Los Raros. Carranque de Ríos, raro entre los raros

Cuando en “Academia Film” se presentaba un alumno con aspecto de tener dinero, Jacinto, como operador, y José, como director, lo citaban para que acudiera a la Casa de Campo. Allí le hacían ir de un lado para otro. El alumno tenía que “reír fríamente, con sarcasmo y con ironía”. También era necesario que “pusiera cara de tristeza”, y si llegaba a llorar, entonces José Sancho le tocaba en el hombro para elogiarle aquellas insospechadas facultades para el arte de la pantalla. José, en su papel de director, hacía saber al alumno que acababan de “rodarle” unos metros de película, que las escenas habían salido muy naturales y que no tardaría mucho tiempo en que fuera contratado ventajosamente. El alumno pagaba de cien a doscientas pesetas, aparte de lo que abonaba por las lecciones de la Academia. Ya hecha la despedida Jacinto cogía el trípode y José la máquina tomavistas. Aunque los dos hermanos aseguraban que en su interior se hallaba el celuloide impresionado, la verdad era que dentro del aparato no había absolutamente nada”.

LIBRO.CinematógrafoEste es un párrafo de Cinematógrafo, novela de Andrés Carranque de Ríos. Recuperamos hoy en esta sección de raros a un novelista madrileño bastante olvidado, cuya vida aventurera y breve se extinguió con apenas 34 años. Perteneciente a la generación de novelistas sociales de los años treinta, su agitada biografía, de la que daremos algunas pinceladas, nutre buena parte de las novelas que escribió.

Carranque de Ríos fue el mayor en una modesta familia de 14 hermanos, de la que huyó siendo aún adolescente para vagabundear por Francia y Bélgica. Más tarde fundó el grupo anarquista Spartacus, por lo que fue encarcelado en dos ocasiones. Ejerció los más diversos oficios, y se convirtió en periodista y escritor autodidacta, autor de un libro de poemas y tres novelas, de las que la más lograda es la que hoy que comentamos, Cinematógrafo, publicada en 1936, el año de su muerte.

En sintonía con el título de la novela, Carranque utiliza un montaje de acciones paralelas similar al del cine. Por un lado leemos, en primera persona, el manuscrito de Álvaro Giménez, alter ego del autor, joven de conciencia torturada y vocación revolucionaria, que no encuentra acomodo en ningún trabajo y pasa de ser periodista a peón de albañil, extra de cine o modelo de bellas artes. Y por otro lado asistimos, ya en tercera persona, a las andanzas de varios personajes relacionados con el mundillo cinematográfico a principios de los años treinta. Algunos son ilusionados aspirantes a actores, como Doña Luisa y Tony, pasto para embaucadores como los hermanos Sancho, directores de la falaz Academia Film. Otros son productores aprovechados como Luis Rocamora o el señor Poch, cuyas cintas, baratas y tópicas, representan lo más ramplón del todavía silente cine español.

Carranque nos cuenta todo esto con un estilo directo, sencillo, muy narrativo. La influencia de Baroja en el continuo fluir de la acción es tan apreciable como la de Dostoievski en la visión compasiva de la miseria, muy presente en una novela donde ninguno de los personajes alcanza sus objetivos en la vida, todos acaban solos o vencidos.

Esa sensación de frustración, de impotencia ante las circunstancias es la impresión predominante en esta sorprendente novela, crítica y desengañada al mismo tiempo, que es Cinematógrafo de Andrés Carranque de Ríos.

Javier Aspiazu

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