El tocho. Los novios de Alessandro Manzoni

Todo el día, se oía por las calles un murmullo de voces suplicantes; por la noche, un susurro de gemidos, roto de cuando en cuando por altos lamentos que estallaban de improviso, por gritos, por profundos tonos de invocación que terminaban en agudos chillidos.

Es cosa notable que, en tanto exceso de penurias, en tanta variedad de quejas, no se viese nunca un intento, no escapase nunca un grito de rebelión: al menos no se encuentra de ello el mínimo indicio. Y, sin embargo, entre los que vivían y morían de aquella manera, había un buen número de hombres educados en todo lo contrario a tolerar; había cientos de aquellos mismos que, el día de San Martín, se habían hecho oír tanto…. Pero los hombres estamos en general, hechos así: nos revelamos indignados y furiosos contra los males medianos, y nos inclinamos en silencio bajo los extremos; soportamos, no resignados, sino pasmados, el colmo  de lo que en un principio, habíamos llamado insoportable”.

Este es un párrafo de Los novios de Alessandro Manzoni, uno de los grandes clásicos italianos del siglo XIX, una novela objeto de cientos de reediciones desde que se publicara por primera vez en 1827. El milanés Alessandro Manzoni había iniciado su carrera, como poeta y dramaturgo, sin excesiva repercusión, cuando en 1821 comenzó a escribir la primera de las tres versiones de esta gran novela, tanto en dimensiones, como en peripecias. Manzoni ambienta la obra en diversas localidades de la Lombardía, incluida su capital, Milán, entre 1628 y 1630, años en que la región se encontraba bajo el dominio español. La boda próxima entre dos personajes humildes del pueblo de Leco, el hilador Renzo y la campesina Lucia, se ve impedida por los secuaces del señor local Don Rodrigo, encaprichado con la chica, que amenazan de muerte al párroco don Abbondio, si celebra el matrimonio. Los novios, con la ayuda del padre Cristoforo, deberán huir del acoso de Don Rodrigo y encontrar refugio en conventos de otras localidades cercanas.

Hasta aquí, se perciben ecos de la novela bizantina o del drama de honor barroco, pero Los novios trasciende estos modelos cuando, acto seguido, se convierte en una novela histórica que bebe directamente de los cronistas del siglo XVII, de una manera quizá demasiado literal. A través de los ojos de Renzo, que llega azarosamente a la capital, Manzoni nos cuenta la terrible hambruna que vivió Milán en 1628. La carestía del grano provocó la sublevación de los habitantes que asaltaron y destruyeron las tahonas. Pacificado el motín, la región vivió a continuación uno de los muchos episodios de la Guerra de los Treinta Años, con la entrada de las tropas imperiales. Éstas, además de la violencia y el pillaje, trajeron consigo una peste devastadora que acabó con dos tercios de la población a lo largo de 1630. Los episodios en los que se narran las reacciones irracionales del pueblo, que creía en “untadores” y envenenadores demoníacos, son los más interesantes de una novela escrita con un estilo tan cuidadoso, que resulta a veces sobrecargado por larguísimas frases subordinadas de dificultosa lectura.

Manzoni fue un ferviente converso al catolicismo, de ahí que su obra tenga una intención moralizadora, más que evidente en los largos discursos de los eclesiásticos que aparecen en la trama, fray Cristoforo o el cardenal Borromeo. Por eso, los buenos obtienen reparación y los malos su merecido. Pero, a pesar de este forzado maniqueísmo, como novela histórica y de costumbres, Los novios resiste el paso del tiempo, ofreciéndonos momentos de sumo interés y una perspectiva enriquecida desde la que contemplar nuestro problemático presente.

Encontrarán una traducción actualizada de este gran clásico en editorial Akal: Los novios de Alessandro Manzoni.

Javier Aspiazu

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