El Tocho. Eichmann en Jerusalén junto a Hannah Arendt

El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de constituir una tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probablemente la mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que sus semejantes fueran enviados al exterminio (que los judíos eran enviados a la muerte lo sabían, aunque quizá muchos ignoraran los detalles más horrendos), de no convertirse en cómplices de estos crímenes al beneficiarse con ellos. Pero bien lo sabe el Señor, los nazis habían aprendido a resistir la tentación

Este es un fragmento de Eichmann en Jerusalén. Un ensayo sobre la banalidad del mal, de Hannah Arendt. Corría el año 1961 cuando Arendt fue enviada como reportera  por el New Yorker  a Jerusalén, para escribir sobre el juicio que se siguió en la ciudad israelí contra Adolf Eichman, el jerarca nazi que organizó la deportación de cientos de miles de judíos. La filósofa, autora de ensayos fundamentales para entender el siglo XX como Los orígenes del totalitarismo o La condición humana, consiguió mucho más que un libro reportaje. Eichmann en Jerusalén se convirtió en un ensayo histórico imprescindible para conocer los orígenes y el desarrollo ideológico del holocausto y algunos  factores sorprendentes que lo propiciaron.

Buena parte del proceso logístico se vertebró a través de la figura de Eichmann, teniente coronel de las SS, designado como responsable supremo de los transportes de judíos a los campos de concentración y exterminio. Su misión consistía en viajar a las diversas capitales europeas ocupadas por los nazis a fin de planificar los convoyes ferroviarios y supervisar que cumplieran con el número de deportados exigido.  Esgrimiendo multitud de datos, Arendt afirma que esto hubiera sido imposible sin la cooperación y ayuda de los  sumisos representantes de los consejos judíos, a quienes Eichman convocaba para obtener la aquiescencia de las comunidades y organizar las listas de futuros deportados. Otro aspecto sorprendente, que refuta el argumento de que en una situación de crimen legalizado nadie se arriesga a desobedecer, es la diferente aceptación que tuvo la “solución final” en los diversos países ocupados; alguno hubo, como Dinamarca, que ayudó a escapar a todos sus ciudadanos judíos embarcándolos hacia la neutral Suecia.

Tras la lectura del libro queda claro que Eichmann no fue un psicópata, tan solo un burócrata fanático que nunca se sintió culpable cumpliendo órdenes y haciendo lo que él llamaba su “trabajo”, o dicho de forma más rotunda: mostrando una obediencia ciega que convirtió el ejercicio del mal en un acto banal; pero también resulta evidente que los judíos, con su sumisión extrema facilitaron el holocausto (la autora aporta datos al respecto de que la mitad de los judíos que intentaron escapar lo lograron); y por último, Arendt deja también patente que los sionistas aprovecharon el juicio para hacer propaganda del estado de Israel, cuya legalidad jurídica para emprender el proceso era más que dudosa.

Con estas controvertidas apreciaciones, el libro no contentó a muchos, pero se convirtió así, en toda una lección de historia crítica y de independencia ética que merece leerse con suma atención. Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt, en editorial deBolsillo.

Javier Aspiazu

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