Edurne Portela y las heridas sangrantes de la Guerra Civil

Edurne Portela es vizcaína (nació en Santurtzi en 1974) y entró en nuestras vidas cuando hace cinco años publicó el magnífico estudio sobre la violencia en Euskadi titulado El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia. La publicación de este libro le sirvió para dar un viraje a su carrera, abandonó Estados Unidos, donde ejercía de profesora de literatura española y latinoamericana en la universidad, y comenzó a escribir literatura. Y llegaron dos novelas Mejor la ausencia, entroncada de alguna manera con su ensayo y con la experiencia de crecer en la Euskadi de la cultura violenta, y Formas de estar lejos, en la que se adentraba en la violencia machista dentro de un matrimonio de intelectuales. Y ahora llega su tercera novela.

Los ojos cerrados cuenta dos historias que se entrelazan de manera muy peculiar. Por un lado la de la pareja formada por Ariadna y Eloy que ha decidido dejar el campo por la ciudad para, entre otras cosas, intentar arreglar lo suyo, aunque algún secreto hay en esta decisión. Y por otro lado la “pareja”, entre comillas, que forman la propia Ariadna y Pedro un anciano que ha sufrido, como muchas personas, las consecuencias de la violencia y la muerte provocadas por la Guerra Civil y que ve “algo” en Ariadna que tiene que ver con ese pasado. La novela busca registrar los “ecos de la violencia” de la Guerra Civil. Ecos que se están apagando porque los protagonistas de esa violencia, victimarios y víctimas están desapareciendo.

Hay por tanto en este libro como una necesidad imperiosa de conservar la memoria de la guerra. No se puede abogar, como abogan algunos, por olvidar y pasar página, para “garantizar la convivencia”, porque el olvido siempre beneficia a los verdugos. Debemos recordar que gran parte de la memoria de la Guerra Civil se ha articulado en torno a silencios y susurros, aquello de lo que hablaban los adultos en voz baja para que los niños no se enteraran, para que “no sufrieran”. Eso ha creado un relato totalmente distorsionado del conflicto, ya que las nuevas generaciones no conocen la verdad y tienen que conocerla para que la justicia encuentre su camino. Porque si no hay justicia puede brotar la venganza, que aunque nos repugne podemos llegar a comprenderla.

El paisaje es muy importante en este libro como en todas las novelas de  Edurne Portela. Un paisaje que se parece al paisaje vital que ha ido acompañando a la autora en sus novelas. En Mejor la ausencia era el paisaje de Santurtzi de su infancia y adolescencia; en Formas de estar lejos eran los campus universitarios de Estados Unidos donde trabajó; y ahora en Los ojos cerrados esa Sierra de Gredos donde vive. Hay por tanto una trama imaginada, pero muy pegada a la realidad histórica, y un paisaje muy real o casi.

Otro asunto a destacar es la estructura de la novela que funciona como un puzle, con muchos flashes que el lector debe ordenar. Hay bastantes voces, de los protagonistas principales y de algunos secundarios. Varias de esas voces se mueven además entre el presente y el pasado. Algunas de ellas están afectadas por el paso del tiempo y por las penurias sufridas y pueden llegar a no ser muy creíbles: hay en este sentido alguna “voz rota”. Y en algunos momentos habla el entorno, el viento y los lobos, con lo que la narración se vuelve telúrica, con ribetes de fábula mitológica, de cuento tradicional. Suena complicado, pero la lectura se hace muy fluida y placentera.

Este libro parece formar parte de un ciclo, consciente o no, sobre la violencia: política, machista, guerracivilista, que no sabemos si la autora continuará. Poco importa, lo relevante es que escriba lo que escriba Edurne Portela ahí estaremos para leerlo porque se ha convertido en una escritora notabilísima, que llega al corazón y que te obliga a pensar.

Enrique Martín

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