El tocho. La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera

LIBRO La vorágineMas el crimen perpetuo no está en las selvas, sino en dos libros: en el Diario y en el Mayor. Si Su Señoría los conociera, encontraría más lectura en el DEBE que en el HABER, ya que a muchos hombres se les lleva la cuenta por simple cálculo, según lo que informan los capataces. Con todo, hallaría datos inicuos: peones que entregan kilos de goma a cinco centavos y reciben franelas a veinte pesos; indios que trabajan hace seis años, y aparecen debiendo aún el mañoco del primer mes; niños que heredan deudas enormes, procedentes del padre que les mataron, de la madre que les forzaron, de las hermanas que les violaron y que no cubrirían en toda su vida…

Este es un fragmento de La vorágine de José Eustasio Rivera. Fue la única novela publicada por este poeta y narrador colombiano fallecido con apenas cuarenta años, en 1928. Como abogado de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana, Rivera recorrió los territorios selváticos fronterizos entre las dos naciones, y conoció de primera mano la situación de los colonos que los habitaban. En su experiencia está basada La vorágine, uno de los primeros textos que denuncia las terribles violencias provocadas por la llamada “fiebre del caucho”.

El narrador, en buena medida alter ego del autor, es el poeta Arturo Cova que huye con Alicia, una joven de familia burguesa a quien ha seducido por capricho, en un viaje iniciático que les lleva del mundo blanco y civilizado de Bogotá, al mestizo de los llanos orientales, donde son amparados por el vaquero Fidel Franco, y de ahí al indio y primitivo de la selva amazónica. A lo largo de ese periplo, surcando ríos selváticos, conocen a múltiples personajes: víctimas como el viejo Clemente Silva empeñado en la búsqueda de su esclavizado hijo Luciano, y verdugos como el coronel Funes o el Cayeno, caucheros a la par que tiranos sin escrúpulos. Arturo intenta hacer llegar un memorial con sus atrocidades al cónsul de Colombia en Manaos, pero el resultado es incierto…

A pesar de su desarrollo itinerante, con su diversidad de paisajes y personajes, se considera a La vorágine la novela de la selva porque ésta se convierte en la auténtica protagonista de la segunda parte del libro. Su presencia abrumadora, capaz de enloquecer a los hombres, le sirve al autor como símbolo de la codicia y la violencia humanas, desatadas por la explotación del caucho.

A nivel estilístico, La vorágine es una novela de sorprendente riqueza verbal, donde se alternan diversos registros lingüísticos. Por un lado, el tono culto y algo enfático de Arturo Cova, donde se aprecia la influencia modernista. Y por otro, en marcado contraste, el lenguaje popular, reflejado con todo realismo en el habla de la niña Griselda y de diversos peones. Junto a la variedad de paisajes y lenguajes, es el vigor de la narración, que nunca decae, el aporte documental del autor y el aliento trágico de la trama, lo que convirtió a esta novela, publicada en 1924, en un clásico indiscutible. La vorágine, además, contribuyó de forma decisiva a fundar una literatura latinoamericana con una temática específica, basada en la violenta historia social y política del continente.

Encontrarán La vorágine, de José Eustasio Rivera, en Editorial Cátedra.

Javier Aspiazu

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