El adios a las minas, el adios de Noemí Sabugal

La periodista y escritora leonesa Noemí Sabugal acaba de publicar en la editorial Alfaguara un ensayo que está llamado a ser uno de los libros importantes de este año: Hijos del carbón.  Se trata de un trabajo en el que, con enorme habilidad, se combina la crónica periodística, la narrativa de viajes y el relato más personal, porque la vida de esta escritora, hija y nieta de mineros, está ligada al carbón. Mediante este libro, Sabugal quiere, por un lado, conservar la memoria de un mundo que ya ha desaparecido –solo queda un pozo en producción- y, por otro, pedir una salida digna a estas zonas que ahora se enfrentan al paro y a la despoblación. Para ello,  durante años, y de manera concienzuda, Sabugal ha recorrido las cuencas mineras y a lo largo del libro nos muestra una radiografía exhaustiva de lo que fueron las minas, de lo que son, y del vacío más o menos lacerante que han dejado. Las minas han cerrado, contaminaban, eran deficitarias, ahora se importa el carbón, pero el panorama tras los sucesivos cierres es preocupante. La transición energética nos lleva a un escenario en el que se impulsarán la energía eólica y la energía solar, es más que probable que los molinos y los paneles se instalen en el medio rural, pero cabe preguntarse qué va a obtener ese medio tras este nuevo sacrificio. Sabugal aporta muchos datos, la lectura de Hijos del carbón nos da la posibilidad de hacernos una composición de lugar y de saber en qué punto estamos en relación a la tan cacareada transición energética.

Uno de los capítulos más interesantes del libro es el que dedica a explicar el microcosmos minero; había zonas en Asturias, en León, en Palencia…, en las que la mina lo era todo. Las empresas no solo abrían los pozos, también abrían economatos, hospitales, cines, centros deportivos  o escuelas (la propia Sabugal estudió en uno de esos colegios, que hoy son ya concertados) y levantaban cuarteladas, casas para los mineros. Esas sociedades estaban muy estratificadas, el mando era el mando en la mina y en la calle, y en ellas se forjó un hondo sentimiento de conciencia de clase. La peligrosidad del trabajo, que podía costarles la vida, implicaba que las reivindicaciones laborales fuesen también duras. No estaban para medias tintas. Sabugal repasa los accidentes más graves que se han sufrido en las cuencas, recuerda los nombres de los mineros, y recuerda cómo en casi todas las clases de su colegio había algún huérfano.

En esos paisajes rurales, las minas, las centrales térmicas, las cementeras, han cesado en su funcionamiento. El fin de las ayudas europeas a la producción del carbón llegó en 2018. Se veía venir, pero al leer Hijos del carbón da la impresión de que no se ha hecho lo suficiente por atraer empleo, también hay que reconocer que es una tarea muy complicada.  Se han mejorado las infraestructuras, pero la industria alternativa no termina de llegar. “En los municipios mineros, dice Sabugal, hay mejores carreteras, y nuevas plazas y polideportivos, pero las farolas recién estrenadas iluminan un vacío cada vez mayor”.

Hijos del carbón, que está muy bien escrito y tiene páginas bellísimas y emocionantes, nos hará mirar para siempre ya esos paisajes de manera distinta, y acordarnos de los tiempos en los que las cocinas se encendían con carbón, y la vida, en resumen, giraba en torno al carbón; y nos acordaremos, como ha pretendido la autora, de que para que aquel mundo funcionara hubo hombres y mujeres que bajaban a los pozos y se jugaban la vida.

Txani Rodríguez

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