Hace escasas fechas se cumplía el centenario de la muerte de Bram Stoker, el padre de Drácula, y los vampiros, lejos de desaparecer, están más vivos que nunca. Cada dos por tres, autores de género y escritores que no practican el terror se acercan al mito del “ser que no muere” porque su interpretación no deja de fascinarnos. Uno de los últimos en acercarse al asunto del vampirismo es el escritor argentino Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963), un autor al que le gusta hablar de los grandes asuntos de la vida, pero a través de la relectura de los géneros. Lo hizo en novelas tan interesantes y entretenidas como Filosofía y Letras, El calígrafo de Voltaire ó El enigma de París.

En Los Anticuarios (Destino), los vampiros son gente solitaria, que no mata a la gente corriente para beber su sangre –eliminan su ansia salvaje gracias a un elixir- y que se dedican al negocio de lo viejo: son anticuarios, se mueven entre libros y objetos artísticos. La acción de la novela se desarrolla en el Buenos Aires de los años cincuenta del pasado siglo. Un aprendiz de periodista es captado por el Ministerio de lo Oculto para obtener información y combatir a estos vampiros que no se meten con nadie. Pero debió a un accidente casi mortal nuestro héroe se convierte en vampiro gracias a una transfusión de sangre que un anticuario le realiza para salvarle la vida. Cambia entonces la visión que nuestro protagonista tendrá de la situación, porque acaba de pasar la barrera y se encuentra en el otro lado, alejado además de su amada,  la hija del hombre que está detrás de la persecución de los vampiros.

A pesar de transcurrir en el siglo XX, la novela tiene un aire decimonónico, victoriano, en claro homenaje al maestro Stoker; en un ambiente de tristeza y melancolía por las cosas que pudieron ser y que ya nunca serán. Porque la inmortalidad más que un regalo es una maldición, ya que los seres queridos pasan y el dolor eterno continúa. Una magnífica novela que puede abrirnos la puerta para descubrir el mundo de un notable escritor.

Enrique Martín