El Tocho. Los Buddenbrook del joven Thomas Mann

El cónsul sintió mucho que su padre no llegase a ver el ingreso de su nieto mayor en el negocio familiar, acontecimiento que tuvo lugar en la Pascua de… -1842-.

Thomas tenía dieciséis años cuando dejó la escuela. Había crecido mucho en los últimos tiempos y, desde su confirmación, en la que el reverendo Kölling, con su brusca manera de hablar, le había recomendado “¡Mesura!”, vestía auténticos trajes de caballero, con lo cual aún parecía más alto. Llevaba colgada del cuello la larga cadena de oro que el abuelo le había dejado en herencia, y de la que pendía un medallón con el escudo de la familia, aquel melancólico escudo compuesto por una superficie de textura rugosa que representaba un terreno llano y pantanoso con un sauce solitario y desnudo en la orilla…

LIBRO.Los BuddenbrookEste es un párrafo de Los Buddenbrook, la primera novela de Thomas Mann. Aparecida en 1901, cuando el autor apenas contaba 26 años, constituye uno de los debuts más asombrosos de la historia de la literatura, solo comparable por su ambición y acierto a Pobres gentes de Dostoievski, o El Don apacible de Mijail Sholojov. El autor germano siempre se consideró a sí mismo un genio, y no nos extraña que así fuera, después de leer esta poderosa novela, que transcurre entre 1835 y 1875.

A través del retrato de cuatro generaciones de la familia que le da título, Mann nos ofrece una amarga y veraz descripción de la fugacidad de las cosas humanas: La necesidad de continuar el linaje acrecentando éxito y capital es el motor en la actuación de los primeros Buddenbrook, ricos comerciantes de cereales en la ciudad portuaria de Lübeck. Tras la cúspide económica alcanzada con el cónsul Johan Buddenbrook, la decadencia comenzará a vislumbrarse en sus descendientes. Los tres hijos del cónsul se resentirán de una salud y carácter endebles. El mayor, Thomas, llega a ser elegido senador, pero es el primer Buddenbrook a la cabeza de la empresa familiar, que no es un puro hombre de acción; el primero que llega a plantearse, castigado por el cansancio y los reveses económicos, el sentido de su actuación en la vida. E influido por la filosofía de Schopenhauer, llega a pensar, incluso en la muerte, como una posible liberación.

Esta crónica de una decadencia, de casi 900 páginas, está escrita con una fascinante claridad, según expresión de la traductora Isabel García Adánez, que ha hecho un magnífico trabajo para la editorial Edhasa.

Asombra, además, la perfección con que Mann describe a los personajes, dibujados con frecuentes toques de ironía que no sentaron nada bien a varios de los reconocibles habitantes de Lübeck; asimismo, las abundantes referencias a la historia, economía o costumbres del siglo XIX permiten al autor una gran precisión en el trazado de escenarios y contextos. Pero quizá lo más destacable, la esencia de la obra sea su implícita reflexión sobre el tiempo y la coherente y desengañada visión del mundo que aporta el autor, a pesar de su juventud. Todo esto hace de Los Buddenbrook una obra maestra. Faulkner la consideró una de las mejores novelas del siglo XX, pero a mi juicio, por su minucioso realismo y el énfasis en los condicionamientos adquiridos, sería más bien uno de los últimos grandes logros del naturalismo del siglo XIX. En cualquier caso, un primer jalón extraordinario en una carrera justamente coronada con el premio Nobel de literatura de 1929. Durante la entrega, el jurado del premio solo mencionó esta novela, Los Buddenbrook, de entre toda la producción de Thomas Mann, ¿no les parece revelador?

Javier Aspiazu

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