Ovaldé por Ugalde: mujeres poderosas en un Caribe sensual

Diremos Véronique Ovaldé, pero tal vez debiéramos decir Véronique Ugalde. A esta autora francesa, nieta de navarros, le cambiaron por error el apellido en el registro. Pero comentemos algo más de ella. Nació en Francia en 1972. Comenzó a trabajar en el mundo editorial muy pronto y actualmente es editora de literatura juvenil. Vera Candidaz dakidana (Alberdania) es su cuarta novela; y en castellano puedo encontrarse en Salamandra bajo el título Lo que sé de Vera Cándida. Esta exitosa historia se publicó por primera vez en 2009, y le ha reportado a la autora numerosos premios en Francia y Suiza. Uno de ellos, el Renaudot des Lycéens lo concede un jurado compuesto por alumnos de institutos de secundaria. Casi nada.LIBRO.Vera Candidaz dakidana

Pero hablemos ya de Vera Candidaz dakidana. La historia arranca con el regreso a  Vatapuna, una isla tropical imaginada, de una mujer que, al saberse cerca de la muerte, decide volver al lugar donde vivió hasta los quince años. Salió de allí embarazada de tres meses, veinticuatro años antes. Quería huir de la inercia familiar y de la isla Han cambiado algunas cosas pero no todo; de hecho, el chofer del autobús en el que regresa es el mismo que tiempo atrás la llevara a una ciudad del continente. Esa mujer se llama Vera Cándida, y tendrá que vivir una turbulenta historia de amor con un intrépido periodista. Pero esta heroína sensual está marcada por el fortísimo deseo de conseguir que su hija crezca, sea, realmente libre.

Nada más poner un pié en Vatapuna, el narrador nos relata la historia de su abuela materna: Rose Bustamente. Hasta los cuarenta años ejerció la prostitución y cuando estimó que ya se había hecho mayor para eso, se convirtió en una extraordinaria pescadora de peces voladores, que luego vendía en el mercado. Pero el amor complicó aún más su vida. Tanto Rose, como Vera Cándida, como la madre de ésta, Violette, parecen presas de un destino obstinado: ser madres, criar solas a sus hijos y no revelarles jamás el nombre del padre. Vera Cándida luchará por detener ese designio familiar de largo aliento.

Desde luego la novela, traducida por Alberto Barandiarán, engancha, genera curiosidad por saber qué pasó y qué pasará con los distintos personajes que la pueblan. El estilo de Ovaldé es evocador, sensual y colorista. Apenas se  sirve de los diálogos y resulta notable la elusión de los pronombres personales. En el drama y en la calma, la autora demuestra tener un acento personal. Considerada una de las autoras más interesante y renovadoras de la literatura francesa, ella reivindica la influencia de autores latinoamericanos, sobre todo de García Márquez y Roberto Bolaño; pero su forma de contar también nos recuerda a Isabel Allende o Marcela Serrano. Algo que podemos apreciar en párrafos como el siguiente: “Jaio zenetik, beti izan du bekozko iluna. Badago jendea solaskideen begietara inoiz so egiten ez duena, pixka bat gorago baizik, kopetaren tokirik baxuenera, eta toki aldaketa horrek aztoramen zehatzezina eragiten du. Vera Candidak begirada mota hori dauka, bere aurpegiaren gihar bat beti ernegatuta biziko balitz bezala, jaiotzeko malformazio bat edo, itxura goxo eta samurra ezinezko egiteraino.”

Txani Rodríguez

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