Esta historia del estadounidense Shane Jones (Nueva York, 1980) ha cautivado al mundo anglosajón. Y eso que empezó publicándose en una pequeña editorial independiente. Pero el boca a boca obró maravillas e hizo que la poderosa editorial Penguin se fijara en el libro y lo publicara. Luego llegaría lo más de lo más, que el director Spike Jones comprara los derechos para hacer una película.

¿Qué tiene Las cajas de luz (Mondadori) para haber causado tanta sensación? Pues el aire de un cuento de hadas terrorífico, con hechuras de narración clásica y un tono revisionista moderno y exento de moralejas. La historia nos traslada a un pueblo en el que Febrero, el espíritu del frío y la oscuridad, se ha instalado para desgracia de sus habitantes que llevan novecientos días sin haber visto el sol. Además de la tristeza causada por este “secuestro” del tiempo, la congoja se apodera de los corazones porque han empezado a desaparecer los niños.

Y es entonces cuando desaparece Bianca, la hija de Thadeus. Y es entonces cuando Thadeus se convierte en el héroe que necesita el Pueblo para derrocar al tirano. Un Febrero que actúa con maldad sin saber muy bien porque lo hace, a pesar de que su mujer “la muchacha que huele a miel y humo” intenta mitigar los estragos. Thadeus se aliará con La Solución, un grupo rebelde poco efectivo formado por aeronautas a los que se ha prohibido volar, para combatir a Los Sacerdotes, los acólitos de Febrero.

Se desatan a partir de aquí una serie de acontecimientos que provocarán la aparición de los primeros rayos solares en meses, gracias a la pericia del Profesor aliado de los revolucionarios. Unos acontecimientos que obligarán a Febrero a comportarse con mayor crueldad llevando al héroe a un callejón sin salida, que sin embargo le hará renacer fortalecido de las dificultades.

Shane Jones escribe una fábula en la que se habla de la fuerza de la solidaridad para combatir la tiranía. Un relato en el que se nos alerta de la posibilidad de que en el combate acabemos contaminados por aquello mismo contra lo que luchamos. Porque para el autor las cosas no son blancas y negras, como al final de la historia aprendemos –hay cosas que no son lo que parecen-, sino grises, ya que los malvados a veces tienen su razones y los justos a veces se equivocan. Terrible y poderosa historia donde al final brilla la esperanza personificada por dos magníficos soles, “en uno pone junio y en el otro julio”.

Enrique Martín