¿Qué fue de las soldadesas, Ugo Pirro?

El narrador de esta novela es un oficial de complemento italiano destinado a Grecia con las tropas de ocupación. Acuartelado en Volos, su vida transcurre entre las labores militares, la malaria, como casi la totalidad de la población civil y militar, y los prostíbulos. “Algunas tardes -dice- no aguantábamos en la cama y la necesidad de abrasarnos con otra cosa que no fuese la fiebre se apoderaba de nosotros”. Pero esa rutina da un vuelco cuando le encargan la siguiente misión: debe ir a Atenas a recoger a un grupo de prostitutas griegas y entregarlas a las tropas italianas en diferentes prostíbulos del camino de vuelta a Volos. En el viaje recorrerán parajes devastados por el hambre. “Enviad ataúdes o trigo”, reza un telegrama enviado por un mando. La gente no pide dinero, que no vale para casi nada, sino pan (“psomi”). El desabastecimiento era notorio en cualquier circunstancia: “El féretro estaba envuelto en la bandera. No había ni una flor; donde no crece el trigo, las flores tienen corta vida, como os animales y los hombres”. Es esa circunstancia desesperada la que empuja a la mayoría de esas quince mujeres al camión Fiat 26 que las transportará.

La misión es, aunque pueda resultar más o menos extraño, militar, y lo es porque el ejército italiano había burocratizado las visitas a los prostíbulos, y los soldados debían cursar solicitudes por vía jerárquica.  El embrutecimiento que refleja esta novela es estremecedor. No hay lugar para el amor. Sin embargo, el narrador se sentirá enamorado de una de las mujeres que transporta,  de la enigmática Eftijía. La ternura que aflora entre ellos contrasta con el desierto moral por el que transitan sus vidas. De hecho, aunque en el viaje sufrirán emboscadas de los partisanos, asaltos y asistirán incluso a un fusilamiento, es el desmantelamiento de la condición humana, mostrada a través de distintas escenas, lo que más me ha impresionado. No hay posibilidad de victoria ante la derrota moral. En ese viaje iniciático, muy bien estructurado, el narrador experimentará, además del amor,  la decepción y los remordimientos, y ya no volverá a ser el mismo.

Se trata, conviene subrayarlo, de un personaje que guarda muchas similitudes con el autor de la novela, Ugo Pirro. Este escritor, que llegó a enrolarse en el ejército fascista a espaldas de su familia, terminó su carrera militar con el rango de desertor, como él mismo decía. La guerra fue para él una continua fuente de inspiración. Donata Carelli, una estudiosa de su obra, escribe lo siguiente en el epílogo que cierra esta edición: “La guerra, para Ugo Pirro, es un desierto de insensatez, un espacio inhóspito, donde el hombre se ve obligado a afrontar otro conflicto, consigo mismo y con sus propias debilidades (…). Eso fue lo que le ocurrió al oficial Ugo Mattone, quien partió como un joven voluntario, y tras el armisticio volvió a casa convertido en escritor y antifascista, y con un nuevo nombre: Ugo Pirro”. Pues fue con ese mismo nombre con el que firmó también los guiones de sus películas, que le valieron la fama de cineasta contestatario y políticamente comprometido; guiones que le reportaron dos nominaciones a los Oscar, entre otros muchos reconocimientos.

Las soldadesas vio la luz en Italia en el año 1956, pero ha sido ahora cuando Altamarea Ediciones la ha traducido al castellano por primera vez y nos ha concedido la oportunidad de poder disfrutar de esta novela lúcida, conmovedora, que no hizo ninguna gracia a los italianos, ya que su ejército no sale, ni mucho menos, bien parado.

Txani Rodríguez

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