Philippe Claudel agita nuestro cómodo sillón

Philippe Claudel es ese autor que escribe novelas pequeñas sobre cuestiones grandes. Buscar al culpable de un asesinato en medio de una masacre generalizada como las guerras mundiales, tal y como dejó escrito en Almas grises y en El informe de Brodeck, las kafkianas circunstancias que se dan en el mundo que hemos creado supuestamente para crecer como especie, tal y como cuenta en La investigación, las tradiciones que se reclaman respetables, pero ocultan el miedo al cambio de la humanidad, en este caso en las islas Célebres, donde se sitúa Bajo el árbol de los Toraya, la intolerancia y la inhumanidad que acechan en esa Europa indeterminada que recorren los inmigrantes de La nieta del señor Linh. A ese caso y a ese espacio, vuelve en El archipiélago del perro, un lugar inventado, supongo, situado en algún punto del Mediterráneo, tal que Lampedusa pongamos, donde un día aparecen tres cadáveres de subsaharianos, creando una enorme conmoción a un pequeño grupo de lugareños, a los que conocemos por sus ocupaciones: el alcalde, el médico, el maestro, el cura, artimaña que Claudel ya ha utilizado en otras novelas.

Hay pues problemas porque los intereses de ese pueblo amenazado por un volcán y que espera que se instale en él un balneario que dé prosperidad a la localidad, tienen que cargar con esos cadáveres. La historia ya ha sido contada en otras ocasiones, en Un enemigo del pueblo o Tiburón, por poner dos ejemplos. Lo que hace Claudel, para darle su toque, es lo habitual en él, es decir poner a los personajes ante sus contradicciones y tratar de solucionar el asunto apelando a severas cuestiones morales, como por ejemplo al mal menor. Pero los apaños nunca acaban bien y las cosas se complican. No les vamos a contar nada más porque el lector tiene sus derechos, pero si les diremos que no hay nada nuevo en este libro para un lector de Claudel, salvo el reencuentro con un viejo amigo, pero hay una montaña de sugerencias para aquellos que nunca se hayan atrevido a leerlo.

Y seguramente de empeños como este saldrán legiones de admiradores de la literatura de este hombre que, sinceramente, no sabemos de dónde saca tanto tiempo porque no ha llegado a los sesenta años y ya tiene una larguísima producción de libros de narrativa, principalmente novelas, pero también algunos volúmenes de relatos hasta llegar casi a la veintena, la dirección de cinco películas, y las innumerables clases dadas en liceos, universidades y lugares exóticos como cárceles e instituciones especiales.

Habrán descubierto ya que Claudel no es un autor complaciente, que leer sus novelas incomoda porque nos pone ante nuestra incompetencia para asumir algunas cosas, porque nos hace removernos inquietos ante nuestra vida, esa con la que hemos hecho un pacto y con la que no queremos más confrontaciones. Philippe Claudel nos molesta porque esos personajes somos nosotros y, aunque luego nos vayamos de fiesta, no conseguimos olvidarle, ni a él, ni a su obra. No cometan el error de ignorarle.

Félix Linares

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