Se asomó a la ventana y vio los coches pasar, los pájaros revolotear, las persianas subir. El dÃa se prometÃa ya luminoso. Escuchó el silbato del afilador, la algarabÃa del patio de la escuela, las campanas de la iglesia, la radio de la vecina. Nada se habÃa alterado un ápice desde el dÃa anterior. Todo seguÃa ahÃ, terca, obscenamente, menos ella.
Roberto Moso