Las andanzas del Giro contadas por el gran Ander Izagirre

Con Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey, el escritor donostiarra Ander Izagirre retoma la ruta que abrió con Plomo en los bolsillos, un apasionante libro sobre la historia del Tour de Francia. A través de estas nuevas páginas, sabremos que el Giro nació del impulso de La Gazzetta dello Sport y que fue un ciclista muy tramposo, pero muy seguido,  que se llamaba Giovanni Derbi el que precipitó la decisión del periódico de organizar la carrera. Era tan tramposo, como decía, que sobornó al guarda que controlaba la barrera de un tren por la que pasaba la carrera para que tras pasar él el primero bajara la barrera y los ciclistas quedaran atrapados a la espera del paso del tren, que no terminaba de pasar.

En las primeras ediciones del Giro, que arrancó en 1909, destaca la pobreza extrema de los ciclistas, que eran obreros o campesinos en su mayoría. La primera edición, la ganó un albañil que todas las mañanas pedaleaba sesenta kilómetros para llegar al punto en el que los capataces seleccionaban a los mozos. Tras diez horas en el andamio, recorría de nuevo los sesenta kilómetros de vuelta. Los ciclistas pasaban hambre también durante las carreras, y se las tenían que ingeniar porque, además, en aquella época la dieta era ingerir todo lo posible: huevos, pollos, vino, lo que fuera para afrontar larguísimas etapas. Algunos llegaron a beber la sangre de un buey que acaban de matar en un caserío. Alguno hubo que se alimentó solo de pan y queso durante la carrera para esconder la comida del avituallamiento en el maillot y poder, así, llevárselo a la familia.

Otra cosa que me ha llamado la atención ha sido la conformación de Italia. Cuando los ducados se unieron como reino en 1861 solo un 10% de la población hablaba italiano. Por otro lado, un abismo separa el rico norte del sur. Un dato: según el censo de 1901, en el norte de Italia se registraban 87.000 bicicletas; en el sur, 2.000.

Avanza el siglo, y la crónica se pone más política. Nos enteremos así de que las bicicletas no gustaban a los socialistas porque creían que distraían a los jóvenes de las cosas importantes; curiosamente, a los fascistas tampoco les iba el ciclismo, de hecho, los ciclistas le parecían figuras tristes. “Al fascismo lo seducía velocidad, la multiplicación entre músculos y motores”, leemos. Con Mussolini en el poder, el Giro, su trazado, incluso, fue utilizado como maniobra o propaganda política. Por aquella época, hay que ubicar a Gino Bartali, leyenda del ciclismo, enredado en rivalidades con Fausto Coppi. Bartali, durante la Segunda Guerra Mundial, siguió entrenándose para mantenerse en forma y para, esto es increíble, transportar documentación falsa en los tubos de su bicicleta. Era un héroe nacional, resultaba difícil sospechar de él, pero con esos papeles salvó la vida de 800 judíos italianos.

Otra etapa muy importante del Giro es la que se desarrolló bajo la dirección de Torriani, que encontró en los recorridos imposibles y en la climatología adversa aliados para generar algo que le interesaba mucho: espectáculo.

Después llegaron Eddie Merckx, y alguna gesta alucinante del equipo KAS y el inolvidable Marco Pantani. El nuevo milenio arranca con los escándalos relacionados con el dopaje que dejaron muy tocada –medio hundida- la credibilidad de este deporte, que volvió a vivir un gran momento en Italia con Vicenzo Nibali. Y la historia continúa porque acaba de terminar la edición de este año en la que ha dominado el colombiano Egan Bernal.

Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey tiene casi quinientas páginas, y abarcarlo en un breve comentario es imposible. Pero sí diré que el libro trasciende al ciclismo, que es una delicia y que Izagirre es un grandísimo escritor que tiene un encanto inusual para contar historias. Para mí, este es uno de los libros del año.

Txani Rodríguez

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