Imagínense que el naturalista, escritor y humorista inglés Gerald Durrell hubiera sido australiano. Imagínense que hubiera viajado durante años por la Australia profunda relacionándose con bichos y demás parientes. Imagínenselo con el mismo sentido del humor, ó quizás con un humor un poco más vitriólico, no tan blanco como el del británico. E imagínense a este Durrell, interesado sí por los animales, pero prevenido ante ellos porque, como todo el mundo sabe, los animales salvajes son bastante puñeteros. Si lo mezclan con unas gotas del Mark Twain sarcástico de sus relatos costumbristas sureños, se habrán hecho una idea bastante aproximada de la personalidad literaria de Kenneth Cook (1929-1987) un periodista, escritor, agitador político y presentador de televisión australiano aficionado a las mariposas, que alcanzó una gran popularidad cuando un año antes de su muerte publicó estos relatos humorísticos en los que narraba sus viajes por la Australia más salvaje.

Son relatos muy divertidos en los que se desgranan las mil y una vivencias del autor a lo largo de los años por el Outback australiano. Un sitio donde abundan los animales y mucha “gente amigable” que se encuentra en los bares y que pueden crearte muchos problemas. Entre los animales hay serpientes, cocodrilos, koalas –traicioneros koalas-, más serpientes, una elefanta, un cocodrilo hipergigante, camellos –odiosos camellos-, un gato, un cerdo salvaje, un perro demasiado amigable, un tiburón… y muchas más serpientes. Entre la gente hay naturalistas tramposos, mineros incompetentes, guardabosques voluntariosos, granjeros problemáticos, policías astutos al estilo Colombo, aborígenes fulleros, productores de cine despistados, patosos maestros buceadores y, como no, cuidadores de serpientes.

Hay muchos relatos que podríamos destacar pero me quedo con el del perro que atrapaba serpientes venenosísimas y las depositaba a los pies ó en el regazo de su amo como señal de lealtad. Cuando eso sucede en un bar repleto de aguerridos parroquianos, la juerga está servida. Encantador retrato de un mundo perdido que todavía está ahí y en el que abundan las personas de buen corazón, los locos de atar y aquellos tipos que solo pueden pensar en el interés general, cuando el interés general coincide con el personal. Deliciosas las ilustraciones de Güido Sender.

Enrique Martín