Eso sí sigue demorando el autor el descubrimiento de las revelaciones que el lector espera, como si fuera una marca de la casa. Y a pesar de que ese recurso al misterio fuera de las novelas de género resulta un tanto cargante aceptamos que Hombres es una novela bienintencionada, de asunto grave, de estilo diferente, de largo aliento y de escaso alcance. Se lee bien, se disfruta, pero el lector no puede dejar de pensar en lo que podía haber sido si el autor, muy galardonado y aplaudido por la crítica francesa, se hubiera preocupado un poco mas y hubiera conseguido ajustar sus logros con sus aspiraciones. El señor Mauvignier tiene varias novelas publicadas en Francia. Ya me gustaría confirmar las impresiones que deja esta.

Félix Linares

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