La agonía creativa del artista, el ansia de vivir y, sobre todo, el afán por ser recordado después de la muerte. Es una forma somera de resumir las 500 páginas de El Escultor, una de las grandes novelas gráficas de los últimos años, publicada en castellano por Planeta Cómic y cuya lectura es obligada para los amantes del noveno arte y de la literatura en general. Reconocido por sus aportaciones teóricas al mundo del cómic, el estadounidense Scott McCloud ha necesitado cinco años de trabajo, once horas al día, siete días a la semana para culminar esta magna obra, su cima creativa en la que, él mismo ha reconocido, plasma mucho de su persona, su experiencia y su modo de ver la vida.

El escultor es David Smith, un joven de 26 años que vivió su momento de gloria antes de terminar sus estudios de arte y que está sumido en una crisis total tras la ruptura con el mecenas que, primero, le lanzó a la fama, y luego le arrojó al vertedero. Abrumado por la sensación de fracaso, sin trabajo y sin dinero, incapaz de hacer realidad las obras que bullen en su cabeza, David Smith “celebra” su cumpleaños en una cafetería bebiendo whisky y cerveza hasta que, sorpresivamente, aparece su tío Harry, un pariente muy querido que le escucha y trata de dar consejo. Sin embargo, David está demasiado hundido, falto de esperanza, y es entonces cuando el tío Harry le hace una propuesta impactante: el don de poder esculpir con sus manos lo que quiera a cambio de una vida breve, sólo 200 días. Evidentemente, Harry no es Harry, sino la propia Muerte, pero David acepta e inicia una carrera contra el tiempo para hacer realidad su sueño de artista y ser recordado para siempre. Ocurre, sin embargo, que las cosas por posibles no son sencillas y, además, en ese último tramo de su vida, David encuentra a su alma gemela, Meg, una chica fantástica a la que conoce de forma insólita y que se convierte en parte imprescindible de su existencia. Y es aquí donde El Escultor se convierte en una gran historia de amor, un romance intenso y emocionante, por la sinceridad del sentimiento y por la certeza de uno de los miembros de la pareja de que la relación tiene una fecha final sin prórroga posible. De manera magistral, manejando tiempos, ritmos y emociones, Scott McCloud ilustra la odisea de David Smith hasta un final épico, una imagen que queda grabada en nuestras retinas y que nos hace concluir la lectura con un nudo en la garganta, una lágrima deslizándose por la mejilla y la convicción de que tenemos en nuestras manos una auténtica obra de arte, el cómic que convierte a Scott McCloud en un autor inolvidable.

Iñaki Calvo