Dejo constancia metódica de todas mis defunciones
en estos obituarios esqueléticos que voy colgando de las paredes
como el que tiende una colada de mudas de serpiente.
Parecen nichos en miniatura.
El registro minucioso de las veces que uno muere
cada día
a cada hora
no aniquila el dolor
pero lo transforma
en un más soportable
estado de melancolía.
Así escribe Gallego Crudo. Crudamente. La voz radiofónica que agita y azota a partes iguales, muestra en este poemario titulado Abolición de la pena de muerte, su parte más íntima, más vulnerable y más herida.
Habla de ausencias y de anhelos cuando dice “y quiero que me encuentren algún día en el borde inaccesible de tus labios”.
Este poemario es un continuo morir y revivir. Un lamento interminable que en lugar de hacer que el autor se hunda, lo revitaliza de alguna manera, le refuerza. Y mientras lame sus heridas, mientras llora sus derrotas, abre un resquicio de la puerta para recibir algo de luz que si no calienta, al menos ilumina el dolor.
Y aquí entre lineas aparece un huérfano de amor, de cariño, un cuerpo derrotado, y un alma condena al fracaso que se resiste a desaparecer.
“Me cosió a la vida un cirujano con el pulso tembloroso y se me estallan las costuras a cada paso que doy”. Y así, arrastrándose por la vida, sigue reptando e imaginando derrotas mejores.
Ayer me reconocí por la calle.
Estaba tan pálido que daba miedo.
No quise saludarme porque ibadistraído pero pensé
que tengo que llamarme más
y hablarles más de mí
a mis amigos.
No sabía que el periodista Javier Gallego Crudo escribía poesía, y sinceramente, fue un acierto que mis manos acabaran cogiendo de la balda de poesía un libro con una portada sangrienta que auguraba, al menos, poesía.
Goizalde Landabaso