El tocho. El inocente, de Mario Lacruz

Suspiró profundamente y se recostó en el asiento, alisando con la mano el borde del abrigo. Las puntas de los dedos recorrieron de un modo automático el tejido de colores discretamente pálidos; era su mejor abrigo de entretiempo. Le gustaban los tonos opacos y, como decía Sebastián, el sastre, “el dibujo poco decorativo”. A veces, las deliberaciones que sostenían Sebastián y él ante una tela hubieran podido tomarse por la discusión de dos expertos ante un lienzo maestro. Sin embargo, bastaba una ojeada a su persona para que en todas partes fuera anunciado con la misma frase invariable: “Está aguardando un caballero”. Sebastián sostenía, con modestia profesional, que se limitaba a “adaptar la ropa al cliente, a su psicología, ¿comprende?, procurando no romper el equilibrio necesario”.

Así comienza El inocente de Mario Lacruz. Recordamos así el exitoso debut en la novela de un escritor que dejó a un lado su vocación durante décadas para convertirse en uno de los grandes editores de la posguerra. En Plaza y Janés, Argos Vergara y Seix Barral, su labor fue fundamental para dar a conocer a docenas de escritores que hoy son ya clásicos. Pero antes de su larga y fecunda trayectoria como editor, el barcelonés Mario Lacruz publicó en 1953, con solo 24 años, esta sutil y sorprendentemente madura novela que es El inocente. Aclamada por la crítica del momento, fue galardonada con el efímero premio Simenon, y se la consideró precursora de la novela policiaca española.

Con una compleja estructura circular en la que se intercala el tiempo presente con los recuerdos de los personajes, el estilo directo y el indirecto, El inocente cuenta la historia de un experto en música, Virgilio Delise, que vive ocioso de la herencia de su madre hasta que las circunstancias parecen señalarle como autor de la muerte de su padrastro, el antiguo guerrillero Loreto Montevidei. Delise escapa de la policía al comienzo de la novela, y eso no hace sino confirmar las apariencias. El joven y ambicioso inspector Doria está convencido de que es culpable y, para demostrarlo, se permite, incluso, ocultar el inesperado dictamen del forense. Delise pide ayuda al abogado Costa y al periodista Muoli, pero nada pueden hacer por él, y la persecución se estrecha cada vez más… Hasta aquí los mimbres de un argumento desarrollado con la precisión de un reloj suizo, cuyo final les invito a descubrir.

Esta trama en apariencia policiaca suscita, sin embargo, una inquietante reflexión sobre la culpa, y su poder para alterar el destino. Delise es inocente, pero se siente culpable, siente que ha de pagar por hechos que nunca conoceremos y que están únicamente sugeridos por el autor. Este maneja de forma magistral la elipsis narrativa y, no solo Delise, todos los personajes son como icebergs de los que se cuenta una pequeña parte, pero se les presume un amplio pasado.

Novela psicológica, por tanto, casi más que policiaca, escrita con un lenguaje depurado y conciso, El inocente resulta un admirable logro narrativo, cuya lectura sorprende y subyuga al mismo tiempo. Las editoriales Anaya o Debate les permitirán recuperar la novela más conseguida de un gran escritor: El inocente, de Mario Lacruz.

Javier Aspiazu

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