La simpática buena-mala vida de Jacobo Armero

Acostumbramos a definir la autoficción como el género literario que incluye al autor en la trama, real por supuesto, de manera que es testigo y/o participante en la historia que se narra. Desde este punto de vista deberíamos considerar también autoficción las novelas autobiográficas que empiezan a abundar porque se ha extendido la idea de que todo el mundo vive vidas extraordinarias que merecen ser contadas. Y si no son extraordinarias da igual, porque lo importante es que sean verdad. Historias de un agente inmobiliario es uno de estos casos. En realidad Jacobo Armero es arquitecto, en lugar de ser notario como mandaba la tradición familiar. Como lo literario siempre le ha llamado mucho, ejerció de editor durante un corto espacio de tiempo. Y, de repente, llegó la crisis y se acabaron las fantasías. Para poder alimentar a su familia Jacobo decidió dedicarse a la gestión inmobiliaria, en un momento curiosamente difícil. No parecía una opción interesante, pero a él le salió razonablemente bien.

Alguien podía pensar que esta actividad, repetitiva y estresante por lo que tiene de esfuerzo sobrehumano para vender unas casas que, siempre, tendrán defectos a ojos del potencial comprador, podría acabar con la paciencia del protagonista, pero no, Jacobo demostrando que él viene de buena familia aceptó el reto con entrega, tampoco demasiada, y entereza, mayor de lo que exige el deber. Y así el lector pasa de la primera descripción de las desgracias de Jacobo a dejar de preocuparse por él porque un tío que es capaz de presentar una casa a los posibles compradores cien veces y hacerlo con elegancia, sin manifestar cansancio alguno, es un ganador absoluto.

No hay  mucha pasión en este libro así que los que piden emociones fuertes a un escrito deberían evitarlo. Es, sin embargo, el libro perfecto para aquellos que creen que el narrador debe mantener cierta distancia con la historia aunque esta sea su propia vida. Y así asistimos a innumerables visitas de vendedores y compradores, anécdotas variadas con la gente del barrio, detalles sin importancia como la elección de peluquero, biografías familiares sin demasiado interés, pensamientos superficiales sobre la condición humana, relaciones del autor con su mujer y sus hijas que incluyen viajes vacacionales y problemas económicos que quizá eran agobiantes en su origen pero que aquí quedan como pequeñas piedras en el camino de Jacobo, pariente por cierto de Álvaro Fernández Armero, cineasta realizador de comedias juveniles y series televisivas.

Estoy seguro de que Historias de un agente inmobiliario ha sido un éxito en el entorno de amigos y familiares del autor, porque es simpática, de narración rápida, amontona muchas historias en doscientas cincuenta páginas y se trata del volumen perfecto para leer en el autobús porque no necesita demasiada dedicación, pero te deja buen sabor de boca e incluso puedes contar algunas de sus cosas a la hora del hamaiketako. Y podríamos decir de ella lo que el propio autor en su frase final, que se sale de ella dando saltitos de contento. Con el entusiasmo que cada uno sea capaz de aportar.

Félix Linares

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