Los raros. Reivindicando a Pierre Mac Orlan

LIBRO El ancla de la esperanzaVivíamos en la parte baja de la calle de Siam, así la llamaban desde hacía casi un siglo. Mi padre, Jean-Sebastien Morgat, ejercía la profesión de proveedor de barcos y la puerta de nuestra tienda no se hallaba lejos de las orillas del Penfeld, abarrotadas de municiones, toneles de pólvora y de maniobras recién tramadas en la cordelería de la cárcel.

Era el comienzo del año 1777, y yo, Ives-Marie Morgat, era un adolescente de dieciséis años, bajo y robusto como buen bretón. Tenía los ojos azules, la cabellera castaña oscura y los dientes blancos como los de buen comedor de crepes de trigo negro”.

Así comienza El ancla de la esperanza de Pierre Mac Orlan. Seudónimo de Pierre Dumarchey, poeta, autor de canciones, narrador y guionista francés que, quizá sea más recordado entre los cinéfilos de nuestro entorno por ser el autor de las novelas en que se basan Muelle de las brumas y La bandera, películas protagonizadas por el carismático Jean Gabin. Sin embargo, Mac Orlan fue un escritor prolífico y muy popular en Francia donde algunas de sus obras son constantemente reeditadas.

El ancla de la esperanza se publicó en 1941, cuando el autor se acercaba a los 60 años. Con la precisión de un orfebre, Mac Orlan recrea las callejuelas de la ciudad portuaria de Brest y los colores de los uniformes de las diversas guarniciones militares que en 1777 se preparaban para la guerra contra Inglaterra. Es entonces cuando reaparece un temido pirata, el pequeño Radet, que dispara las alarmas en el litoral. La aventura se asoma en ese momento a la vida del joven Ives-Marie, cuya amistad con el presidiario Jean de la Sorgue, empeñado en vengarse del pirata, le pone en situaciones apuradas. Pero será otro misterioso personaje, Jerome Burns, cirujano de la marina real, hombre sabio y de pasado aventurero, quien ejercerá una mayor fascinación sobre el adolescente.

En El ancla de la esperanza Mac Orlan homenajea a los grandes autores de novelas de aventuras, Conrad y Stevenson, y los paralelos con La isla del tesoro son evidentes, pero como excombatiente de la Primera Guerra Mundial, la suya es una visión desengañada de la aventura, a la que considera “un peligroso espejismo” que puede hacernos contraer deudas morales imposibles de pagar. Por eso, para no dar pábulo a ese espejismo, en esta novela todos los lances aventurados ocurren fuera de plano: los dos crímenes cometidos por el pirata son contados por terceros; el combate naval que supone la captura del pequeño Radet se reduce a un rumor distante; el amor se delata tan solo por la desaparición de una camarera. Y el joven protagonista jamás hará realidad sus sueños de grandes viajes.

Porque en realidad el gran viaje, parece decirnos el autor, es el del conocimiento de nosotros mismos, viaje que supone la aceptación de esa duplicidad moral que nos convierte en ángeles o demonios dependiendo de las circunstancias; una lección que Ives-Marie aprende de Jerome Burns, preparándole para futuras decepciones en la vida.

Esta bella y desmitificadora novela fue otra de las interesantes propuestas de la gasteiztarra editorial Ikusager quien la publicó en 2006: El ancla de la esperanza de Pierre Mac Orlan.

Javier Aspiazu

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